Cómo encabrona la muerte.
El protagonista al centro de Mirando Al Sol está listo para entregarse a la tierra. Ha tomado la decisión, pero eso no significa que esté enteramente mentalizado, preparado o en paz con la idea de desaparecer. ¿Alguien lo estamos?
Lo que Cristian Magaloni (director y dramaturgo) consigue con este trabajo es armar un pequeño ensayo francamente tanatológico y enormemente conmovedor sobre la muerte, y más importante que eso, la vida. Porque como bien lo describe en su texto, la vida ya está vivida y ésa nadie puede quitártela, lo que la muerte viene a arrebatar son las posibilidades futuras. Y eso duele. Eso cala. Pero no viene a borrar instantes pasados.
La puesta que nuevamente reúne a Magaloni con su actor de cabecera, Roberto Beck, y esta vez con Juan Carlos Barreto gira en torno a una última plática entre padre e hijo. El papá, enfermo y desgastado, negado a pasar sus últimos días sin poderse reconocer a él mismo, ha decidido optar por la eutanasia, o suicidio, como él lo llama durante la obra. El hijo lleva cinco años recluido en un monasterio budista, después de haber matado accidentalmente a su hermana en un percance automovilístico. Aparentemente en paz con el mundo y la misma idea de la muerte, el hijo pone en pausa su ermitaña vida para reencontrarse con su padre y a partir de la honestidad cerrar el ciclo que a ambos les tocó compartir.
Lo bello de este texto que en esencia pudiera parecer un dramón, es la manera en la que Magaloni lo contiene para no derramarse hacia la lágrima fácil y el dolor exacerbado; porque si algo tiene Mirando Al Sol para enseñarnos es que una despedida, como cualquier otro momento compartido con un ser querido, tiene sus vaivenes. Y a pesar de la energía melancólica que la envuelve, esa última plática es ideal para soltar, recordar y perdonar. Cómo diría Barreto, «¿Qué es lo peor que puede pasar?»
De modo que sí, Roberto Beck y Juan Carlos Barreto hacen un trabajo espectacular de contención; especialmente Beck, que en su rol zen y budista, pasa gran parte de la obra sentado en flor de loto sin siquiera mover las manos. Todas las emociones que transmite, las transmite desde la voz y una sonrisa muy particular que a pesar de ser cálida guarda en el fondo una dificultad pos mostrarse enteramente honesta. Lejos del melodrama pero intensamente conectado a sus emociones, Roberto Beck nunca suelta por completo, sólo lo suficiente, y lo que bien podrían ser arrebatos, los convierte en llantos silenciosos, apenas perceptibles. Un trabajo inmensamente aplaudible que no nace del cliché ni lo esperado.
Magaloni y Beck vuelven a hacer mancuerna sorprendente, y ahí donde nos han mostrado comedia y terror, ahora nos llevan al lugar más emotivo posible. Barreto no se queda atrás, por supuesto. Recluido casi al cien en una cama, de los dos, él es el de la personalidad más altiva. Consciente de sus errores de crianza, arrepentido y asustado por lo que viene, nunca pierde el sentido del humor ni el desparpajo. Y crea a un personaje enormemente entrañable. Un poco como el papá de todos. Ése que, como ser humano, está lejos de ser perfecto, al que de joven se le mira con admiración e imponencia, y de grande con ternura y comprensión.
Más allá de la anécdota muy específica entre este papá y este hijo, Mirando Al Sol es un recordatorio de las despedidas por venir. Porque es cierto que nadie nos prepara para ellas, y sí, morir encabrona. Encabrona al que queda vivo y extrañando, y encabrona al que sabe le toca partir. Es una noción que solemos guardar en el cajón porque tenerla presente nos resulta demasiado aterrador, pero de la que nadie nos libramos, ni de un lado, ni de otro.
Magaloni nos pide que por una hora y cachito no le huyamos, no le temamos, pero aprendamos de lo que la acompaña. Mirando Al Sol no es una obra taciturna. No vas a salir de ahí con el corazón hundido en el pecho y buscando refugio. Es una puesta sobre el cariño. El amor que prevalece y que no se va a ningún lado una vez que el cuerpo físico se ha desvanecido. Es un texto sobre lo que los padres sacrifican por sus hijos, y lo que los hijos tienen que aprender a dejar ir sobre los padres. Sobre soltar. Sobre vivir como las palabras en un libro, con un párrafo inicial y un punto final. O un punto y aparte, como cuestiona el hijo, porque lo que sigue después de cerrar los ojos no lo conoce nadie.
Es un bello trabajo sobre el perdón, y finalmente el abrazo, y todo lo que carga un fuerte apretón de dos personas que se quieren a pesar de sus diferencias y sus encontrones. Que bien puede marcar una despedida o sólo una muestra silenciosa de lo que nuestro cuerpo le quiere decir a otro.
Magaloni lo hizo de nuevo. Acompañado por dos excelsos actores nos regala un pedacito muy único de su visión del mundo. Y uno que vale mucho la pena respirar, con un suspiro hondo, y sentirlo enterito desde tu butaca.
Mirando Al Sol se presenta los sábados y domingos a las 18:00pm en La Capilla.