Basado en el caso de un atroz asesinato de hace 100 años, PréndeMe abraza el minimalismo musical con un piano como única orquestación y dos actores en escena para entregar una historia intrigante que le huye al cliché del true crime y entrega cinismo, sadismo y vueltas de tuerca, poco comunes en el género.
¿Acaso perder la capacidad de empatía, libertarte de tu humanidad es el hombre alcanzando su verdadero potencial? Richard Loeb parece creer que sí, un aficionado a Nietzsche, convencido de ser el «superhombre» del filósofo, completamente desvestido de emociones que no nazcan del ego, en busca de cometer el crimen perfecto. Y es precisamente en él y en su cómplice de asesinato, Nathan Leopold, que Stephen Dolginoff se inspira para componer un musical. Una memoria ficcionalizada de tintes thriller, ópera pop para los amantes del género, pensada para poderse montar con lo mínimo indispensable.
Finalmente PréndeMe (Thrill Me) inicia originalmente como obra para festivales, antes de su paso por Off-Broadway y eventualmente mucho teatro regional en distintos países. De ahí que no es el musical de orquesta, ensamble y coreografía, sino todo lo contrario. Es evidencia de que el teatro musical no requiere de razzle dazzle, pero de una gran historia que contar. Y éste en específico no tiene más que un piano, dos actores y ganas de prendernos.
En los años 20’s en Chicago dos estudiantes a punto de entrar a la carrera de Derecho planean y cometen el «crimen perfecto», asesinando a un niño y escondiendo su cuerpo en el drenaje. Nathan lo hace por amor a Richard, tal vez obsesión enfermiza. Por darle cuerda a su psicopatía que es lo único que pareciera mantenerlo cercano a él, que en realidad tiene poco amor por Nathan, pero lo recompensa con sexo encendido por el recuerdo de delitos cometidos. Y Richard lo hace porque requiere de la euforia del crimen. Un hombre vacío necesitado de la adrenalina de lo prohibido como una adicción, que cuando ya ha pasado por robo y piromanía no le queda de otra más que ascender a asesinato.
El musical está contado a manera de flashbacks. Inicia en la audiencia de libertad condicional de Nathan en la década de los 50, y regresa a sus jóvenes 19 para contarnos acerca del pacto de sangre entre ambos asesinos que los lleva a aliarse para perder juntos su humanidad, en una relación tóxica movida principalmente por el sadismo y la crueldad, que uno disfruta impartir, y al otro no parece molestarle recibir… tal vez incluso…lo prenda. Y aunque lineal a partir del recurso del flashback, la historia tiene sus sorpresas, y varios momentos de comedia incómoda en medio de un relato oscuro.
Escénicamente, Jaime Rojas (director) y su equipo de creativos logran dar vida a un espacio decadente pero lleno de recovecos para llenar de sombras y colores, y darle a PréndeMe muy necesarios visuales que otorguen dinamismo a un montaje que mantiene a dos actores continuamente sobre el escenario sin mucho más. Una bodega que entre anaranjados que llenan de fuego la escena, y azules preciosos que entran por la ventana como noche, le ofrece un estilo muy particular a la obra, que no deja de ser sencillo, pero sí enormemente efectivo.
Pero hablemos de las dificultades del musical. Una partitura a piano y un texto para dos requiere forzosamente maestría. Mario Cassán hace su parte como el único músico del montaje y otorga un sonido cargado de misterio y ansiedad, que aunque ronda hacia la ópera pop, tiene mucho de influencia en el noir de los 20. Y lo saca con bríos a pesar de un score que llega a caer en lo repetitivo y poco versatil. La música triunfa en el Wilberto Cantón. La actuación, sin embargo, se queda unos cuántos pasos atrás…
Un pin pon entre dos, mayoritariamente cantado en letras perfectamente narrativas, requiere de actores con mucha capacidad y ante todo colmillo. Pero el montaje de PréndeMe en México opta por actores aún muy verdes, de poca experiencia escénica, con mucho camino que recorrer tanto como cantantes, como actores. Y a momentos el texto y la vertiginosa velocidad de la puesta los rebasa.
Gonzalo Aburto (alternando con Luis Anduaga) toma las riendas del ritmo y la personalidad del montaje. Tiene el carisma para hacer de Richard un personaje ultra llamativo, y la voz para regalarnos momentos melódicos sumamente disfrutables. Pero su Richard carece de freno. Lo transforma en un maniaco perverso que en sus momentos más álgidos raya en villano de caricatura. Expone su sadismo a gritos en vez de disfrutarlo desde las sutilezas, y ahí pierde matices que podrían darle a Richard un giro oscuro, como una bala de rifle con silenciador. Decisión que comparte con su director Jaime Rojas, que para una historia que ya es enorme y hasta campy, cae en la trampa del más es más.
Peter Álvarez (alternando con Johnny Montero) aún tiene una voz que trabajar. Sus vocales no están ahí donde una ópera pop los requiere, les falta cuerpo y colocación, y es fácil escucharlo cansado y fuera de tono, especialmente en las armonías. Y aunque logra dar los mejores momentos de comedia de la obra, porque la incomodidad social del personaje la tiene perfectamente capturada, y sus instantes de cinismo provocan que se enchine la piel, cuando se enfrenta contra el drama de Nathan (que es mucho y en muchas escenas) no puede evitar falsearlo, e interpretar desde el gesto más que desde la emoción. Mucha lágrima falsa que no sale y sólo compunge.
Ambos actores tienen potencial, de eso no cabe duda, y entre ellos indudable química. Y hay números musicales, como el entretenido «A Written Contract» o el ansioso «My Glasses/ Just Stay Low» con los que prenden, y prenden como a Richard y Nathan les gustaría. Y cuando Gonzalo canta «Afraid» roba su solo para entregarlo con verdadero miedo y desesperación. Como hubiera dicho el New York Times a inicios de los 2000 sobre PréndeMe, un recordatorio de que el mal también puede verse y oírse hermoso.
Y no puedo dejar de aplaudir, porque el teatro está vivo y tiene maneras de poner a prueba a los que se atreven a pisar el escenario, el reflejo e intuición de Gonzalo y de Peter para, habiendo perdido el audio de los micrófonos durante la función de estreno por un error técnico, durante unos minutos, mantener la función a flote, no perder a Richard y a Nathan, y si es posible, y sí creo que es posible, cantar mejor belteando para un auditorio que requería oírlos por encima del piano incluso que cuando tenían la seguridad del micrófono. Anteriormente los describí como nuevos a la escena, pero en ese momento se portaron como profesionales con años de trayectoria.
PréndeMe no es el relato tasciturno que tal vez se están imaginando. Es Bonnie & Clyde sin parafernalia y una complicidad enfermiza, no amorosa, no cálida, ni siquiera amigable, pero carroñera, lista para sacar provecho del otro con uñas y dientes, aprobada por la Señora Lovett, si así lo quieren ver. Pintada para el teatro con música bella, y un diseño de escenografía, iluminación y vestuario que nos recuerda que no se necesita aventar la casa por la ventana para conseguir visuales de impacto. Una traducción que, dado lo dialogado de las canciones, no puede sino ser precisa (y lo es), y una dramaturgia que Dolginoff pensó muy bien y se tardó 10 años en conseguir para jamás aburrir en medio del mínimo de elementos y movimiento que en otros musicales se llena de brillantina.
PréndeMe se presenta los lunes a las 8:30pm en el Teatro Wilberto Cantón.