La visión modernizada de la tragedia griega de Edipo Rey en manos de David Gaitán se convierte en una búsqueda por la verdad retacada de simbolismos sobre el impactante encuentro con uno mismo.
Ojos y espejos, se repiten continuamente en el texto de David Gaitán que, luego de haber triunfado con Antígona el año pasado, repite personajes y al mismo Sofócles, para contar ahora la tragedia de Edipo Rey bajo un entendido atemporal, y una propuesta barroca repleta de metáforas y bañada de erotismo.
Los ojos son para el que no quiere ver, para el que los usas de forma literal y se enfoca únicamente en lo que tiene enfrente, olvidándose del panorama; los espejos, para el que con esos ojos ciegos ve reflejado únicamente su ego, pero niega el Dorian Gray que se oculta detrás de las mentiras que nos contamos, incluso a nosotros mismos.
La tragedia griega de Edipo es bien conocida, y en términos de narrativa, Gaitán se aleja poco de lo relatado por Sofócles. Edipo, habiendo sido pronosticado por el Oráculo de Delfos que mataría a su propio padre y se acostaría con su madre, huye de su natal Corinto para acabar reinando Tebas, luego de derrotar a la esfinge que los amenaza. Cuando el pueblo tebano clama por ayuda tras ser azotados por la peste, Edipo promete castigar sin piedad al culpable de los males, pero en comenzar a investigarlo va desentarrando sin saberlo su propia historia. Una en la que su padre fue Layo, quien a su vez había sido advertido por el Oráculo que sería asesinado por su propio hijo, y buscando salvarse había ordenado la muerte de Edipo siendo un bebé; sin saber que el niño sobreviviría y acabaría regresando a su tierra donde mataría a Layo en un altercado y se convertiría en nuevo Rey, tomando como esposa a Yocasta, su propia madre.
La versión de David Gaitán sucede toda en la corte Real, donde una larga mesa colocada al centro se convierte en palacio y en ciudad, y las sillas que la rodean se ordenan y desordenan conforme Edipo y Creonte se enfrentan como amigos y antagonistas, haciendo chocar sus ideas sobre el respeto a la fe del pueblo y la verdadera búsqueda de la verdad bajo purga.
El Edipo de Gaitán, prácticamente un rockstar, aunque en apariencia seguro e imperturbable, un hombre demasiado apapachado por su propio ego como para permitirse flaquear, deja asomar al niño chiqueado y edonista que lleva dentro, un adolescente asustado por visiones de su pasado y negado a confrontarse con la verdad; mientras su Creonte batalla con ataques de ansiedad y carga sobre sus hombros la angustia de un pueblo al que no es capaz de enfrentar de viva voz sin verse tragado por el pánico. Dos personajes opuestos que se vuelven el cimiento del texto y el valor principal del montaje.
Mientras Yocasta vive un segundo aire de vida sexual en el otoño de su vida, y también ha decidido cegarse a la realidad que tiene frente a la cara, Tiresias, que en la versión de Gaitán se vuelve un ser de género indefinido, muy adhoc en tiempos de gender fluidity, se presenta como el único ciego de mirada, pero dueño de visiones amplias que cargan con ellas verdades dolorosas y culpas copiosas.
Los actores de Gaitán se debaten entre los que hicieron un verdadero trabajo de creación y los que se dejaron arrastrar por una montaje rico en visuales. Mientras un Adrián Ladrón entrega al perfecto Creonte, pensado en cada detalle hasta de inflexión vocal y forma de caminar o Carolina Politi busca en cada diálogo de Yocasta una forma de engrandecer lo que en guión está escrito; Diana Sedano como el andrógino Tiresias, se olvida de las posibilidades del personaje y permanece en un lugar recitado y poco entretenido del oráculo.
Aunque densa y retacada de mensajes, Edipo: Nadie Es Ateo, presenta una visión muy particular del mito, una que se etrelaza con la parábola de Los Ciegos y el Elefante, que habla precisamente sobre la incapacidad humana de darle nombre a aquello que no pueden ver en su entereza, y que cobra vida con una variedad de trucos escénicos que inflan -a momentos de manera literal- la trama, y se regodean en un trabajo de vestuario y maquillaje que convierten el mundito de este Edipo Rey en un gozo visual, que se necesitaría estar ciego para no disfrutar.
Edipo: Nadie es Ateo se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón hasta el 23 de septiembre.