Un literal Frankenstein, Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza es José Antonio Becerril tratando de hacer sentido a sus muchos pensamientos, recuerdos, ganas de contar cosas y hasta canciones a la caca convertidas en un monólogo biográfico ficcionalizado y documental que, como concepto, tiene mucho de dónde explorar, pero como ejecución sufre del mismo problema que el monstruo de Mary Shelley… le falta dirección.

A favor de José Antonio Becerril -dramaturgo, director y actor- desde muy al inicio de Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza se nos advierte que lo que estamos por ver no tiene del todo ni pies ni cabeza, es más, no tiene un final, y nadie está tratando de ocultarlo. De la manera más cándida, Becerril se para rompiendo la cuarta pared para sentenciar que el unipersonal que estamos por ver es un Frankenstein. Inspirado también en Frankenstein, con el cual comparte la caracteristica de estar armado con piezas de todos lados y suturado ahí como se pudo.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

José Antonio Becerril se gana rápidamente al público con carisma y pasión por intentar. Él no presume ser un autor consumado, ni siquiera trata de ocultar que el proyecto estuvo pensado para que una amiga se integrara al montaje, pero luego la amiga lo desertó. No, todo está dicho. De modo que sí, la génesis de Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza es parte de la misma trama de Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza. La forma en la que lo ideó, lo presentó a un ex maestro de actuación, lo pulió hasta donde pudo y lo dejó sin final. Es una obra sobre la obra misma y sobre su autor… un actor. Una autopsia.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

Para reconstruir los muchos recovecos que ocupan la verborrea de pensamientos que quiere colocar en el monólogo, Becerril utiliza varios elementos audiovisuales. Un atril le permite leer un diario que escribió desde pandemia, viviendo con roomies, soñando con el día en que pudiera generar lo suficiente como para tener casa propia, y las páginas del mismo escrito se van proyectando atrás de él como las páginas del libro de sus recuerdos, abiertas y vulnerables ante el público.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

También hay una pantalla que el actor utiliza con otro proyector específicamente para relatar el drama del monstruo de Frankenstein que conocemos bien por Mary Shelley, haciendo uso de una variedad de objetos irreverentes para representar a los mismos personajes de la historia como un diorama. Nuevamente una proyección de su propia imagen le permite tener una conversación con él mismo, mientras una guitarra escondida entre la tramoya nos brinda un momento musical improvisado con la ayuda del espectador, y la escenografía se parte aludiendo a un cubículo para otorgar un divertido momento de comedia escatológica sucedido de acuerdo a la narración en los baños de la Tapo.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza es adorable, ¿cómo no iba a serlo si nace de la sinceridad más bruta? Pero no por eso de ejecución perfecta. El unipersonal sufre el mal de tantos proyectos en los que el autor decide hacerla de todo, hasta de acomodador de asientos. La dramaturgia, sí, es un rompecabezas, un huevo revuelto que en ningún momento pretende ser un cuadro completo de pinceladas precisas, está desquebrajada y así le gusta estar. Cuenta lo que tiene que contar y para el final sin final se acerca con la audiencia para rellenar huecos con propuestas del público. Es hasta interactiva. Bravo todo.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

Pero como actor, José Antonio Becerril requiere de un director, y al ser él mismo todo, se permitió tropezar demasiado. La ausencia de una visión panorámica le impide tener guía a él como relatador que se nota a momentos rebasado, caótico y desordenado, no desde ahí donde la obra pretende asumirse de trazo poco pulcro, pero desde donde el ritmo y la transformación en personajes incidentales nos permiten a nosotros, público, entender con cláridad cada momento bajo su propia convención.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

Becerril se toma mucho tiempo leyendo, y a momentos lo hace como si estuviera conociendo su propio material por primera vez, con poca claridad, dicción y pausa; y cuando representa escenas del pasado donde hay más de un personaje involucrado que él solito va a interpretar hay una sensación de prisa y falta de timing que le impiden lograr la cadencia adecuada para que cada diálogo pese y caiga, los chistes no se pierdan en el vacío de lo dicho sin tiempo de respuesta, y la corporalidad de los personajes incidentales venga realmente de la construcción y no sea sólo derivativo de monólogos que ha visto en otros lados.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza

Como Víctor Frankenstein, José Antonio Becerril intentó jugar a ser dios de su propia creación, y como a Frankenstein el experimento lo acabó derrotando. Dándole una sensación de eterno ensayo. Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza tiene mucho para ser una exposición documental interesante, simpática, tierna, reflexiva. Los ingredientes están puestos sobre la mesa (algunos sobre el piso), y hay electricidad en el aire, pero antes de que un artista pueda gritar, «¡Está vivo!», las piezas de esto que quién sabe qué es, pero va a empezar a latir con corazón, necesitan estar todas sobre la plancha. Y en este monólogo en específico, al cuerpo le faltaron partes.

Un Tornillo Atraviesa Mi Cabeza se presenta los miércoles y jueves a las 8:00pm en Foro La Gruta.