El clásico griego del matricida Orestes enjuiciado por hombres y acosado por las Furias se presenta en tres actos, prácticamente montajes completos por sí solos, con un elenco más allá de lo extraordinario y una absoluta grandilocuencia.
Lo que está sucediendo en el teatro El Galeón se siente grande, grande en dimensiones, una mesa enorme que sirve de podio, escenografía y mensaje acompañada por un gigantesco mantel que se va pintando con manchas de sangre y vino conforme la familia de Agamenón va cayendo en la desgracia uno a uno víctimas de profecías. Grande en lo estruendosa de sus actuaciones, lo dramática de su iluminación y lo doloroso de sus escenas, y grande en duración. Cuatro horas con dos intermedios de quince minutos que no es poca cosa.
Pero una vez entendido que el montaje peca de denso, lo que uno recibe cuando ve Orestiada es un clásico de clásicos (uno nacido para las fiestas Dionisias antes de Cristo) transformado para perder espacio temporal, con elementos modernistas (especialmente en el juicio), otros tantos populistas (muy relevantes), y otros francamente mitológicos. Y la mezcla es perfecta.
Dividida originalmente en tres obras (que aquí son actos), la primera de ellas se centra en la profecía que recibe Agamenón de acabar con la vida de su hija menor como ofrenda para terminar con la guerra a su favor (guerra que en el texto original es la de Troya, pero que en esta versión adaptada por Robert Icke simplemente no tiene nombre); la segunda en la forma en la que la decisión de asesinar a Ifigenia pesa sobre la familia, especialmente en su madre, Clitemnestra, y sus hermanos, Orestes y Electra; y finalmente la tercera, una que se sale de mood por completo para convertirse en un juicio por la muerte de Clitemnestra a manos de Orestes, y en la que se revela que las primeras dos no fueron más que francas crestomatías.
Icke juega con sus tiempos para darnos guiños de un presente que se mantiene en misterio y no se entiende del todo como un juicio, sino más como un confesionario por parte de Orestes, y nos presenta gran parte de la obra a manera de flashback; pero es Lorena Maza (directora) la que hace lo que quiere con el espacio, transformando una mesa, un mantel y el cadáver de un ciervo en los pilares de su metáfora y una escenografía potente, y su escenario a dos frentes en la disposición perfecta para un juicio, que se podría percibir como sucediendo en un coliseo antiguo o un auditorio moderno.
Y su elenco no tiene pieza débil. Incluso Mauricio Davison, que sale a escena acompañado de su guión (de una manera orgánica) para leer sus parlamentos, logra entre el vibrato de su voz y el eco del micrófono posicionarse como una presencia divina, un franco testigo desde el cielo de los actos de los demás. Pero son Cristian Magaloni (Orestes), Laura Almela (Clitemnestra) e Inés de Tavira (Ifigenia) los que le otorgan corazón al montaje, y Luis Miguel Lombana (Menelao) y Abril Pinedo (Electra) puños.
La Orestiada se convierte en un juicio en el que uno como espectador puede participar desde el principio viendo a los trágicos personajes (juguetes de Esquilo) tomar decisiones que provocan preguntar: ¿hasta dónde estaría uno dispuesto a sacrificar por el bien mayor?, ¿qué tanto se le puede perdonar a los padres o al ser que amas?, ¿en qué momento la fe se torna tóxica y corrosiva?
Una puesta en altavoz que es todo menos íntima, pero que tiene mucho poder en su estruendo. La Oriestada es un franco evento.
La Orestiada se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en El Galeón del Centro Cultural del Bosque.