Luis Arrieta se avienta a escribir su primer monólogo en parte sobre el ser hombre, como lo dictamina la normatividad repetida de antaño, en parte sobre los amores y dolores con los que cargamos hasta ya bien entrados en la adultez, en otra sobre la soledad, la familia y hasta la capacidad de decir te quiero. Con Hombre expone las herencias lastimosas, pero usa la risa para recordarnos que al final del día todo pasa… y no pasa nada.

Hobmbre de Luis Arrieta

Toda persona de una cierta generación, me atrevería a decir que quizá de toda generación -aunque con suerte hoy es un paradigma en extinción- ha escuchado de generaciones arriba cómo se debe ser hombre. «Hazlo como hombre», «Sé un hombrecito», «Eso no es de hombres», y un sinnúmero de lugares comunes dedicados a plantear desde esquemas conservadores y francamente claustrofóbicos lo que el rol masculino debe o no ser. Desde tonterías como el color azul, que, por supuesto, tiene que ser favorito de todo buen hombre que se respeta por encima de cualquiera con tonalidades rosas; el futbol como hobby primordial, el primero, el único y el último; la frialdad emoocional que se asume como que el hombre tiene lacrimales meramente decorativos, y ya si nos vamos más para arriba, su papel en la familia, el trabajo, la comunidad, etcétera.

Hobmbre de Luis Arrieta

El hombre protagonista del nuevo monólogo de Luis Arrieta bailaba de niño y le tenía miedo a quedarse a solas con su papá, un hombre más dedicado al silencio, mucho menos cálido que la figura materna. Un niño que después del divorcio de sus padres y que su mamá francamente se desapareciera del cuadro, tuvo que cambiar el baile por el deporte, que es mucho más de hombres, y acostumbrarse a no hablar. A no compartir. Especialmente con su padre. A crecer batallando la furtiva idea del suicidio, no protagonista, pero siempre presente, y a cargar con el desamor desde chiquito, desde aquella vez que lo batearon por estar muy chaparrito.

Hobmbre de Luis Arrieta

El hombre en Hombre no es distinto a muchos, y su línea de vida es representativa de muchas vidas. Porque no es trágica, si bien tampoco una comedia hilarante. Tampoco ultra trascendental, surreal, aspiracional o inspiracional. No es héroe ni villano, no tiene nada épico que contar, pero entiende que en lo ordinario se encuentra la capacidad de conectar con un mundo repleto de historias sencillas, chiquitas, comunes y no por eso menos importantes. Luis Arrieta se para en el escenario del Teatro Milán para relatar la historia de un niño, afectado por la separación de sus padres, que crece para ser un universitario torpe con el alcohol y las mujeres, y finalmente un adulto funcional pero imperfecto, con mucho que decirle a un papá que nunca se va a permitir que lo vean llorar. Y lo hace desde lo coloquial, lo simpático y lo simple.

Hobmbre de Luis Arrieta

La única y verdadera arma de Hombre es precisamente el mismo Luis. Un actor con encanto y carisma capaz de cargar un unipersonal sin muchos altiplanos y mantenerte entretenido, sonriendo, queriendo escuchar más de lo que tiene que decir. Conmovido de verlo bailar para deshacerse del peso de vivir que tantas veces requiere de una sacudida, si bien es cierto que a veces se acelera obligando a la audiencia a seguirlo en una narración que no se toma el tiempo de dejar las cosas caer en su lugar. De matizar lo emotivo y hacer paso a la reflexión, como sí lo logra de manera pertinente con los momentos más pensados para la risa.

Hobmbre de Luis Arrieta

Como actor, Luis Arrieta saca con colmillo la obra adelante, como dramaturgo permanece en la superficie de una historia a la que le falta tocar nervios más sensibles. Incluso refiriéndose a la masculinidad tóxica que siguen transmitiendo los padres de una generación que tenía reducido el ser Hombre a una cierta cantidad de elementos irreplanteables, acaricia el tema de manera sutil sin escarbar en aquello que le impide a la figura masculina romper las barreras de la caja en la que solitos se metieron. Hay algo disfrutable en lo liviano del monólogo, pero esa misma cualidad lo vuelve inevitablemente parco… pasajero.

Hobmbre de Luis Arrieta

Paula Zelaya Cervantes (directora) con Hombre se restringe. Elige un solo tono para la puesta y apuesta por la capacidad de Luis de jugar con el personaje, pero se olvida de buscar momentos. Y usando una escenografia sencilla de una silla y tres cicloramas con souvenirs pegados a cada uno como memorabilia de infancia, adolescencia y adultez, cae en una convención confusa donde las cosas sólo parecieran estar ahí como tapiz decorativo, sin uso directo dentro del trazo que jamás se percibe segmentado en estas tres etapas, y por tanto sin nada que agregar al relato desde lo visual o simbólico.

Hobmbre de Luis Arrieta

El personaje carga con una caja de cartón que bien pudiera ser una excelente metáfora desde muchos ángulos: quizá de aquello que seleccionamos para llevarnos en esta eterna mudanza que llamamos vida, quiza de lo que escondemos para arrinconar y no ver, tal vez incluso del rol del Hombre tan encajonado en un espacio cúbico sin salida, pero Paula no termina de decidir para qué es esa caja y qué quiere decirnos con ella, metiendo cosas al azar, y otras tantas dejándolas fuera, y luego sacando una segunda caja ahora más pequeña al escenario sin haber terminado de darle uso a la primera. En Hombre hay una absoluta sensación de inclusión de elementos porque había que incluir elementos que no terminan por complementar ni reflejar nada. ¿Y entonces para qué son y por qué se pensaron?

Hobmbre de Luis Arrieta

Hombre es de un rico sabor que no termina por quedarse en el paladar. Un monólogo que entretiene y a momentos consuela, que no termina por ser un abrazo de esos que truenan la espalda, ni un kleenex para llorar a moco tendido, con un Luis Arrieta que se adueña de ese escenario como un magnífico cuenta cuentos al que es muy fácil desearle todo bien, porque se da a querer instantáneamente, y a cuyo protagonista es inevitable desearle el triunfo aún cuando él de pronto avanza desde la derrota. Un unipersonal para recordar primeros amores, amores de antaño, borracheras vergonzosas y pláticas que nunca se tuvieron (y se debieron tener) con gente que queremos y nos quiere. Una obra para recordar que ser hombre es ser individuo y para eso no hay etiqueta ni reglamento que te prepare.

Hombre se presenta los martes a las 8:45pm en el Teatro Milán.