La maternidad se alumbra desde un lugar de pesadumbre y pérdida en Casas Vacías, la adaptación a teatro de la novela de Brenda Navarro sobre la desaparición de un niño pequeño y las dos madres que están involucradas, en un texto que te pisa el pecho y un montaje de movimiento furioso, que retuerce e incomoda al momento de hablar del lado B de ser mamá y no quererlo realmente.

Hablar de maternidad se suele hacer desde un lugar de triunfo y cariño. La mujer que se convierte en madre y de pronto su vida está más completa, o distinta pero llena de una nueva alegría, o la que lo busca desesperadamente para eventualmente sentir que trepó a la punta del Everest… o la que no lo consigue, o lo pierde, y con ello mucha de la esperanza puesta en el futuro. Brenda Navarro, en esta adaptación a teatro hecha por Humberto Pérez Mortera nos presenta otra cara a la historia. Ahí donde ser mamá pesa y carcome, o donde la búsqueda por un hijo se convierte en egoísmo que castiga.

Casas Vacías, obra de teatro

Una madre de posición económica privilegiada lleva al parque a su hijo de tres años con autismo. Una madre… no forzosamente ausente, pero tampoco enteramente presente, preocupada por su amante y otra hija que ha tenido que adoptar de su cuñada luego de su violenta muerte en el extranjero, poco enfocada, difusa. Un instante de distracción basta para que el niño desaparezca prácticamente frente a sus ojos. Le sea robado frente a sus narices sin dejar rastro. Y la culpa la baña y la persigue. ¿Qué clase de mamá podría permitir que una cosa así pasara por darle más importancia a un amorío? Pero ni siquiera el perder a su niño la ayuda a conectar más con su hija adoptiva. Por el contrario, la desaparición las separa con un abismo.

Casas Vacías, obra de teatro

La otra mujer en la historia ha puesto todas sus esperanzas en ser madre. Su pareja, un hombre abusivo y sin escrúpulos no parecer tenerle ningún tipo de aprecio más allá de verla como desahogo sexual, pero a ella no le importa si eso implica quedar embarazada, y poder finalmente retenerlo bajo el lema de finalmente ser una familia adecuada. Pero después de un aborto desatendido y la clara noción de que su pareja cada vez tiene menos interés en ella, aún cuando ella ha conseguido una casa nueva para ambos con dos patios, le empieza a quedar claro que tal vez no le va a tocar ser mamá. Pero la oportunidad se le presenta de otro modo. Un niño en el parque. Un niño que conoce y al que ya le ha puesto nombre.

Casas Vacías, obra de teatro

Las dos mujeres se intercalan para contar ambos lados de una misma historia, pero para las actrices no se vuelve un monólogo. Una, la que en el momento no está narrando se vuelve parte del contexto de la segunda, y una presencia que no se puede quitar de encima a la otra. Mariana Giménez (directora) traza toda una coreografía en torno a esta simbiosis y la construye como una danza violenta. Porque la desaparición del pequeño Dani pudiera ser la catalizadora del relato, pero las violencias que ambas mujeres viven y combaten, ejercidas por otros, ejercidas a otras, ejercidas y justificadas por ellas mismas son todo un universo en Casas Vacías.

Casas Vacías, obra de teatro

Para el personaje de Paula Watson hay algo pasivo en este movimiento. Un pesar que la tira al piso, que provoca letargo y arrastre. Se ve como la depresión se siente. Cuando enfrenta a su contraparte lo hace con toda debilidad, es vencida, aplacada, su rumbo incierto; para el personaje de Mariana Villegas los movimientos son una franca batalla. Golpes secos, contundentes, aberrantes. De pronto ridículos, caricaturizados, en línea con lo absurdo de todo lo que deja pasar y normaliza, y constantes. Como dardos. Un concepto que Mariana Giménez utiliza de manera provocativa, y con el que consigue que en la audiencia uno se re-acomode varias veces en el asiento.

Casas Vacías, obra de teatro

Lo que estas mujeres tienen que contar no apela al reconocimiento, tal vez ni siquiera del todo a la empatía, pero pinta un cuadro más completo que otras historias en busca de redención. Para estas mujeres ésta es la vida. Y es cruel y es injusta, y ellas pueden tomarlo vencidas o iracundas, o resueltas, y en hacerlo claro que pisan lo inhumano, aquello que su entorno no ha dejado de hacer con ellas -y con otras muchas- y que a veces no queda de otra más que pagar con la misma moneda. No que nadie esté justificando lo que le sucede a Dani, al niño, que en el espectro ni siquiera entiende qué le está pasando, es el menos culpable de todo. Pero las cosas no sólo suceden de forma espontánea, y es ahí donde Casas Vacías entra a recordarnos que la cadena tiene una serie de eslabones.

Casas Vacías, obra de teatro

El montaje nos coloca en ese parque inaudito donde en las paredes se han pintado dibujos retorcidos, que no son meramente un guiño a las violencias de género, pero instantes de ambas historias retratados como por un niño pequeño, desde esa visión simplista que los vuelve más desgarradores, porque el significado se los va otorgando la historia conforme va pasando. Y eso que pudo ser pintado por un niño de pronto lo entendemos como algo que se carga desde siempre. Desde que de pequeña a una de ellas su madre la intentó ahogar en la tina para luego arrepentirse como si nada. Es una herencia tétrica en crayola.

Casas Vacías, obra de teatro

Pero está en el peso de las interpretaciones dramáticas, de las palabras que se sueltan sin filtros y con mucha candidez, más de la que estamos acostumbrados a oír, que Casas Vacías realmente se transforma en piedra demoledora. Paula Watson entrega a una figura tan deshecha, tan dada al desaliento, urgiría tomarla de los hombros para volvera a llenar de algún tipo de ánimo que le permita al menos tomar decisiones, una interpretación lúgubre; mientras Mariana Villegas se vuelca hacia lo intenso, y es dura como piedra que se niega a convertirse en arena, y soberbia al mismo tiempo que delirante. Ahí donde su cabeza no le permite caer en culpas y prefiere protegerla con enterita ilusión. Su acting tiene una densidad rotunda, es un yunque en medio de la escena.

Casas Vacías, obra de teatro

Casas Vacías es de esas obras que te roba el aliento. Un combate uno a uno donde sabemos que no hay ganador. Que estás viendo sin recordar del todo cómo se respira y que cuando termina tienes que tomarte del barandal para ponerte en pie. Es poderosa y brutal, y gustosamente se recibe su franqueza sin clemencia aunque pese y hunda, porque tiene mucho de relevancia que decir. Tiene un perfil que retratar sobre la maternidad que es igualmente válido y perteneciente; de un país donde la violencia es pan de cada día, tanto que a veces no la notamos, tanto que también viene de seres queridos; de una realidad donde la misoginia está presente en hombre y en mujeres, y es heredada, un legado familiar; de un lugar donde los que desaparecen no regresan, y son demasiados, y donde asumimos la impunidad antes que la justicia. Es intensa y es impactante. Y oh, que buena.

Casas Vacías se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Shakespeare.