Desde visuales llenos de concepto estético, Sixto Castro Santillán dota a su versión de Cleansed de una belleza y una limpieza que terminan maquillando el horror y la violencia del texto de Sarah Kane, para hacer de su montaje uno más pensado en la forma que el fondo, difícil de comprender, de ver en la eterna oscuridad, y ante todo… de escuchar.
Es curioso que sea el director de Shopping & Fucking, Sixto Castro Santillán, que anteriormente ha abrazado lo grotesco, lo sangriento y lo violento con tanta crudeza, el mismo que con uno de los textos más agresivos del teatro londinense se eche para atrás para otorgar romance y poesía ahí donde Cleansed busca enfrentar el amor con la violencia y la tortura.
En su paso original por Londres a finales de los noventa, Cleansed provocó que la gente saliera despavorida de las salas y hubiera quien se desmayara en su butaca. Es conocida como una obra escandalosa, imposible de montar por el tipo de visuales que requiere que necesitan de efectos brutales para suceder de manera intensa. Eso jamás lo pensarías viendo el nuevo montaje en Teatro Milán donde todo parece suceder desde lo etéreo y lo lúdico, cortando muchos de los momentos más provocativos de la obra y dejando a la imaginación del público las escenas que en otras partes del mundo han dejado hoyos en la panza de los espectadores.
Originalmente situada en una universidad abandonada que se ha convertido, pudiera ser en una especie de psiquiátrico, cosa que tiene sentido dado que la autora, previo a su suicidio, pasó mucho tiempo en este tipo de instituciones; o incluso en un campo de concentración, que también hace espejo con Sarah Kane quien llegó a comentar de su concepto que «el amor es como Auschwitz», en la puesta de Sixto el espacio es mucho más abstracto y menos pensado para que podamos aterrizarlo, pero una cosa es clara: es ahí donde terminan los indeseables de la sociedad.
En la primera escena, Graham, uno de los convictos pide a gritos una dosis de crack que Tinker, el sádico a cargo de esta «Institución», le inyecta en un ojo. Muerto, su hermana gemela con la que mantenía una relación incestuosa, Grace, se hace presente para recoger su ropa y termina, por montus propio, encerrada en el mismo lugar que su hermano, mimetizándose con él hasta el punto en el que pierde su cuerpo de mujer para convertirse en una amalgama entre ella y Graham, quien se le aparece constantemente como una visión.
En el mismo lugar está Robin, quien es obligado a usar la ropa vieja de Grace, convirtiéndose también en parte de ella, desesperado hasta la furia y la euforia al darse cuenta lo que significa su condena; y una pareja homosexual, Rod y Carl, cuyo amor Tinker decide poner a prueba cuando escucha a uno de ellos decir que moriría por el otro, y a partir de torturas crudas y brutales hace lo posible por poner a prueba hasta donde realmente llega su fidelidad y su amor.
El mismo Tinker es puesto a prueba enamorado de la visión de una bailarina, quizá prostituta, en quien proyecta a Grace con quien está obsesionado sin poder tenerla, haciendo de Grace una triada, en efecto «Las Tres Gracias», cuya imagen y nombre permean todo en la obra. El personaje de Tinker, interpretado por Rodrigo Virago, es un hombre cruel y sangriento, y a pesar de que Virago entrega brutalidad, se queda muy corto en comparación del Tinker descrito en el texto. Uno que corta lenguas, manos, pies, viola, electrocuta, quema, y en algún punto, transfiere los genitales del fallecido Graham a Grace, haciendo de ella una hermafrodita y diluyendo las líneas de la persona que es para hacerla una con su hermano. Todo eso, no está presente en la obra en el Milán. O se corta, o se alude, o se evita.
Cierto, la violencia en Cleansed es gráfica y repulsiva, ¿pero diluirla es en favor de quién? ¿Fue una manera de cuidar la sensibilidad de una audiencia cuya tolerancia sería llevada al límite, puesta a prueba, o es una mera decisión estética para mantener esta poesía en la que Sixto Castro Santillán se recarga durante toda la obra de telas vaporosas y colores monocromáticos pálidos y hermosos, una luz ténue casi de vela que suaviza la escena, música bella y clásica como aquella que Kubrick usó para su Naranja Mecánica precisamente para maridar con violencia extrema? ¿Y qué le robó esa decisión al texto? Por lo pronto, claridad en muchos sentidos.
La obra no es comprensible cuando es desvestida de aquello que de manera gráfica y contundente la explica. Grace enseñándole a leer y a escribir a Robin desenvoca en que él se coma, deshoje y aviente libros, pero sin esa escena previa (que no la hay) el clímax y posterior muerte de Robin no tiene sentido. El intercambio de genitales de Graham a Grace pasa por alto y por tanto su transformación de ella en él, en elle queda flotando en el aire, mencionada pero nunca expuesta. Las dos escenas de violación, la de Carl y la de Grace, que curiosamente Tinker trata con cierta pulcritud, como si dentro de su sadismo hubiera una necesidad de limpieza, cosa que las vuelve aún más repugnantes, palidecen o francamente no existen. La teoría del amor y la violencia de Sarah Kane, quien batallaba con episodios maniacos de depresión, no es evidenciada y estirada hasta ese punto de quiebre.
Y dentro de la claridad hay dos cosas que son más frustrantes aún y que nada tienen que ver con el contenido de la obra, sino con la dirección de escena. La poca iluminación durante todo el montaje, a veces iluminada por un sólo foco en escena vuelven complicado que podamos leer la secuencia. Uno tiene que esforzarse por abrir los ojos y tratar de entender entre las sombras, perdiendo por completo todo gesto que los actores cuyo acting queda opacado por un estilo visual que favorece la penumbra. Pero lo verdaderamente imperdonable es el volumen de voz con el que el elenco se maneja. Sin micrófonos y soltando sus diálogos en susurro, ni siquiera en primera fila se logra entender lo que están diciendo, ya ni hablar de un mezzanine trasero. Mucho de lo que la obra quiere compartir se pierde en oídos que no escuchan y ojos que no ven, corazón que no siente.
Claro que hay algo hermoso, armonioso incluso, en los cuadros del montaje -inlcuso con una regadera que entre y sale con dificultad rompiendo lo demás funcional y fluido. La iluminación de colores, un incendio que pinta de naranja el escenario con humo que hace figuras desde el suelo. Los guardias de la Institución y su manera robótica y pausada de caminar, las flores que se contraponen con estoicisimo ante lo lúgubre de un lugar sin esperanza. Para los ojos Cleansed es un escaparate bellísimo y eso es innegable. Sixto y su equipo de diseño, que incluye a Edyta Rzewuska en escenografía y vestuario, y a Alejandra Escobedo en iluminación se esfuerzan por crear un universo muy único, distópico y onírico, que acompañado por un score musical casi constante hace del montaje uno que en cada parpadeo entrega algo interesante.
Pero alas, el teatro no es fotografía. En esta ocasión, el director que se ha regodeado en impacto y violencia con anterioridad se dejó consumir por su propio concepto. Aplausos a la experimentación que siempre será mejor recibida que la monotonía y lo demasiado visto; pero una obra que sí tiene una historia, un mensaje muy claro, se tiene que entender para golpear en los lugares correctos.
Cleansed se avecina a lo incomprensible en esta versión para México y ahí se enfila peligrosamente hacia lo frío y olvidable. Aún con un elenco increíblemente entregado, aún con frases poderosas, como cuando Rod le confiesa a Carl de la manera más honesta que no le puede jurar amor eterno sólo lo puede amar ahora, «estoy contigo ahora», que es una frase tan verdadera, tan poco romantizada sobre lo que nos juramos que engloba mucho del «así son las cosas» que Cleansed quiere marcar, aún con una claridad estética congruente, esta producción está demasiado engolosinada consigo misma como para recordar que hay un público afuera al que le toca digerirla.
Cleansed se presenta martes y miércoles a las 20:45pm en el Teatro Milán.