Un viaje en barco donde los sueños y memorias cobran vida, y la radio es el compañero ideal para una niña que ha tomado al mar buscando una mejor vida. Mayo es un festín coreográfico de figuras y colores que emocionan y permiten a la imaginación volar, en un texto que no termina de saber qué nos quiere relatar.
Mayo se disfruta más como una puesta coreográfica, prácticamente una danza para toda la familia que retrata las imágenes del viaje de una pequeña niña en barco por el mar, cuya travesía pareciera no acabar nunca, lejos de una tierra que pueda llamar hogar. Claudia Guerrera (directora) nos regala un montaje que emociona a la vista desde la creación de figuras en un mundo ilusorio inspirado en los años 20’s, que reúne la época con lo imaginario de un mundo más allá del nuestro. Pero como dramaturga, ella y Sandra Rosales no terminan de cimentar un cuento que termina por decir muy poco, para aterrizar en un final que pareciera no tener relación con el resto de la historia.
Acompañada por su inseparable muñeca, Mayo toma un barco cuyo destino es incierto en busca de un hogar. A bordo, elige a la radio como compañera de aventuras, cuyos locutores parecieran cobrar vida desde las bocinas para armar francas fiestas de música y baile con ella, que enamorada de los libros va conociendo a personajes fantásticos que la ayudan en un viaje de autodescubrimiento.
Mi primer conflicto con la obra es que la sinópsis en el programa de mano deja muy claro que la acción sucede en 1917, que Mayo es una exiliada y que ha abordado el barco con su familia. Datos y detalles que no se ven realmente reflejados en la obra, que uno pareciera tener que leer para terminar de entender en contexto. Claudia Guerrero y Sandra Rosales nos lanzan de inmediato a esta travesía colorida pero se molestan poco por explorar el tema del exilio, la pérdida de la tierra, la época, los porqués, quién es Mayo, qué con sus padres…quizá, causas y efectos, con prisa por otorgarnos imágenes más lúdicas para los niños, pero que al final dejan desde un inicio un enorme hueco en la narrativa.
La puesta es sin duda un montaje que apreciar, y rápidamente toma fuerza desde los visuales y la capacidad del elenco para entregarse y transportarnos a un momento en el tiempo que, mezclado con fantasía, crea un mundo propio que pertenece a Mayo y a nadie más. La escenografía de Félix Arroyo, muy como la creatividad de un niño, es un rompecabezas que se va armando, convirtiendo y transformando según lo que la escena requiera, con absoluta movilidad… como las ideas. La coreografía de Víctor Ruiz luce a partir de un ensamble que rodea constantemente a Mayo, que viaja con ella, que literalmente la carga y la lleva a lugares, que es mar y es concepto abstracto, y cuya movilidad da belleza y absoluto dinamismo a la obra. Y el vestuario de Jimena Fernández termina por ser la cereza en el pastel de este barco que la mente de Mayo convierte en un país de las maravillas.
Que quede claro entonces, Mayo es muy disfrutable y para los más pequeños seguramente emocionante en su capacidad de no dejar de sorprender cuadro tras cuadro, pero el trasfondo termina tan deslavado que al final de la obra es difícil explicar qué le pasó a nuestra protagonista… qué vivió más allá de oníricas danzas y el consejo de figuras de ensueño sabias. Si la obra sucede desde un punto de vista mexicano, que honestamente no queda claro si es el caso, 1917, tiempos revolucionarios, es una época muy explorable. El exilio de estos personajes implicaría la búsqueda de mayor seguridad, estabilidad política quizá, y un contexto histórico jugoso; si la obra está situada en Europa, la Primera Guerra Mundial no dejaría cicatrices menos profundas. En cualquier caso, Mayo tendría mucho que decir sobre cualquiera de estos conflictos bélicos y la afectación en las infancias, pero no lo hace.
Y para la misma Mayo, el personaje, más allá de un par de momentos donde se cuestiona su propia identidad, habría mucho que rascar en las implicaciones de huir de tu país a una muy joven edad y no pertenecer a ningún lado. El texto da saltos en el tiempo que no parecieran llevar a Mayo a ningún nuevo lugar de pensamiento ni conflicto, y el viaje en barco insiste en ser el mismo, levantando de entrada la pregunta, ¿por qué continúa viajando? cosa que nunca se explica, para llegar a un final en apariencia muchos años en el futuro donde no se resuelve el conflicto de exilio e identidad, pero salta directamente a un tema familiar que en la historia jamás pareciera haber sido importante.
Mucho hueco, muy poca búsqueda hacen de la dramaturgia de este bonito cuento la patita floja de una obra que, fuera de un detalle de narrativa floja, tendría mucho para ser un montaje precioso y valioso, especialmente en tiempos donde la migración está en boca de todos. El balance es precario, pero ahí donde brilla, la puesta brilla mucho, se recibe cálida y divertida, ligera para la familia entera, pero bien pensada en sus detalles de producción como para que ningún diseño sea frívolo o sin razón de ser. Mayo tiene mucho jugando a su favor y al final del día te hace respirar la brisa de la marea al tiempo que te recuerda que en el soñar, en el recordar y en el leer se encuentran muchas de las respuestas para entendernos a nosotros mismos.
Mayo se presenta los sábados y domingos a la 1:00 de la tarde en Foro La Gruta del Helénico.