El teatro del absurdo está parado en el filo del precipicio, cualquier detalle fuera de sincronización y la obra entera se viene abajo por la borda. Ésta No Es Una Obra De Ionesco tiene un concepto claro, pero una ejecución que inevitablemente la tira por el barranco.
Haciendo homenaje a uno de los padres del Teatro del Absurdo, Eugène Ionesco, Andrea L. De Aragón, dramaturga y directora (junto a Osmar J. Urbina y Salomón Mondragón) busca plasmar esa crítica social y búsqueda por indagar en la soledad humana de Ionesco desde un relato particularmente kafkiano. Con muchos elementos del formato preferido por Ionesco y Beckett, y un tanto más de existencialismo para aderezar.
En una ciudad, quiero decir sesentera (década que también tiene sentido con el teatro del absurdo), la gente se ve sorprendida por el paso devastador de un rinoceronte. ¿Qué hace ahí? ¿De dónde viene? ¿Tiene uno o dos cuernos? El sujeto protagónico interpretado por dos diferentes actores, cosa que no termina por funcionar del todo, está más preocupado por debatirse en si dejar de beber o seguir olvidando sus fines de semana, que en el hecho de que cada vez son más los rinocerontes acechando la ciudad; y peor tantito, que parecieran ser los humanos los que se están convirtiendo en las bestias cornudas, dejándolo a él cada vez más solo.
Ahí donde Gregorio Samsa se levanta un día para descubrirse insecto, el protagonista de Ésta No Es Una Obra De Ionesco ve sin mucha reflexión a las personas a su alrededor volverse paquidermos. Y tengo que decirlo, el concepto resulta de lo más interesante.
Llamativo, además, desde el principio. Con una música onírica y visuales que van creando al famoso rinoceronte con piezas de leds y sombrillas negras, la obra comienza como una especie de valet, donde las figuras y visuales son definitivamente protagónicos.
Pero luego comienzan a diálogar y mucha de la magia se pierde. El talón de aquiles del montaje es sin duda la dirección de actores. Tiene una cierta cualidad estudiantil que es difícil pasar por alto, acentuada además por el hecho de que los integrantes del Compañía Sonámbulos son en general muy jóvenes. Tal vez demasiado. Y para tomar un riesgo tan grande como una oda a Ionesco se perciben aún muy verdes y desatonados.
Ahí donde la obra pide a gritos la farsa, el elenco se divide entre los que están dispuestos a crecer su actuación y los que prefieren quedarse en una zona segura. Muy pocos de ellos están realmente entrándole al juego de lo que se propone en primera instancia; y esa palabra es importante, porque es precisamente el mismo Ionesco el que consideraba el teatro un lugar de juego.
E incluso para los más creciditos, sigue habiendo un tono plástico en su trabajo. Es más de uno el que pierde el personaje en medio de la acción, y ninguno consigue consistencia y rigor. Ése que es básico para sacar adelante algo tan complejo como el teatro del absurdo que raya en el caos. No ayuda en absoluto que los directores no hayan conseguido encontrar el ritmo adecuado para la obra, que se cae varias veces, no durante los momentos de quietud, que eso sería hasta cierto punto esperado, pero entre diálogo y diálogo. Lo que me hace pensar que los actores no se están escuchando entre ellos, sólo están esperando su momento para intervenir.
Lo mismo sucede con el texto de Andrea L. De Aragón. No terminó de cocinarse. Veo la intención y la aplaudo. Creo que es claro hacia donde quiere ir y el tipo de referencias en las que se recarga. Incluso aprecio que entre periódicos y bestialidad haya un cierto guiño a soltarle las riendas al impulso y libertad sin restricciones por encima del conocimiento que muchas veces nos ata. Me encanta que el protagonista se vea enfrentado a no entender por qué es él el único que va quedando solo en un mundo donde el rinoceronte pareciera el enemigo, pero tal vez sea el ideal. Vaya, el concepto está en el lugar correcto. Pero habla poco y en susurros.
Y repito, la decisión de tener a dos actores interpretando al mismo personaje, que pudiera hacer eco a la genialidad de Ricaño, se siente simplemente fortuito. Como un after thought. Rompe toda convención sin motivo ni razón, y ambos actores, encima de todo, están en tonos completamente distantes. No crearon a un mismo personaje en unísono, simplemente se vistieron parecido. Y ahí donde quizá hubiera funcionado que uno fuera el narrador que rompe la cuarta pared y el otro el jugador en el tablero, la obra en algún momento pierde la razón de ser de cada uno de ellos y los comienza a mezclar, haciendo a uno de ellos narrador y jugador, pero al otro sólo narrador omnipresente, y es francamente anárcico de la peor manera posible.
Ésta No Es Una Obra De Ionesco se disfruta con los ojos. Con muy pocos elementos escenográficos el ensamble crea momentos de franco escaparate. Y la música es bellísima. Aplaudo el intento, pero tal vez quisieron volar demasiado alto, y como Dédalo se quemaron antes de poder flotar en las nubes.
Ésta No Es Una Obra De Ionesco se presenta los miércoles a las 8:00pm en el Foro La Gruta.