Canciones hechas populares por Luis Miguel se vuelven el score de un nuevo musical original mexicano de rocola, La Chica Del Bikini Azul, que a pesar de un diseño de producción de último nivel y una orquestación que emociona los oídos, no logra evitar las trampas del género con un libreto demasiado genérico para su propio bien y personajes sin mucho cimiento en un relato que es más fraternal que historia de un amor.

La Chica Del Bikini Azul no libra el obstáculo más grande de muchísimos musicales de rocola: un libreto en función del score obligado a contar una historia demasiado delgadita y poco enfocada para poder recibir todo tipo de canciones, escogidas de antemano, que deben sí o sí poder entrar en lo contado, cosa que impide a la dramaturgia priorizar el texto que nunca deja de ser un pensamiento secundario por debajo de las canciones. Habiendo dicho eso, en México hemos intentado darle todo tipo de vueltas a la rocola para replicar el éxito de Mentiras y Hoy No Me Puedo Levantar sin mucho triunfo, y a favor de La Chica Del Bikini Azul el trabajo creativo y musical de la obra sienta las bases para que la producción puede ponerse en una liga distinta donde tiene mucho jugando a su favor.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical
Fotos: Charly Duchanoy

La historia inicia en un lugar conocido… quizá demasiado. Cinco distintos personajes hombres reciben una llamada y son reunidos en un funeral donde se enteran que secretamente siempre han sido hermanos, y que la única manera que tienen de cobrar la herencia del que resultó ser su padre es casándose. Ah, por amor, no por contrato. La escena que resuena por todos lados, incluso los visuales, a esa famosa «Aire» de Mentiras, eventualmente va encontrando camino propio cuando Santiago, el hermano más protagonista, decide que si el amor es requerido entonces él tiene que buscar a una mujer que veinte años atrás vio en un probador poniéndose un bikini, y aunque nunca le habló ni nada similar, se quedó con él al punto que está dispuesto a viajar a Acapulco para encontrarla sin siquiera saber su nombre.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

La convención ya está pidiendo bastante del público tomando en cuenta que Santiago en verdad percibe la oportunidad como un flechazo al amor, y no tanto la posibilidad de levantar muros a partir de una meta imposible que lo regrese a un comfort donde no sea necesario enfrentarse contra su propia negación a una relación seria. Eso, de hecho, no se trabaja. Y el resto de los hermanos, dos de ellos de coloridas personalidades, y dos con los que los escritores Edgar Cañas y Juan Carlos Velandia no tienen muy claro qué quieren sumar, aceptan unirse en equipo familiar para ayudar a Santiago a encontrar a esta obsesión perdida en un viaje que nunca queda del todo claro cuánto tiempo dura, porque a veces pareciera que les pasan meses por encima y a veces tan sólo días.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

La dramaturgia es conflictiva de inicio desde la elección de un protagonista desdibujado. Santiago es guapo y tiene dinero. Y un acento español que Juan Solo batalla con lograrlo orgánico y se vuelve enormemente distractor. Y fuera de eso nada en él pareciera suficientemente interesante como para atraparnos o llevarnos a su cancha. Sabemos que su papá no era su persona favorita, pero ese elemento, que hubiera dado para realmente formarle una personalidad con picos y valles nunca se explora del todo y queda únicamente como una mención al inicio, y una canción ya para el final, cuyo perdón es lanzado por el cariño a sus hermanos y jamás la confrontación con sus fantasmas del pasado. Santiago termina por ser gris y lamentablemente es el eje de la obra.

Poco ayudado por el segundo hermano, Miguel, que se dedica a lanzar consejos como horóscopo de revista, no con tantísima sabiduría e intución, siempre ubicado en el lugar común, que nunca consigue aportar nada al grupo y es hasta el acto dos que se le da algún tipo de relevancia; y el hermano Bruno cuya problemática historia está relacionada con él, a sus treintaymuchos estando enamorado de una niña de 20. Cosa que la obra no reconoce como, sí, conflictiva, pero pinta desde el obstáculo hacia el romance puro. El libreto le ofrece grandes canciones que Carlos Salazár interpreta de manera magistral, pero lo deja en ese lugar unidimensional donde su único chiste es que está dolidamente enamorado.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

El texto logra salir de la bruma con los últimos dos hermanos. Adolfo, marcado por la infidelidad de su madre y su ex-esposa, lleno de barreras de humor para no mostrarse sensible ante lo que claramente para él es un tema no resuelto; y Andresito, la gran razón para disfrutar de La Chica Del Bikini Azul, el incómodo miembro de la familia, dueño de una tienda de funkos y posiblemente virgen, inadaptado y torpe pero de buen corazón, que no sólo termina por enamorarse de una mujer mayor, pero justo la que por código fraternal tendría que estar alarmantemente prohibida. Manuel Gorka y Manu Corta hacen oro con estos dos últimos, rescatando comedia donde la obra flaquea bastante en buscar instancias de humor, y construyendo a estos personajes redonditos lo suficiente como para sacarlos del montón y volverlos focos constantes y divertidos.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

Ojo, el elenco es grande y sumamente alternante. Mi crítica está únicamente basada en los actores y roles que se eligieron para la función de prensa, pero los hay en variadísimas combinaciones.

Los personajes mujeres, todos, acaban escritos desde una mirada masculina que tiene poco interés en volverlas más que un accesorio a sus personajes masculinos. Vanessa Bravo, Gloria Toba y Laura Luz luchan con uñas y dientes por darle a estos roles algo que las vuelva más únicas, más chistosas, menos «el interés amoroso de», pero lo cierto es que Cañas y Velandia las dejan solas a defenderse como puedan, especialmente para Lili e Isabel cuyas historias empiezan en un lugar que pudiera crecer hacia una cima interesante pero por el contrario, poco a poco se van diluyendo hacia ese personaje femenino meramente en pos de la participación del hombre.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

Sumado a lo mucho que le ayudaría a La Chica Del Bikini Azul mucho más interacciones de comedia, la obra inicia de buenas a primeras en un lugar complicado. Pero creativos y músicos trabajan de manera lucidora para entregar show y dejar un sabor de boca más dulce que amargo. El score no es forzosamente una colección de canciones ultra populares de Luis Miguel, un par sí, otras muchas no tanto, pero la orquestación, los vocales y los arreglos vuelven todas y cada una de ellas (hasta ésa «Ya Nunca Más» salida de la película) un lujo. «Isabel» a dueto en armonías de locura o «Soy Como Quiero Ser» que downtempo hace las veces del motif del montaje para los hermanos son fantásticas.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

Tanto que termina por ser una lástima que ninguna de ellas esté completa. Recortadas o metidas dentro de medleys, hacen lo suyo por crear un ambiente emocionante, pero fallan en conseguir ese momento, muy de teatro musical, donde canción e intérprete se lucen para crear un himno. Que en el caso específico de La Chica Del Bikini Azul bien podría haber sido «Me Niego A Estar Solo» que pide de sus actores franco estallido vocal o «La Incondicional» si tan sólo tuviéramos oportunidad de escucharla de principio a fin. Y en voz de Carlos Salazar, eso definitivamente hubiera sido un momento.

El uso constante de instrumentos de metal, incluso la inclusión del saxofón en momentos visualmente imponentes, hacen de La Chica Del Bikini Azul un musical con un sonido muy propio, y uno con todas las herramientas para erizar la piel, y mover los pies. Hasta ese famoso «De pronto flash», que honestamente en su versión pop no es un hito orquestral en este montaje, Isaac Saúl (en los arreglos) y Oyambi Solano (en la dirección vocai), hacen de una melodía sencilla una mezcla de voces que son como un shot de espresso. No estoy seguro de que el score pegue en la nostalgia porque no se aborda emocional, pero hace de la obra una velada para disfrutar con los oídos, sin duda.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

Antonio Saucedo en el diseño de escenografía nos lleva a un aeropuerto, un concepto que tiene más claro que la dramaturgia misma, que le permite a Edgar Cañas, también director, jugar con visuales interesantes y llamativos todos nacidos de la idea de volar en avión a partir también de una serie de maletas, muchas maletas, que se consolidan como el elemento escénico principal a partir del cual todo toma forma, y que nos recuerdan de manera pertinente que todos cargamos con equipaje de un modo u otro, para algunos más pesado que para otros. Con un balcón en un segundo piso que no sólo permite figuras, pero incluso gags, y una banda, sí como de documentación, pero también aceptémoslo, muy de teatro musical, la escenografía es un elemento que se siente pensadísimo en toda su estructura. Y no sólo es funcional, pero preciosa.

La Chica del Bikini Azul, teatro musical

Félix Arroyo en la iluminación hace de La Chica del Bikini Aazul a momentos teatro, a momentos concierto. Y otorga a cada hermano momentos muy particulares. Regresando a «La Indoncional», los destellos rosas que terminan por ser muy de Bruno y Lili, otorgan sentimiento más allá de lo estético. Y los muchos contraluces permiten que aún sin ensamble el universo de la obra se vea lleno de sombras en movimiento. Estilizada está, y tal vez de los mejores momentos lumínicos, de hecho, es el constante regresar a un presente en el que Santiago da una especie de plática motivacional, a partir de un spot que entra como en un chasquido en azules. Un trabajo lleno de detalles que habría que observar con atención.

Pantallas y vestuario no fluyen con la misma ligereza. Los videos que bien usados logran situarnos en espacios físicos precisos, o -nuevamente- incluso hacer chistes propios muy divertidos, terminan por caer un par de veces en la proyección de imágenes de archivo que le quitan mucha calidad al montaje; y Emilio Rebollar en vestuario jamás toma postura ni deja claro quién es quién o por qué. La ropa termina por ser una colección de centro comercial más sin ton ni son de lo que debería en una producción que en otros muchos lados cuidó símbolo y estilo.

La Chica Del Bikini Azul no es fría como el mar, entonces, pero tampoco inolvidable. Como musical hace lo suyo por hacernos palpitar y salirse del montón en una industria que ha hecho de la rocola el género más básico y pesaroso posible. El clásico un hombre busca a una mujer podría parecer una apuesta segura, pero el texto no toma suficientes riesgos, no se toma su tiempo ni edita lo inservible que acaba por ser su cruz de olvido. Culpable o no este nuevo musical original mexicano tiene méritos y varios, y ahí donde a otros les hemos dado la media vuelta, una noche en el Pinal con estos hermanos tiene mucho para ser suave como la brisa del verano.

La Chica Del Bikini Azul se presenta viernes, sábados y domingos en el Nuevo Teatro Silvia Pinal.