La historia de cómo un adolescente pierde la virginidad pudiera sonar a una que se ha contado muchísimas veces, en muchísimas comedias, pero Cero En Conducta es ácida, acaricia lo oscuro y ante todo es musical. Una obra de teatro peruana para dos actores que en CDMX hacen funcionar en un espacio diminuto con una personalidad destacada, dos actores que vuelan para revelación y un relato que… nos deja colgados en pleno clímax.
En México estamos acostumbrados a que nuestros musicales importados vienen de países de habla inglesa, y nos emociona escuchar «el musical de Broadway» o «de West End», pero Lorenzo López como productor volteó la vista hacia su país natal, Perú, para traernos una historia que en Latinoamérica ya se ha coronado con éxito: Cero En Conducta, una obra chiquita en toda medida, pero con todo para ser eléctrica.

Darío nos advierte desde el segundo uno que estamos por ver la historia de cómo perdió la virginidad. Y lo dice solemne, casi asustado. Esto no es un romance, eso es clarísimo. Como estudiante, Darío está lejos de tener las mejores calificaciones, y su conducta… bueno, es el tipo de alumno que le pone el corazón de una vaca en el asiento al profesor de química, que se la pasa reportado en la dirección. De modo que le cae como sorpresa que Pierina, una estudiante de diez, a la que él mismo molesta por ser una «cerebrito» de pronto le pida ayuda y lo cite en su casa.
Ya solos, la Pierina matada de bata blanca y pelo mal-recogido, se transforma en toda una mujer provocadora, cosa que Darío toma como invitación para finalmente perder la virginidad y así ganarse la admiración de sus supuestos amigos cuyo respeto no tiene comprado; pero no tiene idea de que Pierina en realidad sí está por mostrarle un lado suyo que nadie ve venir ni conoce, pero no es precisamente la fantasía que él se está saboreando la que ella ha planeado meticulosamente.

A pesar de una trama que intriga y provoca hambre de más, Cero En Conducta tiene un problema de génesis, y es que el musical no está consciente de que es puro establecimiento y nada de desarrollo. Una obra con Acto 1 que termina ahí donde debería haber un intermedio, y jamás se molesta por presentar un Acto 2. El autor del libreto, Mario Mendoza construye cuidadosamente a Darío y a Pierina al punto en el que honestamente nos emociona lo que procede para ellos, y luego apagan las luces en el punto cúspide de la historia.
Un arco dramático inconcluso que temeroso a tocar la oscuridad de la consecuencia, decide resumir lo que bien podría ser otra hora de historia, en dos frases finales dichas por Darío que se evitan el tener que terminar el cuerpo de este monstruo que han trabajado, que de otro modo podría arrasar y ser verdaderamente sombrío, y una comedia musical de suspenso e intriga muy en la línea de Heathers o Teeth, pero en formato pequeño e íntimo, perfecto para teatros más reducidos. Una oportunidad desperdiciada que al final del día resulta aún más frustrante sabiendo que ya lo tenían todo dispuesto.

El score de Sergio Cavero, aunque de canciones muy cortas que podrían extenderse sin problema, y sujeto por varios reprises es divertido y jovial, pero más importante aún y raro estos días, enormemente memorable. Las canciones caen y se pegan a la cabeza, una tras otra. Un sonido pop rock que además permite a sus intérpretes presumir su instrumento, de letras juguetonas y el uso humorístico e inteligente de un motif que usan cada que alguien escribe en el celular. Cierto, el diseño de audio para la sala 2 de La Teatrería, que no está concebida para musicales estridentes, complica el que todas las letras se entiendan y ciagan en su lugar, y se revienta a momentos en una ecualización complicada, pero tecnicismos aparte, la música de Cero En Conducta es todo lo vibrante que en musical protagonizado por estudiantes de prepa tendría que ser.

Jorge Ballina en la escenografía y Raúl Munguía en la iluminación hacen oro con lo mínimo que un escenario diminuto les permite. Paredes azules y objetos rojos otorgan a la obra un look tan retumbante como el de la música, una visión que mantiene alerta desde lo chillón, y lámparas de escritorio cuyo haz de luz se transforma ingeniosamente en un recuerdo de esos cuartitos de interrogatorio. Una especie de noir gen-z que descaradamente golpea con contraluces que permiten al montaje llevarnos del diálogo sin cuarta pared a la escena en casa de Pierina en un juego muy estilizado que aprovecha cada milímetro del espacio.
Genialidad e ingenio que además permite a los páneles ocultar objetos, escritorios, que aparecen como salidos de una casa de muñecas y van moviéndose por la escena llenando de dinamismo lo que peligrosamente hubiera podido ser una puesta demasiado estática para su propio bien. Héctor Berzunza en la dirección aprovecha maravillosamente esta disposición para simular la idea de transformación y figura, cuando en realidad el movimiento es muy mínimo, pero gracias a un diseño sumamente inteligente, jamás nos sentimos parados en el mismo lugar.

Pero ahí donde él mismo podría verse arriesgado con sus actores, toma el camino cuidado y la dirección se torna suave y sutil. Cero En Conducta tiene una clara intención provocadora, y aunque lo oscuro de su premisa nunca se conjuga en esta falta de un tratamiento completo, sí ofrece guiños a un arañazo más rojo de lo sexy o lo tempestuoso. Tal vez escandoloso, incluso, que se arma de humor oscuro para presuntamente caminar hacia un lugar más dramático. Héctor se protege hacia lo infantil, entendiendo a su elenco joven, tal vez como demasiado joven, y evitando todo aspecto que pudiera resultar incómodo, entregando un montaje limpio… demasiado, que en realidad pide a gritos una que otra mancha, idealmente de sangre.

Lorenzo López, además de productor, actor, camina esa delgada línea entre un intérprete aún verde y lo tierno de un adolescente que no sabe que es ingenuo que funciona perfecto para el papel. Y aunque de voz muy especial y muy única, que embona de manera ideal con este Darío que cada vez tiene menos claro cuál es su lugar y su gente, de pronto se ve rebasado por las canciones o el ritmo del texto, cuya comedia se le escapa de las manos en varios momentos que se sienten como un intentarlo demasiado. Curiosamente es cuando menos crece a Darío y le permite reaccionar de manera más orgánica, que resulta más gracioso, y mucho más el espejo que necesita ser para el espectador. Al final del día él es el hombre ordinario de pronto atrapado en una situación extraordinaria.

Y Farah Justiniani como Pierina es una fiera. Hace del misterio su arma más fuerte y todo el tiempo mantiene a la audiencia preguntándose qué oculta y qué va a hacer después. Su voz de cabeza es enormemente poderosa, tanto, que el micrófono tiene que cuidarse de ella, pero es su actitud contenida, y un humor muy claro de quién es la máscara de Pierina la que finalmente resulta tan cautivante. Cuando toma una mariposa entre el puño para hacerla pedazos, casi como un gesto oculto que no está tratando de presumir ni hacer evidente, es claro que Pierina tiene un lado B que urge que vaya develando. Otra razón más para encontrar frustrante que el texto la deja a la mitad de una revelación que Farah hubiera podido terminar de desvestir con el golpe seco de un disparo.

Cero En Conducta es injusta. Nos excita como el que acaba de hundir una fresa en chocolate para luego sólo permitirnos probar con la punta de la lengua, y eso en teatro es pecado. Darío y Pierina se merecían una aventura completa, recompensas y castigos incluidos, pero reciben meramente el inicio de una gran trama y un salto a un final sin tensión en un universo sin secuelas. Disfrutable, sí, en su música, en su perfecto diseño, en la energía contagiosa de su elenco, y lo mucho que se agradece la importación de un producto así de un país como Perú, pero finalmente no un alumno de cuadro de honor. ¿O qué dirá el maestro Miguel?
Cero En Conducta se presenta los jueves a las 8:00pm en La Teatrería.