Hola, Bichito, bichito, hola…
¿Qué es un monstruo cuando hablamos de una persona? O mejor dicho, ¿qué hace a una persona convertirse en un monstruo? ¿Es el pasado que mantenemos oculto en el inconsciente? ¿Es la gente a la que llamamos familia? ¿Es las mentiras que se les dicen a otros sobre nosotros o las verdades que hemos decidido ocultarnos en un intento de protegernos?
En Bichito (Little One) la protagonista es un monstruo. Una antagonista con un pasado oscuro que no sino evitar atormentar a las personas que quiere… o que debería de querer, ¿tiene la habilidiad de querer?
Cami es una niña adoptada con un pasado violento que ha decidido olvidar junto con su verdadero nombre, Alex es su hermano, igualmente adoptado, que simplemente quiere vivir una vida normal, jugar con sus power rangers y ser delantero en el equipo de fútbol. Pero la familia entera está volcada hacia las necesidades de Cami, una niña lejos de ser normal que desde los cuatro años ya buscaba abusar de los hombres a su alrededor y sus compañeros de clase.
Conforme Alex y Cami crecen, y las agresiones de Cami se vuelven más atroces, Alex comienza a ver su propia vida desaparecer entre las necesidades y locuras de su hermana, hasta que de grande recibe una grabación de ella: el relato entretejido con la historia de sus vecinos de infancia, Roger y Obdulia, una pareja que se casó sin amor por necesidad de una nacionalidad cuyo final resulta tan violento y mordaz como el mismo pasado de Cami.
Paula Zelaya (directora) convierte a su Cami, excepcionalmente interpretada por Ana González Bello en un perro que no ladra, pero sí que muerde. Una mujer con la mirada vacía, en apariencia nerviosa e indefensa, pero que es en sus momentos de quietud cuando más perturbante resulta. Y es ella la razón principal de que Bichito se convierta en una obra francamente cautivante. ¿Qué va a hacer ahora? o peor aún, ¿qué no es capaz de hacer? son preguntas que te pasan por la mente mientras observas a Ana González Bello con la mirada desencajada tratar de soltar un «te quiero» que suene sincero.
Andrés Elvira, por su parte, logra convertirse en un narrador sincero de la historia de Alex y su hermana, y es a través de una cámara que él mismo toma para grabarse que nos cuenta su trágico relato; pero uno no puede evitar sentir que le falta reflejar desesperación en los momentos en los que Alex y Cami se enfrentan como hermanos, sí, pero también como enemigos que no se han dicho lo mucho que se desprecian. Pero qué maravilla esos momentos de combate álgido que se susurran en vez de gritarse.
Paula Zelaya usa la quietud como uno de sus motores, desde la pequeña sala que utiliza como escenario: un sillón viejo, un par de cajas, dos tapetes tan descuadrados como la misma relación de Alex y Cami; hasta el cúmulo de lámparas de todos colores y texturas que usa como adornos a su escenografía y parte de su iluminación, un recordatorio de que en la oscuridad es donde Cami pierde la cabeza y es capaz de acuchillar por amor, donde los demás personajes olvidan que se tienen que comportar como es debido. De lo mucho que uno no quiere darle la espalda al enemigo, no quiere dejarla sola con las cosas que más le importan.
Bichito es un thriller hipnotizante, si bien no puedo dejar de pensar que termina en un tono explicativo, que una escena antes Alex nos regala el final perfecto y que Hannah Moscovitch (dramaturga) estiró demasiado la liga para acabar en un lugar común que era innecesario; a pesar de eso, la versión virtual que ahora presenta el Foro Shakespeare, es una hora de ansiedad y diversión pura. Una obra que nos hace reconsiderar la presencia del monstruo que vive en el humano, y cómo la psicopatía no nace forzosamente del desequilibrio, pero vive en parte en el lado oscuro de cada uno de nosotros.
Bichito se presenta todos los martes de septiembre, puedes conseguir tu boleto en Boletia, aquí.