Con una Vicky Araico que se vuelca en entrega absoluta a un texto apesumbrante sobre la desaparición de una hija, Hasta Encontrarte consigue en monólogo y caja negra transmitir ansiedad, rabia y desesperación, en gran medida por el trabajo de una actriz que delinea perfectamente a sus personajes y provoca una visualización entera de cada momento de angustia vivido por Alma.
Hace poco, muy poco, un amigo me preguntó, «¿qué es peor, una muerte o una desaparición?», mi respuesta fue instantánea. Una desaparición. Y el purgatorio en el que Vicky Araico y Nir Paldi (dramaturgia y dirección) aterrizan al personaje principal de Hasta Encontrarte, Alma, es clara evidencia de cómo la falta de cierre, la absoluta incertidumbre, el resquicio de esperanza son afiladas dagas que en caso de desaparición no permiten a los que siguen esperando en casa continuar con sus vidas. Completar el proceso de duelo.
Alma, una madre soltera de una hija adolescente, ve su vida desmoronarse cuando un día cualquiera, su hija no regresa a casa. Sin razón o motivo aparente. Lo último que se sabe de ella es que fue a cenar a casa de un conocido y de su abuela, quienes niegan tener nada que ver con lo que le pudo haber sucedido, incluso si las historias que cuentan no empatan del todo entre ellas. Sus amigas no saben dónde pudiera estar, y no es como que la niña anduviera en malos pasos que se puedan rastrear hasta una compañía peligrosa. Nada.
Lo que comienza como unos cuántos días frustrantes de frenesí, desesperación y búsqueda, donde las autoridades parecieran francamente fatigadas de las peticiones de Alma por un rastreo más preciso y con muy poca intención de ayudar, se van convirtiendo en meses… en años, y la gente que en un inicio estaba muy dispuesta a prestarle ayuda: su mejor amiga, su mamá, su cuñada, su hermano, la patrona de la casa que solía limpiar para trabajar (que nunca fue empática del todo) van claudicando hasta dejar a Alma sola, como la única que mantiene la flama de la esperanza y el ímpetu de búsqueda en lugares cada vez más oscuros, en fosas comunes, en tumbas sin nombre.
Hasta Encontrarte no se regodea en el melodrama, no pretende echar limón a una herida abierta para tantas familias, para tanta gente en México, sino más bien documentar un proceso. Las legítimas etapas por las que una madre que se niega a dar por muerta a su hija pasa aún cuando el tiempo no pareciera estar de su lado. Y se vuelve un retrato fidedigno de cómo se vive una desaparición en este país. Desde el trato con el MP, que conocidamente termina por ser un hoyo burocrático sin salida y hasta los grupos de búsqueda en cerros, en el campo, pasando por las relaciones cercanas que se van desgastando en una espiral de querer ayudar pero ya no saber cómo.
Sin tener mayor conocimiento y sólo por lo presentado en escena, pareciera que Vicky Araico y Nir Paldi hicieron una investigación a consciencia antes de escribir un texto de franca fantasía. Hasta Encontrarte se lee como un trabajo que ha escuchado a víctimas, a familias, madres, sobrevivientes para dar lugar a sus voces en una dramaturgia que se percibe real por todos lados, concienzuda, sensible, que no pareciera tener intención de ficcionalizar, sobre-dramatizar ni mucho menos glamurizar aquello que en otras partes de pronto sí se convierte en un relato para el entretenimiento de una audiencia. Ese submundo mexicano que termina por ser un buffet para los creadores de historias que no paran de tomarlo como referente de lo aprovechable para ficcionar y llenar salas o ratings. Hasta Encontrarte no es de ésas.
Más importante aún, el montaje entiende que su carta fuerte es su intérprete: Vicky Araico. Un unipersonal que se recarga en sus fortalezas, conociéndola como una de las actrices en México que mayor conocimiento tienen sobre corporalidad y movimiento, y utilizando ese factor como elemento brillante del trazo, de la creación de cada uno de los personajes incidentales que atraviesan la narración de Alma. Personajes que Vicky crea a partir de postura, de manierismos. Movimientos de segundos casi como una pequeña danza que permiten a la actriz moverse de personaje en personaje y transitar entre ellos sin mayor caricaturzación de nada, sin necesidad de un disfraz.
Y en franca caja negra, con una escalera marina al fondo, el ritmo de la puesta es constante, es ansioso, es crítico. Vicky Araico no para un segundo. Hasta Encontrarte en realidad no la deja respirar, como seguramente le sucedería a la madre de una hija desaparecida. ¿Quién en esa situación se sentaría para relajarse, para permitirse sufrir en calma, quién se postraría donde no puede sentir que está haciendo algo, lo que sea, por no dejar sola a su niña? Vicky hace uso de todo el espacio, en constante movimiento, en constante acción, sube, baja, jamás permite que la tragedia de Alma se convierta en un estado de letargo, en discurso dramero.
Un monólogo apesumbrante y dedicado que nos recuerda que Vicky Araico, a quien en tantas obras vemos acreditada en coreografía y movimiento, es una presencia escénica absalladora, y que detrás del telón o al frente su mera presencia hace que un trabajo teatral cobre vida y potencia desde un lugar que nace desde las tripas y para afuera, donde nada es fingidito, donde todo se vive y se siente, y francamente estalla. Hasta Encontrarte es un documento valioso.
Hasta Encontrarte de Teatro UNAM se encuentra, por el momento, fuera de temporada.