Una comedia romántica queer que lleva a una pareja a probar los límites de lo que uno es capaz de soportar en el ser que ama hasta las lejanas y heladas tierras de Winnipeg, Canadá.
Como 500 Days of Summer en cine, Estúpida Historia de Amor en Winnipeg deja muy claro desde el principio que éste no es un relato de amor con corazoncitos, miel y un final feliz; pero uno que, como muchas estúpidas historias de amor en muchas partes del mundo (no sólo en Winnipeg), está lleno de malas decisiones y corazones rotos. Lo que la vuelve encantadoramente real.
Juan es nuestro narrador y protagonista. Un joven gay rebelde, indiferente, frío y despreocupado, criado por una homofóbica madre soltera, y atorado sin saber bien por qué o para qué en una relación con Irving, su entero opuesto, un hombre treintañero, cariñoso, temeroso y todo un macho beta que no puede evitar sino tener vergonzosas erecciones públicas cada vez que posa sus ojos sobre Juan.
Desde el segundo uno es claro que la pareja no va hacia ningún lado, pero a pesar de eso, ambos deciden renunciar a su estable vida en México para lanzarse a la aventura a un pueblo invernal en Canadá de nombre Winnipeg, e iniciar una nueva vida donde posiblemente puedan casarse y vivir el sueño migrante. Una tarea que comienza a resultarles enteramente complicada una vez que son corridos de la casa que les dio asilo y puestos a vivir en la calle, sin un peso para sobrevivir.
Decisiones cuestionables son tomadas, secretos son guardados entre la pareja, enfrentamientos con la madre de Juan son puestos sobre la mesa, la brecha de su ya de por sí endeble relación es abierta, y la historia de amor en Winnipeg que nos promete el título de la obra en efecto se transforma en un estúpido intento por mantener una llama viva que tal vez jamás debió encenderse.
Aunque la trama pueda sonar a dramón, la realidad es que Carlos Talancón (dramaturgo) lo maneja todo a partir de una comedia sumamente ingeniosa, de diálogos hilarantes que parecieran one-liners salidos de la mente de un ácido twittero, que nos recuerdan el mal gusto de enamorarnos en una era post-Grindr y que los baños del Metro Insurgentes son en definitiva cuna de cruising. Cierto, intercambio de gags que sin duda resuenan más fuerte con la comunidad LGBT+, pero que al final terminan por contar una anécdota de lo más universal.
Siempre y cuando no te asusten las escenas gráficas de felación entre dos hombres, entonces la orientación sexual no es un impedimento para disfrutar del amor y la toxicidad entre Juan e Irving.
Y a pesar de que el texto es el verdadero home run de esta historia, los actores sobre el escenario son los que se vuelven inmensamente entrañables. De entrada, Martín Saracho que como Juan tiene la difícil tarea de evocar carisma desde un lugar sumamente amargo, cumple el reto no sólo con momentos de franca carcajada, pero además de una forma absolutamente orgánica que no distingue entre actor y personaje; y en seguida José Ramón Berganza que resulta tan tierno y adorable, que sólo dan ganas de abrazarlo y decirle que todo va a estar bien. Un osito de felpa en manos de un dragón de komodo.
Y acompañándolos, Milleth Gómez, que durante gran parte de la obra en realidad sólo permanece de pie en una esquina del cuadrilátero, pero que en sus contadas participaciones evoca a esa mamá anticuada y conservadora, cuyo miedo a la novedad viene de un lugar de absoluta ignorancia, pero en cuyos arrebatos no deja de haber cariño, que termina por ser una de las figuras más divertidas del montaje.
Sin embargo es cierto que Sebastián Sánchez Amunátegui (director) se ve arrinconado por el espacio vacío que usa de escenario (apenas con unos maderos inclinados al fondo y nada más) y mantiene a sus actores en trazos acartonados que ruegan por un poco de soltura; pero a pesar de eso, tiene momentos en los que logra evocar verdadera nostalgia y cierra con un golpe poco tradicional que se vuelve un momento de reflexión para la audiencia y una despedida sumamente visual no sólo a Juan y a Irving, pero a todas esas relaciones pasadas que nosotros sobre las butacas nos hemos visto obligados a cerrar con un punto sabiendo que no hay otro enunciado que le prosiga.
Enternecedora, cómica, ácida y ligera, Estúpida Historia de Amor en Winnipeg no se mantiene sobre pretenciones, ni busca el hilo negro de las comedias románticas, pero ahí donde está parada definitivamente se monta como una de las opciones más disfrutables en cartelera.
Estúpida Historia de Amor en Winnipeg se presenta los Martes a las 20:30pm en el Teatro Helénico.