La magia de Cheryl Strayed está de regreso, esta vez no en la forma de una película nominada al Oscar (Wild), pero en la de una obra de teatro, inspirada en un blog que creó ella misma bajo el pseudónimo de «Sugar» y que recuerda a aquellas viejas revistas en las que la gente escribía para pedir un consejo y recibía un par de párrafos de regreso en una columna personal. O si eres más millennial tal vez te recuerde a la cajita de «Preguntas» de Instagram. La realidad es que Pequeñas Grandes Cosas es una estampa de la empatía y el «cada cabeza es un mundo» con una magia inexplicable y un corazón enorme que late de butaca en butaca.
Sugar no es una psicóloga, tampoco es una psicoterapeuta, ni siquiera tiene un cursillo que haya tomado por ahí que le de la habilidad para contestar todo tipo de preguntas en Internet como si de una experta se tratara. Ni siquiera es una mujer perfecta, vaya fue adicta a la heroína y aún le cuesta trabajo superar la muerte de su madre. Lo que tiene es que es honesta. Es una mujer con una vida, como la tuya, como la mía, que la hace real, la hace de carne y hueso, y le permite compartir a través de sus experiencias los que ella cree que son los consejos más útiles para sus lectores desde un lugar de absoluto cariño.
La obra no va de otra cosa más que de eso. No hay escenas de acción, peleas, drama innecesario, risas forzadas, cambios de vestuario ni complicadas escenografías. La obra es una recapitulación de las cartas que Sugar va leyendo mientras le llegan y la manera cándida, siempre empática, colorida y llena de anécdotas en la que va respondiendo.
Pero no necesita más. Pequeñas Grandes Cosas es tierna, conmovedora, divertida, contradictoria como la vida y las personas, repleta de pequeños detallitos en su escritura, alegre y triste a la vez, un espejo para el que lo quiera ver como tal, y un relato completo y repleto de sabiduría para el que no necesite otra cosa, que a esta escritor le recordó que allá afuera la felicidad no es parte integral del ser humano, pero una búsqueda constante en los pequeños y grandes gestos que hacen del vivir una aventura llena de altibajos.
Por si el trabajo original de Cheryl Strayed no fuera suficiente, la tierna pericia de Paula Zelaya (directora) te invita a vivir una fantasía dentro de un bosque que se siente lleno de secretos exclusivos para la audiencia. El bosque de Sugar. Un lugar cálido donde toda historia es bien recibida. Un sitio que parece sacado de un cuento, porque ¿no es cierto que la realidad supera a la ficción? que te abraza y te da la bienvenida como un lugar estilo Nunca Jamás, donde las preocupaciones se quedan afuera y todo lo que queda adentro son las respuestas a cómo vivir sin pasártela del carajo.
Paula trabaja con sus actores de manera sutil pero llena de detalles. Y se nota. Mariana Garza se convierte en una Sugar tan cálida como la luz que la rodea, una mujer que emana una vibra tan positiva que es imposible no considerarla tu mejor amiga aún cuando jamás le hayas dicho hola. Es simplemente Sugar. La entidad anónima a la que le quieres contar todo y que aunque no puedas ver a través de la pantalla, sabes que a veces contesta con lágrimas en los ojos, sabes que en tu historia ve parte de su historia y no puede evitar conmoverse. No es un blogguer frígido, como los hay tantos allá afuera, ni alguien que no se va a tomar en serio lo que tienes para compartir. Es luz, es bondad, es sonrisas, gritos, desesperaciones y momentos de claridad. Y Mariana lo encarna todo desde un lugar muy íntimo.
Al mismo tiempo, Marcos Radosh (alternando con Daniel Bretón), Amanda Fara y Alejandro Morales se convierten en un sinfin de personajes, hombres, mujeres, niños, adultos y ancianos que lejos de la caricatura le dan vida a seres humanos que se sienten reales sin necesidad de vocesitas o ademanes exagerados. Fluyen, sí con pequeños gestos propios del personaje que están representando, pero de manera minimalista, bella y necesaria. Y son ellos los que te tocan el corazón cuando Sugar les da voz para que cuenten sus historias.
Pequeñas Grandes Cosas es la obra de la temporada. No sólo es la primera colaboración entre el Teatro Milán y Mejor Teatro (es decir, Morris Gilbert), pero además es perfecta para una etapa en la que muchos nos estamos preguntando, ¿dónde está aquello que me hacía feliz, que me sostenía, que me reconocía como propio? ¿Dónde se perdió y cuando va a regresar todo eso que me llenaba de vida y me permitía compartir con amigos y familiares momentos increíbles y memorables? La obra tiene una respuesta para todas esas preguntas, y más que otra cosa se siente como una caricia en el pecho para esa ansiedad que nos está comiendo desde hace ya más de un año y que sigue dejándonos con más preguntas que respuestas. Es la obra de la temporada porque Mariana Garza y el resto del elenco es imperdible, pero sobre todo es la obra de la temporada porque nos recuerda que cada persona está luchando una batalla que desconocemos, y que ser cortés y cariñoso con el de al lado puede llegar más lejos de lo que nos imaginamos.
Pequeñas Grandes Cosas se presenta de Miércoles a Domingo en el Teatro Milán con horarios variados.