Un intenso y explosivo despliegue de las violencias sistémicas que tenemos sumamente normalizadas hacia la mujer, Las Dos Cassandras es un abre ojos constante en un montaje trepidante donde dos voces se vuelven una, de una manera muy literal y muy sorprendente, con una Vicky Araico y una Majo Pérez que hacen gala de precisión y de trabajo en absoluta complicidad.
Las Dos Cassandras es de esas obras en las que uno no puedo evitar pensar en el trabajo detrás. No que se vea esforzado, al contrario, Vicky Araico y Majo Pérez hacen ver como pan comido en escena, lo que en realidad debe ser un entrenamiento cardiaco, pero todo es tan puntual, tan exacto, tan cuidado dentro de un movimiento frenético y extenuante, que es imposible no estar ahí sentado admirando el riguroso trabajo de ensayo que se debió haber necesitado para una puesta como ésta.

En el escenario del Foro Lucerna, absoluta caja negra, no hay más que dos objetos visibles. Un micrófono y una muy blanca tina. Desde el principio y antes de que todo comience queda muy claro que las actrices vienen a desvestir algo muy íntimo, y a que sus voces sean escuchadas. Y en efecto se nos entrega una puesta que hace ruido. Que resuena en los muchos veintes que van cayendo conforme se destapa una coladera de micro violencias sistémicas, y hace eco desde el visual delicado de dos mujeres en leotardos blancos, sin mayor intención de cobertura, siendo todo menos sutiles y complacientes.

El texto de Amy Nostbakken y Norah Sadava, perfectamente adaptado a la mexicanidad por la misma Vicky Araico no tiene una estructura tradicional ni pretende realmente ser una historia de fórmula con principio, medio y final. Es más, yo argumentaría que el poco relato ficcionado que se nos presenta más como establecimiento que otra cosa, no es sino un pretexto para poder exponer una constante de juicios nocivos de género, que van desde lo estético, lo racial y hasta lo sexual en una sociedad que carga un histórico generacional tantas veces reproducido y pocas veces replanteado.

Las Dos Cassandras inicia desde lo sorpresivo con dos voces en absoluto simultáneo. Una característica que se repite muchísimo dentro del montaje y que jamás deja de apantallar en su capacidad de ser francamente simbiótica. Vicky Araico y Majo Pérez son la misma mujer y al mismo tiempo no. Son una misma voz, pero también una que se fractura y divide para cuestionarse a sí misma y a los demás. Una sola persona que se enfrenta a sí misma, de pronto de manera arrebatada, en esta cosa muy humana de a veces ser nuestro peor enemigo, nuestro primer impostor, nuestro obstáculo más frecuente.

La mujer al centro de la historia acaba de perder a su mamá. Su mamá ha muerto. Y se espera de ella que diga unas palabras en el funeral. El problema es que justo ahora que debe usar su voz para recordar a una persona que la ha marcado de manera indefinida, se ha quedado sin voz. Las Dos Cassandras es entonces un monólogo interno, un continuo recordar a la mujer que era su madre, con virtudes y defectos, con las muchas veces que le tocó ser tapete para que otros pasaran por encima, con aquello que se le ha heredado que se sienten como cadenas que va arrastrando, ella y todas ellas, que ese día, en el día del funeral de su mamá, le han robado la capacidad de hablar.

A veces al unísono, a veces por turnos, Vicky y Majo combaten en una intensa coreografía que se vuelve una danza dentro de la puesta. Un constante ir y venir, soltarse el pelo, arrebatarse el micrófono, replicarse haciendo las voces de una contestadora que recibe mensajes de amigas y familiares, entrar y salir de la tina, esconderse, achicarse, pedir la ayuda de hombres en el público para que las vengan a salvar, a cargar lo que -obviamente, claro que sí- es demasiado pesado para ellas, y cantar. Cantar constantemente en una obra que sin duda tiene un ritmo que la hace sentir como un solo de percusiones y una musicalidad que permite a la voz no ser un sonsonete, pero un elemento fluido con tantas maneras de ser escuchado y reconocido.

Lo que Las Dos Cassandras consigue es que le pongamos atención no a los grandes eventos notoriamente agresivos que no pueden sino ser denunciados, pero a las pequeñas cosas. A las que suceden diario, en conversaciones, en la tele, en la publicidad. A las que son parte de nuestra vida que rara vez cuestionamos porque a veces son sólo ruido blanco para mentes que no tienen necesidad de ponerles foco. Pero cuando ellas empiezan a hablar de esos anuncios que venden la eterna perfección corpórea, la blanquitud, la juventud; y la forma en la que una mujer es mejor recibida cuando es poco combativa, no tal cual sumisa, sólo no amenazante; y esos elogios que les otorgamos siempre con adjetivos que masculinizan para adornar, y hasta la forma en la priorizamos el vestir adecuado, incluso para un funeral, «¿pero qué te vas a poner?», queda muy claro que al género femenino lo tenemos metido una cajita de bordes poco maleables, que hombres y mujeres por igual mantienen en estado de constante revisión.

Las Dos Cassandras es potente, realmente potentísima en manos de la directora Amy Nostbakken que traduce las palabras que ya tienen mucho de rotundas a movimiento. A enfrentamiento. A un trazo que es confrontativo y al mismo tiempo muy bello. Muy limpio con ese visual de tina blanca, pristino en su capacidad de brillar contra el oscuro, y como un eco en el concepto de dos voces que, además, no podrían ser más diferentes entre ellas. Porque Vicky Araico y Majo Pérez son todo menos recortadas por la misma tijera, y eso en sí abre un abanico dentro de la obra que le permite que esa mujer en la tina sea cualquier mujer y todas las mujeres.

Las palabras que se vociferan como cachetadas para que le pongamos atención a aquello que está frente a nuestros ojos, absolutamente cumplen su propósito de enfocar nuestra mirada para conseguir varias, muchas realizaciones de una verdad que con tantita mordacidad queda claro que la hemos permitido más por costumbre que vileza, pero Las Dos Cassandras emociona y esclarece en su interpretación. Es el trabajo que Vicky y Majo otorgan a manos llenas y de manera ultra generosa (me imagino fatigante) el que se queda contigo, el que se mete abajo de la piel para erizarla y el que permite salir de esa sala pensando, qué bárbaras. Cassandra, la de la mitología griega, fue maldita para que sus predicciones, sus advertencias, jamás fueran escuchadas. Con esta obra se rompe la maldición, porque es imposible con este nivel de inmolación que las voces de estas mujeres estén condenadas a ser ignoradas.
Las Dos Cassandras se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Lucerna.