Uno de nuestros editores explica por qué es que Lo Que Queda De Nosotros (de Sara Pinet y Alejandro Ricaño) es una de las obras que más lo ha transformado.
Lo Que Queda De Nosotros, actualmente presentándose los fines en Foro Shakespeare, es tan clara en su mensaje y lo expresa de una manera tan directa y tan hermosa, que no hay manera de salir de ahí siendo el mismo que cuando entraste.
Yo soy dueño de perros, de dos, y mentiría si les dijera que no estoy consciente de que las probabilidades temporales dicen que me va a tocar verlos partir en algún momento u otro. Ahora son chiquitos, ninguno ha llegado ni a los cuatro años, y no es algo en lo que piense seguido. Pero lo he sentido, me he acostado por las noches, ya con la cabeza en la almohada, volteando a ver a uno de ellos roncando en su camita a mi lado y se me ha cruzado un «algún día lo voy a extrañar».
No me estoy poniendo mórbido, pero ésa es una de las razones por las cuales Lo Que Queda De Nosotros habla en un lenguaje que absolutamente todos podemos entender (y no sólo los dueños de perros, porque ese pensamiento puede tener muchas facetas y distintas caras). Y es el preámbulo necesario para lo que les voy a contar.
En la obra (que es absolutamente familiar y es ampliamente recomendable para niños, adultos, ancianos y hasta perros) Sara Pinet interpreta a Nata, una niña, no se especifica del todo su edad, pero podemos asumir que tal vez le esté pegando a la adolescencia, unos 14-15 años. Nata no es especialmente apegada a nada, desde chiquita aprendió a reprimir sentimientos y rascarse con sus propias uñas. Pero tiene un papá al que ama y un perro que le acaban de regalar con el cual se está encariñando -le puso Toto porque así se llamaba el del vecino y ella no quiere pensar mucho. Este perro está interpretado por Raúl Villegas y durante la obra escuchamos sus pensamientos caninos de una manera absolutamente tierna pero no por eso absurda.
Luego de perder a su papá por una enfermedad, Nata recibe esa caricia de la muerte (que a todos nos ha tocado sentir, ése momento en el que el fallecimiento de alguien más provoca en nosotros el reconocimiento y tristeza de nuestra propia fecha de caducidad) y a la par de extrañar la presencia de su padre, se da cuenta de la mortalidad de todos a su alrededor, y el inevitable dolor que viene con la pérdida de un ser querido, lo que provoca que decida subir a Toto al coche, dejarlo en un lote baldío, y acelerar de ahí sin voltear atrás.
Lo que prosigue es una serie de viñetas desafortunadas en las que tanto Toto como Nata intentan reencontrarse sin suerte, y la manera en la que él, en toda su ingenuidad perruna (perfectamente retratada porque yo sí creo que los perros «piensan» de manera blanca) va confiando en las personas equivocadas y tropezando por el poco conocimiento que tiene del mundo fuera hasta acabar cojo y en la perrera.
Sé que descrita, Lo Que Queda De Nosotros suena como un dramón para cortarte las venas, pero no lo es. La forma «Ricañesca» de narración es a tiempos real y dura, pero también a momentos una fantasía de ápices emocionales, mágicos y tiernos. Y curiosamente funciona como franca terapia de tanatología.
Una obra en la que el espectador comienza en el mismo lugar que Nata, aquél en el que simplemente entendemos que no queremos perder nunca a nadie que amamos, pero al mismo tiempo sabemos que sucederá y no logramos siquiera llegar a visualizar cómo será eso para nosotros; pero para cuando acaba somos un poco más Toto. Este ser que vive al día, que no se futuriza, que entrega cariño y espera cariño de una manera orgánica y sin preocupaciones, que sin estar consciente, está más enterado que los humanos de lo importante que es el ahora, y que las amistades y cariños no se miden por línea de tiempo, pero por lo que entregamos el tiempo que las tenemos. Y más importante, un ser sin rencores. Un animal que incluso después de abandonado es capaz de mover la cola.
Escuchando sollozos de la audiencia, a mi derecha e izquierda (incluyendo los de mi acompañante) entendí por qué esta obra es importante para todos. Para los niños, porque es una manera bella de enterarlos de lo inevitable y enseñarlos a vivirlo y enfrentarlo sin obsesiones; para los adultos, porque conforme pasan los años todos hemos dejado ir gente (y no sólo por fallecimientos, a mis 33 puedo decir que la mitad de mis seres más queridos ya no viven ni remotamente en el mismo suelo geográfico que yo, y verlos partir también ha sido una pérdida) y a veces necesitamos escuchar y recordar lo importante que es no enfocarnos en la nostaglia, pero en el recuerdo bonito y la acción inmediata.
Lo Que Queda De Nosotros es para los que han dicho adiós y en la tristeza han cometido errores, pero más importante aún, es para los que llegamos a extrañar antes de tiempo, a medir en líneas temporales equivocadas, y para los que nos gusta salir del teatro sintiendo que un cachito nuestro ha sido transformado. No se la pueden perder en el Foro Shakespeare.