Un fantasma, un eco, un recuerdo que ha quedado atrapado en un invernadero de la dama de una casa que enamoró a su jardinero. Todas Las Noches De Un Día tiene mucho de poético, especialmente en sus visuales, una belleza que se percibe antigua, como de época, en una historia que no termina de indagar del todo en quién es esta mujer de nombre Silvia.

Aunque Todas Las Noches De Un Día es del dramaturgo español, Alberto Conejero, se siente empapada por todos lados de aquella Señorita Julia de Strindberg. Especialmente en su comienzo. Silvia se nos presenta como la dueña de una casa, quizá magna, definitivamente de dinero, astuta y seductora en su trato con Samuel, el jardinero que viéndola llegar ataviada en un vestido rojo, huyendo de alguna fiesta, le pide que por favor se vaya, pero ella no lo suelta, está encima de él, hasta que suena el timbre… y entonces desaparece. Y de Silvia ya nada se sabe.

Todas Las Noches De Un Día
Fotos: Roberto Sosa

La obra funciona como un interrogatorio policial a cuyo investigador nunca vemos o escuchamos. La casa abandonada, excepto por Samuel que se niega a dejar el jardín que se le encomendó tantos años atrás, es allanada por la policía que busca el paradero de la desaparecida Silvia, y todo lo que escuchamos del proceso son las respuestas que Samuel tiene que ofrecerles. Sus recuerdos, sus explicaciones, y la eventual aparición de Silvia, no la real, por supuesto, pero la que habita en su imaginación… o tal vez en la del mismo invernadero que no la deja ir.

Así conocemos cómo fue que llegó él a vivir y trabajar en el jardín, cómo la heredera de una caserón lo contrató casi por diversión, estando ella comprometida con un hombre que la mantenía enamorada por carta y a distancia, viviendo en otro país con la promesa de regresar; y en un motivo strindbergiano, ella se afana de Samuel como una última llama de vela prendida en una casa donde ya sólo queda cera derretida, y sin intenciones de corresponderle de ningún modo, va jugando a atraerlo y atraparlo, encantada de verlo gustarle, desvivirse por ella, pero eternamente permaneciendo una figura platónica, a veces simplemente necesitada de compañía, cariño y comprensión.

Todas Las Noches De Un Día

Mauricio García Lozano (director) nos sitúa en este invernadero a través de una puerta translúcida, construida a partir de muchas pequeñas ventanitas que juntas conforman el muro que se abre y se cierra para dejar entrar a Silvia al mundo de Samuel. A su jardín. Una colección de formas y figuras que es quizá tan caótica y al mismo tiempo extrañamente bella y armoniosa como los mismos pensamientos salvajes de Silvia, los que la atormentan y la hacen llegar empapada en agua de lluvia a los brazos de Samuel como una mujer eternamente desubicada, eternamente en crisis. Repleta de recovecos, funcional y descolocada al mismo tiempo.

Adentro el invernadero es mucho más sobrio. Es Samuel. Mesas, sillas y macetas que conforman un mundo mucho más comprensible, mucho más situado en una realidad natural, pero que no deja de necesitar cuidado, tiempo, agua, atención para sobrevivir ahí adentro. García Lozano convierte a Silvia en una más de la flora de nombres exóticos que Samuel está encargado de proteger y ver florecer, especialmente cuando la hace entrar en ese vestido rojo, que se repite sólo en un par de ocasiones, pero que con una vistosa falda de campana sí pareciera que se escapó de un diente de león tintado, y que flota. Todo parte de un diseño de producción (escenografía, iluminación, vestuario) bellísimo de Ingrid SAC.

Todas Las Noches De Un Día

Hay mucha belleza en las elecciones que llenan la pupila de Todas Las Noches De Un Día, incluso la música francesa que Silvia escucha y de pronto pone a Samuel a bailar que sale de un tocadiscos antiguos. La historia bien pudiera estar situada en nuestro presente, y sólo la casa de Silvia habitar un pasado que se niega a irse; o podría ser parte de ese mismo mundo en el que Dickens hizo vivir reclusa a Miss Havisham eternamente vestida con su ropa de novia. Porque la obra tiene ese mismo sabor, una sensación inevitable de época. De una historia que se cuenta en palabras que ya no se usan forzosamente, y en un ritmo que se mueve demasiado lento para el presente.

Para todo aquello, Mauricio García Lozano construye un universo precioso, de una personalidad muy clara, muy específica, decadente pero elegante. Pero el texto de Conejero no termina de ayudarle a llevarlo al siguiente nivel. Muchas de las escenas giran en torno a un tema central similar que de pronto no pareciera avanzar mucho. Samuel sabe más de lo que está dispuesto a decirle a la policía y sin embargo hay una enorme falta de sensación de intriga o de misterio. Todas Las Noches De Un Día está tan ocupada por hacernos sentir romance del imposible, que se olvida de ponernos nerviosos. ¿Qué va a encontrar la policía? Bah, eso es secundario, casi tangencial.

Todas Las Noches De Un Día

De modo que conocemos a Samuel y a Silvia sólo en esos instantes. Sólo en las viñetas en las que están juntos, pero uno sale de la obra con una enorme sensación de no haber comprendido a ninguno de los dos del todo. No más allá de lo obvio y lo muy expuesto. Se habla de un hermano que aparece y se menciona tan fugaz como deja de ser importante, de un tío, una herencia, una casa, el papá de él, incluso el prometido a distancia, todos terminan siendo un pretexto para iniciar una conversación entre Samuel y Silvia que jamás toca el fondo que nos permita decir, ah, los comprendo, están dibujados hasta las orillas.

Mauricio Pimentel sin duda se esfuerza en delinear a Samuel todo lo posible, y en él vemos mucho de lo que son ambos. Porque finalmente Silvia existe a partir de él y su memoria que pudiera o no ser confiable. Un narrador que no tiene por qué decir siempre la verdad. Pimentel entrega solidez, madurez y matices, jugando más hacia lo contenido, el temple y la moderación, y se vuelve enormemente conmovedor. Un cachorrito que, aún cuando se ve grandote, no sería capaz de sacar los colmillos. O al menos eso es importante que podamos creer.

Todas Las Noches De Un Día

Samantha Coronel está en un tono más falseado. Uno en el que la repetición de lugares comunes de aquello que entendemos como la mujer seductora se acaban por sentir estudiados, poco orgánicos. Tal vez la misma Silvia lo es, ¿quién nos dice que ella es honesta de cualquier forma? Pero dado que vive a partir de Samuel, la de él no tendría por qué no serlo, y por lo tanto Samantha tendría que sentirse verdadera. Tanto como él. Y no está en ese lugar. Lo etereo del personaje le queda pintado y cada que aparece por el pórtico translúcido es clarísimo por qué alguien como Samuel se enamoraría de ella, pero a su fantasma le falta la densidad de él, los pies tan plantados como raíces en macetas.

Todas Las Noches De Un Día tiene la belleza de una flor en proceso marchito. No pretende tenerla desde otro lugar. Es ese montaje cuya hermosura se basa en que está por secarse y caer al suelo, pero mientras lo hace sigue manteniendo un pétalo de un color deslavado, memoria de aquél que alguna vez se vio como la primavera, cada vez menos erguido pero orgulloso de su tallo. Es como la flor atrapada como marcador en un libro, casi lo puedo oler como tal. Pero también es cierto que como una planta delicada, una orquídea, podemos decir, tiene tierra de más, sol de menos, agua pero no la suficiente y sus tonos no terminan de lucirse como los más bellos del invernadero si tan sólo porque no están en las porciones correctas.

Todas Las Noches De un Día se presenta viernes, sábados y domingos en Foro Shakespeare.