La joya de la corona…¿o debería decir de la Roca Real? de Disney Theatricals está de regreso en el Teatro Telcel. El musical de El Rey León regresó a México con esa producción que tanto se extrañaba capaz de dejar boquiabierto hasta al más difícil de apantallar, con visuales de una hechura francamente mágica y la música de Elton John que pega directo en la nostalgia.
La última vez que El Rey León estuvo en México llenó de fastuosidad el Teatro Telcel. Y aún cuando el montaje era todo lo soñado que podíamos esperar de Disney, y la obra nos regaló a talentos como Fela Domínguez, Aitza Terán y Agustín Argüello, no todo era Hakuna Matata en la sabana. El regreso del musical este año pulió mucho de aquello que se quedó flotando en el aire la vez pasada, y aunque aún tiene dónde terminar de extraer brillo, es definitivamente la estrellita en la frente de OCESA.
Para el que jamás se ha topado con The Lion King en teatro, su impacto tiene nombre y apellido: Julie Taymor. La directora tomó los colores y sonidos, no sólo de la película animada de la que nace, pero de África misma para entregar un espectáculo repleto de artesanía, de muchísimo efecto práctico que a partir de máscaras, marionetas, planos y un lenguaje corporal único y propio rellena la mirada desde un lugar absolutamente conmovedor.
El Rey León viene de un tiempo en el que el teatro no estaba atiborrado de pantallas ni intenciones de efectismo, Taymor juega con algo mucho más sofisticado, algo que se siente en toda medida perfeccionado a mano, detallado a partir de creatividad y las referencias correctas a una cultura que es por sí sola enormemente vibrante, tan alegre como mística, de percusiones y coros que en efecto se sienten como el palpitar de un corazón y el retumbar del espíritu para acompañar.
Y lo suelta todo desde el segundo uno sin guardarse nada. The Circle Of Life (El Ciclo Vital) rompe con los límites de lo que pareciera posible en un teatro. La voz de Rafiki inicia en apariencia sola, haciendo eco en un teatro cuya atención queda atrapada por una figura que ya no es el mono de caricatura, pero en toda medida una chamana. Y poco a poco el auditorio se va llenando del reino animal listo para recibir a su nuevo Príncipe alrededor de una Roca Real que es su propio giratorio. Y cuando digo llenando es que faltan palabras para dimensionar.

Animales de todas formas y colores se aparecen por toda la sala de una manera inmersiva y sí, sorprendente, pero más que eso, emocionante hasta las lágrimas. Ver entrar a un elefante por el pasillo te regresa a una infancia en la que todo es posible, se pueden escuchar gritos ahogados en el teatro. Y todas estas figuras, talladas desde la máscara y el puppet, no la botarga, logran mimetizar al ensamble para hacer de la fauna bailarines humanos y especies de todas órdenes en una misma cosa.
Es hasta hoy y en todo lugar donde se presenta una de las escenas más icónicas del teatro moderno. Y a partir de ahí, la historia que conocemos de Simba, tomada de aquel Hamlet de Shakespeare, en la que el Rey es traicionado por su hermano para darle muerte, y su hijo huye pensándose culpable para eventualmente regresar a cobrar venganza, transcurre guardándose nuevos momentos de sorpresa visual para los que quedamos hambrientos de más de esa convención que pareciera desafiar las reglas de la escena musical.
Y lo logra una y otra vez. I Just Can’t Wait To Be King (Yo Quisiera Ya Ser El Rey) se transforma en un sueño de seres imposibles, mientras Be Prepared (Listos Ya) hace del cementerio de elefantes un ballet de hienas. Pero son dos las escenas que pegan en un lugar profundo y te mantienen preguntándote exactamente qué estás viendo y cómo se logra. Por un lado la estampida, aquella que deja huérfano a Simba que de una manera imposible consigue que uno vea ñúes a kilómetros, y es gracias a un manejo ultra preciso de perspectiva; y el reprise de He Lives In You (Él Vive En Ti) que recrea al fantasma de Mufasa en el cielo cuando menos lo ves venir, y se clava como basurita en el ojo porque te empapa la mirada. Una cosa bellísima.
Todo en papel, tela, madera, los personajes no intentan copiar lo que ya conocemos por animación, sólo retomar desde la inspiración para crear una estética muy propia que no tiene intención aniñada por ningún lado. Mufasa, Scar y Simba son guerreros con armadura de león. Cascos que hacen las veces de cabeza, y pintura de guerra. Lo mismo Nala, Sarabi y las leonas llenas de elementos tribales que le permiten a toda la manda en realidad ser muy humana, y jugar con movimientos que no son ese felino de -digamos Cats- pero más reverenciales, gráciles, dancísticos.
Otros aluden de manera más directa a la caricatura. Las hienas, Timón y Pumba se nos presentan de formas más literales, aún cuando todos encuentran la manera de hacerle cabida a su intérprete para no perderlo del todo de vista, como queriendo mantenerlo en el rabillo de la mirada, pero creando la fantasía de un ser antropomórfico. Y el más simpático de todos, Zazú, que sin reparo alguno está fragmentado por un lado en marioneta y por otro, en clown. Y el juego entre ambos es de lo más divertido del personaje.

En este nuevo montaje, Eli Nassau como Timón y Sergio Carranza como Pumba son sin duda el acento de la obra. Enormemente graciosos y perfectos en cada una de sus decisiones. Lo que es interesante de Eli y de Sergio es que no están tratando de copiar a nadie que vino anteriormente de ningún lado, sino de tomar la esencia de estos personajes entrañables que conocemos bien, para hacer algo nuevo y propio. Y eso que trabajaron funciona, y funciona perfecto. Son una dupla poderosa y versátil.
Ariel Bonilla como Zazú es encantador y entiende el juego que le permite un personaje recto, pero demasiado cándido para abrazarse de esa comedia. Y Majo Domínguez como Nala se vuelve la gran revelación de esta producción de El Rey León. Una voz con muchísimo cuerpo que cuando canta Shadowland (Tierra Gris) deja salir algo cargado de emoción. Su interpretación tiene temple y tiene garra, y eso es Nala.
Pierre Louis, nuestro nuevo Simba, es en definitiva el perfil del personaje, y tiene carisma suficiente para cargar con este héroe perdido en el nihilismo y hacerle buen frente a Majo en sus momentos y duetos juntos, pero su potencia vocal al interpretar Endless Night se siente demasiado suave para el coraje con el que le reclama a Mufasa no estar ahí para él como lo había prometido.
Los villanos de la historia son los que aún tienen espacio que crecer, y más que espacio, personajes que disfrutar en toda su entereza cínica. Carlos Quezada como Scar aún no termina de encontrar el fraseo, la vileza con la que el león saborea saberse más inteligente que el resto, burlarse en la cara de los demás con una crueldad que disfraza de hipocresía. Carlos se acerca a esa maquiavélica arrogancia de manera tímida sin devorar donde Scar despedazaría hasta lamer los huesos.
Y las hienas, especialmente Mel Cabrera como Shenzi y Anton Diego Matus como Banzai pueden aún encontrar mayor comedia en personajes que de una manera muy literal nunca paran de reír. Todavía hay algo seco y no del todo en complicidad en lo que potencialmente puede ser el trío más divertido del teatro mexicano.

El ensamble, sin embargo, es una preciosidad. Cantantes, danzantes, actores que se mueven en un unísono muy perfecto y crean figuras verdaderamente bonitas y especiales. Y que no tienen coreografías sencillas. Be Prepared (Listos Ya) y la batalla final ponen a prueba estamina y precisión, eso sin contar que gran parte de ellos, muchos de ellos están utilizando piezas de vestuario imposibles. Bellas a la vista, pero complicadas de maniobrar de la manera en la que lo hacen para que de este lado se perciban fluidas y orgánicas, como si fueran extensiones de sus propios cuerpos.
Y las voces son un lujo. Básicamente las de todo el mundo. Las canciones que creíamos conocer antes por la película, cobran por completo nuevo sentido, nueva forma incluso. Los arreglos son tan envolventes como el montaje mismo, con dos músicos trepados en balcones a la vista del auditorio, y coros que parecieran venir de todos lados. Y así como las canciones, las viejas y las nuevas, todas son intensamente emocionantes, las que realmente dan ambiente y personalidad al Rey León son las que nacen de la musicalidad africana, algunas de ellas meras transiciones, que gracias a un elenco muy diverso se vuelven melodías cargadas de sabor y sensación.
Lo diré siempre, El Rey León es esa obra que puede enamorar a cualquiera del teatro musical. No hay otra igual. Es arte escénico en toda la medida de la palabra, sin perder la intención de espectáculo y magia con la que Disney se envuelve. Es un apéndice a la película animada y no una recreación, cosa que la hace aún más única, porque habita en su propio mundo donde ni siquiera existe la comparación. Y para visuales, hay un antes y un después. Ésta es la que pone la vara alta y el resto le sigue. El Rey León es majestuosa como el mismo Mufasa, y qué privilegio poder decir que México tiene un cachito de esa espectacularidad que en Broadway y West End lleva décadas levantándole los pies del suelo a los espectadores.
El Rey León se presenta de miércoles a domingo en diversos horarios en el Teatro Telcel.