Una relación enfermiza se gesta entre un profesor y un guía de turistas tan obsesiva como destructiva en una pieza minimalista pero estilizada de Martín Acosta que retrata la codependencia desde el lugar más vil con un par de actores en escena rabiosos y fantásticos que hacen de un viaje a las pirámides, un encuentro flamígero que no te permite relajarte en el asiento.
Una caja negra, un cuarto en sombras apenas dividido por un panel de vinil amarillo es todo lo que Martín Acosta necesita para contar este arrebatado relato donde el amor, no es amor, es deseo, es obsesión, es dependencia, es grillete y quema más de lo que calienta. No, miento, no es todo lo que necesita, lo que Guía de Turistas tiene es a un Manuel Cruz Vivas, que se va volviendo una eminencia en actuación en este país, y un José Daniel Figueroa muy fuera de su zona de comfort, en un rol soberbio que requiere de ambos una entrega total y visceral.
Guía de Turistas, originalmente The Tourist Guide, escrita por Botho Strauss para un actor y una actriz, situada en Grecia, obtiene un tinte distinto…violento en manos de Luis Mario Moncada y Martín Acosta que la adaptan para hacer de este tumultuoso encuentro uno entre dos hombres. Un profesor de secundaria en plena crisis de mediana edad, y un joven guía de turistas de una zona arqueológica en Oaxaca, que después de pasar una noche juntos comienzan a perseguirse sin poderse soltar.
A pesar de haberse entregado a una noche juntos, Cristobal está enamorado de un arquéologo alcohólico con quien vive y a quien nombra su gran amor, cosa que saca de quicio a Martín, cuya única noche con el guía de turistas le ha bastado para sentir un intenso deseo por él. Luego de que Cristobal tenga la osadía de llevar a su amante inconsciente a casa de Martín, los papeles se reversan para hacer del guía de turistas el que enloquece vociferando el nombre de Martín, solo desde el patio como un perro pateado necesitado de casa.
Lo que comienza como un thriller psicosexual, encuentro tras encuentro de dos hombres que parecieran encadenados el uno al otro, pero con necesidad de salir corriendo hacia el otro lado, para el acto dos se transforma más en metáfora. Dos hombres más fuera de la realidad que dentro de ella, encerrados en una cabaña lejos del mundo, deshidratados, golpeados, sangrados, sin agua, sin comida, sin deseo o apetito, pero sin poderse salir por la puerta. Una pintura grotesca de la dependencia en su forma más nociva con una figura de tintes prehispánicos, un fantasma de aquella arqueología extinta, de ese hombre alcohólico, del mal llamado amor, que los visita para agredirlos e intensificar la crueldad de la ya cruda jaula que ellos han creado para sí mismos.
Martín Acosta no se limita pero busca preciosura en sus cuadros. Como una pintura de Caravaggio, claroscura, provocativa pero no por eso menos bella. la iluminación toma un papel preponderante en hacer de estos cuadros intensos sombreados y espacios delineados, prácticamente arquitectónicos, donde la sombra cubre una gran parte de la escena, como esta nube negra que se traga constantemente a Martín y Cristobal, para dejarlos a ellos golpeados por destellos severos que los vuelven figuras duras. No hay un gramo de sutileza o suavidad en el montaje. Y para cuando el panel amarillo se prende lumínicamente en franco fulgor la visión es abrasante y prácticamente demasiado estridente para la mirada. Como los gritos de Cristobal que ha perdido todo pudor para volverse salvaje y necesitado.
Mismo caso con el sonido. Acosta cuida mucho sus silencios y sus francos ruidos. Latas desperdigadas por doquier en una cacofonía metálica durante un oscuro van llenando esa cabaña que es cada vez más cerca a un infierno. Lo que empieza con una música de transición, trágica pero melodiosa, como salida de una película de Hitchcock es de pronto golpes de estruendo en un mundo que a ellos se les ha ido desquebrando para perder el sonido aún engañoso de lo que podría pasar por amor o cariño, y descubrir debajo sólo cascajo.
Pero Guía de Turistas funciona en este minimalismo sombreado más allá del estilismo elegante por sus dos (de pronto tres, aunque ese tercero sea más una visión) actores con un nivel interpretativo superior. Iniciando por Manuel Cruz Vivas como Cristobal que crea a una serpiente en piel de liebre confundida. Un diablo que inicia desde el ego una relación en la que disfruta con cierto sadismo de ver al otro perder el control, pero que llegado el momento se vuelve incapaz de retomar el control de un juego que inició él con reglas monstruosas que él traviesamente impuso. Manuel es ácido y filoso, contenido y puntualmente desbordado, degusta cada incisivo diálogo de su guía de turistas como si fuera hielo frío en un desierto caliente. Hipnotizante.
Y a su lado, José Daniel Figueroa, de pronto más visto en musicales, en comedia, se para entero pero con absoluta vulnerabilidad, con una caprichosa arrogancia que se hace pasar por madurez, que no puede sino tener un hombre, usualmente respetado y admirado, de pronto convertido en juguete de alguien que ni siquiera conoce el mundo como lo conoce él, pero que ha tomado las riendas desde el principio sin pedir permiso. José Daniel representa un lado muy humano, frágil, relacionable, hasta que no, hasta que se entrega al desaliento desde la inanición y entonces nace un segundo demonio. Y su trabajo es soberbio.
Guía de Turistas se siente como una pieza de autor. Un montaje que tiene la firma de su creador por doquier, que se siente tan pensado, tan delineado por todos lados para verse y oírse de una manera específica, cargada de un ambiente muy único, pero que jamás le quita peso a un texto que lleva al extremo esa necesidad de estar con un otro que no es el más sano, pero quizá inevitable, que muchos conocen, no tal vez a ese nivel de Martín y Cristobal, pero que en atisbos de reconocimiento se baja la mirada ante la proyección de la codependencia que es tan humana y primitiva como esas pirámides de tiempos pasados que hoy estudiamos como arqueología.
Guía De Turistas se presenta los martes y miércoles a las 8:00pm en Teatro El Milagro.