La de La Quema De Unicornios no es cualquier fiesta de Halloween, es una repleta de personalidades grandes… demasiado grandes, incluso para soportarse entre ellas, de modo que lo que pudo haber sido un mero festejo de disfraces se convierte en un peligroso juego de al gatón y al ratón donde, honestamente, todo mundo quiere matarse, vengarse y conseguir segundos de poder ante los demás. Un universo creado por Luis Romani repleto de gente horrible haciéndonos reír desde lugares incorrectos y oscuros.

La Quema De Unicornios tiene mucho que decir de varios males que aquejan a la sociedad, la mayoría de ellos nacidos del privilegio. El clasismo, la homofobia, la transfobia, la misogninia, la gordofobia, y la lista podría continuar, de modo que Luis Romani (dramaturgo) crea el bacanal perfecto donde todos conviven en «el Olimpo» durante una fiesta de Halloween que se sale de control, para ridiculizar la soberbia y absoluta falta de autopercepción que acompaña la superioridad privilegiada, tantas veces disfrazada de normatividad y humor.

La Quema De Unicornios
La Quema De Unicornios

Tristán (La Keke), el único transparente y honesto en este mundo de pretensiones, lo es porque lo aqueja un mal crónico que lo compele a narrar cada instante de aquello que le sucede en la vida con divertida verborrea. A pesar de sólo querer ligar con la Catwoman (María Sandoval) que conoció en los establos del Olimpo, la mansión de Lisandro (Saúl Soni) donde se celebra una exclusiva fiesta de Halloween a la que se le da acceso a muy pocos, acaba envuelto en una comedia de enredos donde todo mundo amenaza con matarse entre ellos, cuando su mejor amiga Leidy (María Alanís) le llama para pedirle ayuda.

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Adentro del Olimpo se desata un juego de arrebatar el poder, donde muchos tienen intenciones secretas involucradas, juegos de doble cara, y ante todo resentimiento y cuentas por pagar con aquellos a los que llaman amigos, pero en realidad ven como rivales, bullies, o simplemente de menor estatus. Y conforme avanza la noche y las complicidades van cambiando por dinero o conveniencia es claro que la palabra «frienemy» es tan peligrosa como una fuga de gas.

Luis Romani crea un espacio inteligente donde la incorrección política es definitivamente motor del humor, desde la intención de presentar a gente que entendemos como un mal social para después verlos castigarse entre ellos. De modo que en La Quema De Unicornios la comedia nace de lugares incómodos y transita esa delgada línea entre lo que la convención permite parodiar y lo que en pleno 2024 se percibe como inaceptable. Y lo hace de manera ingeniosa e inteligente, de entrada con un universo muy ajeno a nuestra propia realidad, fársico e irreverente desde muchos lugares que no puede sino volverse un espejo de la absurdez.

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Y Boris Schoemann (director) se permite jugar en ese mismo universo con absoluta falta de seriedad. De entrada usando a Kevin Hernández «La Keke» como su carta más fuerte, al que se le permite ser bobo y completamente naive, para tener un héroe adorable pero inservible, que es nuestra guía hacia este mundo mucho más perverso desde una mirada casi infantil. Y a su lado, María Alanís, que aprovecha lo muy ridículo de su vestuario y maquillaje a la María Antonieta (famosa por mandar a los pobres y hambrientos a comer pastel) para invocar mucha gracia en un personaje que no es el foco más brillante en la casa neuronal.

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Encuentra otros stand outs en gente como Marian Martínez, que interpreta al que nombran El Panda, no por otra cosa, pero porque en un intento de maquillarlo como catrina acaba pareciendo entre Miguel de Coco y Panda, que es el único que no pertenece a la misma burbuja que los demás y eso lo hace divertidamente peligroso; y Eduardo Salazar como un Batman gay que está cansado de ser el gay segundón del grupito porque el ego de Lisando, el gay Regina George, le impide posicionarse como figura protagonista entre los amigues. Pura joya, que además rodeados de un elenco vistiendo aniñados disfraces se vuelven un contraste visualmente delirante ante la muy real amenaza de muerte que están enfrentando.

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Y luego Boris Schoemann sacrifica posibilidad de diseño de iluminación y escenografía, para hacer del teatro que conoce tan bien, La Capilla, un distinto espacio que se sienta en toda medida nuevo y repleto de distintas posibilidades. De modo que el escenario se vuelve el lugar de las butacas, y el auditorio el nuevo escenario a la italiana -mezzanine incluido como un segundo piso- con escalones que el director aprovecha para mantener a su elenco actuando continuamente hacia el frente, desvanecienco cualquier intento de realismo para hacer del Olimpo un lugar que, en verdad, puede ser cualquier cosa. Y en gran medida lo es. Tal vez en el establo en efecto hay unicornios.

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La Quema De Unicornios no está en realidad buscando la denuncia o pretensión intelectual y su interés primordial es hacer reír. Una obra sencilla, revelaciones que no se basan en la sorpresa, pero en seguir hilando conexiones problemáticas, con un montaje rudimentario, pero efectivo que alimenta la imaginación, diversa y colorida desde muchos ámbitos. Sí el visual, el que nos transporta a la fiesta de disfraces, pero también el escrito en papel, donde cada personaje tiene su propio color y su manera de teñirse en varias sombras. Aplaudo el uso de la irreverencia para burlar la incorrección y de un elenco dispuesto a abrazar la comedia poco sutil para recordarnos que en este mundo repleto de juicios y pisoteos el más ridículo suele ser el que está está arriba de la supuesta cadena alimenticia.

La Quema De Unicornios se presenta los miércoles a las 8:00pm en el Teatro La Capilla.