Con Los Empeños De Una Casa, Aurora Cano regresa un texto de Sor Juana Inés de la Cruz de los 1600 al escenario moderno con una pericia, un colorido y una simpatía que provoca no sólo que la obra se sienta contemporánea, pero lo hace dándole nueva vida desde el homenaje a todo aquello que Sor Juana representaba y las razones por las cuales el texto fue aplaudido en el teatro hispanoamericano colonial.
No hay una sola cosa en Los Empeños De Una Casa de la CNT que se sienta que sobra o está fuera de lugar. Incluso cuando los personajes habitantes de un mundo novohispano se ponen a cantar «Flowers» de Miley Cyrus (una preciosa traducción al español), el momento cae como tallado a la medida en esta fantasía barroca con la que Aurora Cano juega a entregarnos clásico y moderno en una mezcolanza que en papel podría no funcionar, pero en acción se vuelve como la mezcla perfecta de dulce y salado. Manchego con uva verde que la misma Sor Juana sería la primera en aplaudir.
Utilizando a una ficción de Sor Juana y a su Virreina como personajes narradores y catalizadores del relato, Aurora Cano comienza su versión de Los Empeños De Una Casa cuando a una Juana de Asbaje, engolosinada en el romance y dolor del desamor, se le pide mejor escribir una comedia. Y de su complacencia nace la historia de dos parejas que, atrapadas en la misma casa por cuestiones del destino, se vuelven incapaces de encontrar ahí mismo el rostro de sus verdaderos amores y terminan por enmarañarse con aquellos bateados por sus corazones.
Doña Ana, la dueña de la mansión, quiere a Carlos de Olmedo pero es perseguida por Don Juan de Vargas, que por un errorcillo de juicio de su criada, Celia, tiene las llaves de su casa. De cualquier manera Don Carlos está enamorado de Doña Leonor, que ha huido de su padre y acaba refugiada en casa de Doña Ana, casualmente junto a Don Carlos que a su vez está prófugo de la justicia. Y ninguno se puede enterar que el otro está ahí porque además la casa le pertenece a Don Pedro, hermano de Doña Ana, que pretende a Leonor y hará lo que sea para convencer a su padre, Don Rodrigo de entregársela en casamiento.
Y todo eso hablado en verso.
Una comedia de enredos como ninguna otra que Aurora Cano se toma en serio y a la vez no, y en esa dualidad radica su gloria. De lenguaje mayoritariamente preciso con la época, verso perspicaz y personajes muy de sus tiempos, Los Empeños De Una Casa definitivamente pertenece a un repertorio clásico que se respeta, pero se adorna desde la irreverencia para transportarla a un siglo XXI donde mucho de lo que sucede en el relato nos resulta absurdo de concepción.
De modo que el montaje asume lo ridículo para luego inflarlo con la introducción de un trío que se aparece por debajo de la escenografía para cantar boleros con nuestros protagonistas, momentos karaoke donde se le invita al público a cantar con los habitantes de esta casa del caos, tazas gigantes de café que caen por los cielos y en las cuales se puede «chopear» una galletita, sirvientes sopranos y baritonos que más bien parecen zombies, una estética queer que provocaría desmayos en tiempos coloniales, pero que Sor Juana disfrutaría pataleando, y un diseño de producción que a momentos es francamente regio pero en otros instantes descaradamente bobo.
Mucho del estilismo y al mismo tiempo el enredo lo logra la escenografía de Jesús Hernández. Una tarima en forma de luna llena que pudiera parecer una cajita de música, tal vez un Huevo de Fabergé, repleto de portezuelas que se abren desde recortes con distintas formas para poder ubicar a los personajes en distintos puntos de la casa. Dividiéndolos de manera muy obvia en compartimentos que no alcanzan a ver fuera de sus huecos, como esos espacios en el calendario de adviento, y al mismo tiempo dándole a cada entrapado su propia forma y personalidad que en toda medida los vuelve habitaciones ajenas la una de la otra. Divertido y funcional, uno no puede parar de esperar qué es lo siguiente que va a salir cuando se abra una de las escotillas.
Sumado a tapices opulentos que recubren lo poco que alcanzamos a ver de cómo sería aquél espacio del que sólo vemos la puntita, y con una iluminación y mapping a momentos agresivamente modernos para chocar con este universo de espadazos, verso y modestia, el puro aparato escenográfico es por sí mismo un personaje más de Los Empeños De Una Casa. Un pop up de sorpresas que cuando ve salir por debajo a un pianista que pareciera arrastrarse de una trampilla para salir a tocar «Esta tarde vi llover» ha cumplido todo tipo de propósito.
Pero quizá de las cosas más activamente bellas, inusuales y toda una propuesta que realza este mundo que no es precisamente novohispano, pero sí un guiño al estilo de una época, el vestuario de Jerildy Bosch, y el trabajo en maquillaje y peinado de Maricela Estrada es efectivo y hermosísimo. En la Virreina María Luisa de Lara y Gonzaga una especie de lechugilla y pelo de un chinor descontrolado que la hacen parecer espectro de abolengo, en Hernando una falda floreada, un arnés de tiras y zapatos de muñeca que deconstruye el género y genera porte, en Doña Ana un estilo beehive exageradísimo con flores y en Leonor listones cayendo por una trenza que les otorgan feminidad desde perspectivas muy distintas. El universo de Los Empeños De Una Casa es uno que se saborea con las pupilas y sabe como a macarrón y lavanda.
Comprometida con un texto en un verso no tan sencillo, los actores de la Compañía Nacional de Teatro encuentran el paso adecuado para rescatar valiosa comedia en fonemas a los que ya no estamos acostumbrados. Y mucho del trabajo lo hacen desde la corporalidad y la farsa más isabelina. Adriana Reséndiz como la entrometida Celia es sinónimo de risas explosivas, y Marco Antonio García como Castaño, criado de Don Carlos que en algún momento se disfraza de Leonor para despistar a Don Pedro se queda impregnado en la memoria con una de las escenas más hilarantes de toda la puesta.
Aurora Cano no se la puso fácil, ésa es la verdad. Tomar un texto escrito hace cuatro siglos, que en su momento hacía olas con un personaje femenino protagónico inusual en tiempos extra patriarcales, que hoy en día no deja de pertenecer a una época, hablarlo en verso, de pronto con anacronismos, de pronto con poemas, para hablar del amor y la razón desde la comedia, pero manteniendo el espíritu abatido de una Sor Juana cuyo corazón nunca estuvo del todo en paz, y celebralo. Hacer fiesta musical con él y visuales preciosos que son pero no son de ningún tiempo u otro, nada en Los Empeños De Una Casa sonaba a trabajo fácil, y sin embargo montado en el escenario del Julio Castillo pareciera que desde siempre nació para ser este dulcecito que es camino de espinas y piel canela a la vez. Y una obra que sería un lujo ver regresar siempre al teatro mexicano después de su paso originalmente por Bellas Artes y recientemente por el CCB.