Rafa Maza nos transporta a un muy literal tablero de juegos en una farsa con mucha caricatura donde la pregunta no es, ¿quién cometió el asesinato? sino, ¿quién pudiera ser la siguiente víctima? Un colorido y muy bobo whodunit inspirado en el juego de mesa CLUE con el que tantos crecimos.
Todo mundo conoce el juego de mesa CLUE, ése en el que cada participante toma turnos tratando de adivinar quién, con qué y en dónde se cometió el asesinato que el juego pretende resolver. El famoso: «Fue el ama de llaves, en la cocina, con la llave de tuercas» se ha vuelto tan popular que muchísimo de nuestra cultura pop, especialmente en temas de misterios por resolver, hace referencia o franca parodia a esa fórmula.
No es de sorprender, entonces, que en 1985 un director y guionista llamado Jonathan Lynn la decidiera hacer película, y en 2017 Sandy Rustin decididiera adaptar ese material al teatro. Es precisamente esa puesta la que nos llega al Centenario Coyoacán de mano de Mejor Teatro y bajo la dirección de Rafa Maza, cuyo estilo grandote y camp ha triunfado antes en otras farsas de tono irreverente como El Show De Terror De Rocky.
La premisa es una que Agatha Christie conocería bien. Una serie de extraños son covocados a una bizarra mansión para participar en una cena-juego. Ahí, el tétrico mayordomo les hace saber que están siendo chantajeados, cada uno por un crimen del pasado que quisieran mantener en silencio, pero antes de que puedan defender su caso, las luces se apagan y el dueño de la mansión aparece muerto entre ellos sin que nadie se haga responsable por el asesinato.
¿Quién lo cometió, con qué y por qué? Los invitados a la cena y los sirvientes de la mansión comienzan una persecución de al gato y al ratón tratando de resolver el caso antes de que los verdaderos detectives se aparezcan, cosa que ahí nadie quiere porque técnicamente… todos han cometido otro tipo de crimen. Pero conforme la noche pasa, los cuerpos se empiezan a apilar, las armas que tendrían que estar escondidas aparecen para ser usadas en nuevos horribles asesinatos y las apuestas de una noche que no está saliendo como lo planeado se vuelven de vida o muerte.
Rafa Maza hace de este ensamble uno de muchísima caricatura, a momentos con resultados francamente irreverentes y muy divertidos, y en otros chocando con la ya de por sí absurda premisa para coartar chistes que hacen que la comedia que pudiera ser puntual y de golpe seco se diluya entre gritos y gestos exageradísimos para canibalizarse solita en el clásico caso de actor tratando de ser más gracioso que el propio texto. Haciendo de CLUE una farsa en montaña rusa con momentos enormemente disfrutables y otros donde es difícil encontrar la gracia.
Uno de los mayores elementos jugando a favor del montaje es la escenografía de Emilio Zurita. Un rompecabezas de cajitas y cuartitos que se abren por doquier y es de golpe, un tablero en un juego de mesa y una casita de muñecas, donde si abres un panel aparece una librería, y si jalas una puerta sale un refrigerador por donde no lo esperabas. Una franca ilusión lúdica que definitivamente transporta a esos espacios de juego de niños que, deja muy claro desde el principio, CLUE no es de esos misterios que pretende jugar al realismo oscuro. Sólo pretende jugar.
Complementada además por un diseño de vestuario de Estela Fagoaga que hace uso de los colores que van nombrando a cada personaje: el Coronel Mostaza, la señora Blanco, la señora Pavón, la señorita Escarlata, el señor Verduzco y el Profesor Mora para hacer figurines de estos sospechosos que no dejan de pertenecer a una especie de cuento… de fábula. Y que en tonos monocromáticos se convierten en adorables caricaturas que recuerdan al estilo precisamente ochenta-noventero de series animadas como «Victor & Hugo» o «Conde Pátula».
Maza hace precioso uso de este espacio pop-up y en ningún momento provoca mayor carcajada que cuando hace a sus personajes «caminar» de cuarto en cuarto pero sólo los tiene moviendo los piecitos rítmica y ridículamente mientras una pantalla nos transforma en ficha que se mueve del lobby a la sala de juegos, o al comedor, por poner un ejemplo. Un guiño fantástico a esa alegoría Hasbro que definitivamente se vive cuando CLUE abraza ser una miniatura plástica por encima de un cuento barroco.
La narrativa tiene una cadencia torpe de origen. Abultada de información durante toda la primera mitad, y acelerada sin mucho estímulo para la segunda, para terminar brincando a una conclusión inconsistente y tijereteada para el final. CLUE definitivamente no se defiende con el texto, si bien es cierto que hay diálogos que con timing son como darditos de humor, en general el montaje se escuda en la comedia física para brillar a partir de elementos visuales. Un candelabro que hace parodia al Fantasma de la Ópera es sin duda la joya de la pieza entera, junto con el pianista que en vivo nos va involucrando en esta idea fantástica de un misterio como de cine mudo. Me quito el sombrero ante él.
Y aunque el elenco tiene piezas que, igual que en un juego de mesa, se van quedando rezagadas en el tablero, y definitivamente no todas llegan a la meta, hay actores que francamente levantan el nivel de la obra con total capacidad de adueñarse de la farsa y no ser comidos por ella. José Ramón Berganza como el mayordomo es una bala silente, en apariencia más narrador que jugador, cuando llega su momento de enloquecer y estallar en escena provoca franca ovación en el público con una recreación demencial de la obra dentro de la obra; mientras Luis Fernando Zárate como el Coronel Mostaza se luce regocijado en la estupidez de su personaje que carga con el pinponeo de diálogos más bobo; Melina D’Angelo y Laura Jerkov hacen esplendido uso de su comedia corporal como empleadas en la mansion, y es Ervey Ortegon como el señor Verduzco, un torpe y ansioso jugador con un secreto propio, el que se apropia de la asignación para entregar momento tras momento de bellísima comedia absurda que el mismo Groucho Marx aplaudiría por su capacidad de hacer oro con el ridículo desde la punta de los pies y hasta el paladar.
Mejor Teatro se sale del slapstick más de pastelazo de obras anteriores sin perder el sello de la casa que no deja ser la comedia ligera y de gusto más universal, pero esta vez abraza una fantasía que aunque infantil en muchos aspectos es también nostálgica e ingeniosa. Y aunque CLUE no termina por matar… de risa hace un buen intento por meternos a ese sobrecito que todos recordamos de pequeños donde ansiosos esperábamos por saber si había sido el mayordomo, con la soga y en la librería, y que verlo transformado en un live action para la escena con tan poca seriedad de la buena, hace sonreír al niño interno que al final es al que solemos llevar al teatro a pasársela bien.