El fantástico personaje de Carlo Collodi vuelve a la vida (no pun intended) en Pinocho 21, una adaptación francesa del clásico cuento italiano donde un muñeco busca convertirse en niño de verdad, pero con un giro actual que le permite a Antoine Chalard hablar del vicio del gaming e incluir un muy pertinente tema sobre la identidad trans.
A estas alturas todos conocemos bien la historia de Pinocho. Originalmente un títere de madera, creado por un dulce anciano llamado Geppetto, que luego de ser deseado a la vida, obtiene una oportunidad ante la posibilidad de convertirse en ser humano, que ve truncada luego de pretender asistir a la escuela pero desviarse por el camino del ocio y los peligros de la tentación, para acabar metido en severos problemas que lo terminan por alejar de su meta de ser un hijo de verdad para su querido Geppetto.
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Pinocho 21 retoma mucho de la trama principal y esencia del personaje, pero le da un vuelco para situarlo en un mundo presente que conocemos mejor. Geppetto es un homeless y los materiales con los que está hecho Pinocho son más precarios: zapatitos de esponja, pantalones de periódico, pelo de pasto y como sombrero un embudo. Todos materiales recopilados de la basura. Y su gran problema, más allá de adquirir la sabiduría necesaría para volverse ser humano, es la falta de dinero que tiene a su papá caminando por ahí sin ropa.
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De modo que la tentación de hacer dinero fácil, que literalmente caiga de las hojas de los árboles, es mucha. Y sus razones para tropezar con la mentira muy válidas. En este mundo actual, sus enemigos, el zorro y el gato, son más bien un par de chacas, pimpeados con ese look urbano nacido del hip-hop, también pertinente tomando en cuenta que este Pinocho rapea. Y baila. Y la feria que lo vuelve un burro sin mayor pensamiento propio, es más bien el universo online de los videojuegos, con el cual tropieza en la búsqueda de Geppetto y termina por perder toda noción del tiempo en cuanto se ve absorto en la pantalla.
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La mayor actualización, quizá, a esta historia tan conocida, le pertenece al Hada Azul. Inicialmente una drag queen ataviada en azul rey que destella en cuanto aparece, pero a partir de sus palabras, aquellas con las que le explica a Pinocho que ella no siempre fue un Hada, y no todo mundo la identificaba como tal, acaba por sostener más claramente un discurso sobre la identidad trans, que prácticamente sin costuras se acopla perfecto a una historia sobre un niño en la búsqueda de transformarse en quién realmente es, más allá de una apariencia plástica.
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Pinocho 21 tiene algo bello que decir sobre el pedregoso camino y los muchos obstáculos que uno libra para lograr llegar a ser quien en el corazón sabemos que somos. Y esta Hada Azul, como una mujer enteramente realizada, con una capacidad mágica que nace del saber antes que de una virtud sobrenatural, se nos presenta no como bajada de las estrellas, pero con los tacones en el suelo, como alguien que ya lo vivió, que sabe de lo que habla, y que cuando otorga magia lo hace más como pasando la batuta, permitiéndole a otros atravesar el camino espinado como tal vez a ella alguien más se lo permitió primero.
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El concepto de Antoine Chalard (director y dramaturgo) definitivamente brilla con luz propia, pero la producción, en el enorme escenario del Helénico, no consigue la magia de aquello que se nos va contando. Sí con un vestuario perfectamente salido de un cuento moderno, pero en términos escenográficos y lumínicos lejos del potencial de una fantasía como Pinocho. Con unas escaleras situadas a la mitad prácticamente como única pieza de escenografía, y una gasa que cubre la parte trase del escenario para permitir ciertos juegos de proyecciones, Pinocho 21 se percibe empobrecida y demasiado vacía.
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Ahí donde el diseño de iluminación hubiera podido aprovechar mucho más la gasa trasera para crear fondos y figuras, donde las proyecciones hubieran podido rellenar más el espacio para sorprender, donde los trucos para hacer crecer la nariz de Pinocho o hacer volar una mochila del cielo se hubieran podido tomar mayor detalle, buscar la ilusión de una manera más genuina, más llamativa, los visuales de este montaje deslucen y tanto escenario se siente inevitablemente desaprovechado. No en todo momento, pero es justo porque en un par de instancias logran cosas bellas, que cuando regresan a la escalera pelona, todo se torna terrenalmente desilusionante.
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Como obra para jóvenes audiencias, Pinocho 21 no logra llegar a ese lugar cautivante y mágico al que este cuento nos lleva transportando desde los 1800’s; como texto, como idea, como reencarnación de una historia que nos sabemos de memoria, Chalard definitivamente le mete ese encanto que la vuelve distinta y le permite resonar con una audiencia que hoy en día embrutece con la pantalla del celular, sí, y que se enfrenta con un abanico de identidades dentro de la bandera del género que para un niño es importante escuchar que todas son válidas, y que el camino a encontrarse a uno mismo no siempre es fácil, pero eventualmente llega con una la gran recompense de poder verse en un espejo y reconocerse.
Pinocho 21 se presenta sábados y domingos en matiné, a la 13:00pm, en el Teatro Helénico.