En el espacio exterior, Zel está por vivir la aventura de su vida tratando de derrotar al SAT… un asteroide maligno conocido como el SAT. Transbordador Zel no es sólo una odisea sci-fi de colores neón, pero una bella y divertida metáfora sobre las infancias trans, y el poder de descubrir quién eres realmente.
«Zel» nació Rapunzel, pero está harta de que en su casa su mamá la trate como una princesita de pelo precioso y largo. Ella…él está convencido de que en realidad es un piloto, y aunque su mamá no aprueba ese estilo de vida, Zel está dispuesto a probarse en su primera aventura espacial contra un villano queer y megalómano, adicto a la música ochentera.
Una de las grandes virtudes de Transbordador Zel es su genial sentido del humor. Uno que pueden entender los niños a nivel más directo, y los adultos cuando leen entre líneas. Desde el momento en el que el asteroide antagonista se llama SAT y su achichincle, RFC, cosa que se presta a magníficos diálogos sobre como el SAT se quiere apropiar de todo y es invencible; hasta la enorme cantidad de lugares comunes que repite la mamá de Zel representando a las mamás de, sí, un universo en entero de forma paródica.
Pero su fuerza se encuentra en el mensaje. Sin tener nada que restregar en la cara de la audiencia de manera reprochosa, Transbordador Zel deja muy claro que en esta odisea llamada vida, lo más difícil de lograr es tener el valor para ser uno mismo. Sea quién sea ese uno mismo. Moraleja sumamente universal. Pero si encima le sumas que ese uno mismo, pudiera no ser del género o ideal de lo que supuestamente naciste para ser, y que eso está bien, le otorgas a les niñes el regalo de saber que su camino en la vida no está trazado ni por las expectativas sociales o familiares, ni por su su sexo biológico o la normatividad de sus status. Y no hay nada más pertinente en 2022 que escuchar esas palabras.
La obra no se recarga en lo panfletario. No está preocupada por ser una fábula, sin pretención alguna, en verdad busca ser una divertida aventura que, más allá de lo que quiere decir en el fondo, es primero y más que nada enormemente entretenida.
Y tiene todos los elementos para lograrlo. El viaje del héroe, un sidekick llamado Phew Phew con vocecita de muppet, naves espaciales, inteligencia artificial necia, pieles verdes, un viejito retirado pero muy sabio llamado Plutón, un villano melodramático que se mete al bolsillo al público desde su primera aparición bailando y un secuaz más bruto que bonito, con una relación entrañable con su líder maquiavélico. Piensen en Yzma y Kronk navegando por la Vía Láctea. Sobra decir que ésos dos, Tony Corrales (también dramaturgo) y Omar Betancourt se llevan la obra.
Visualmente es otro gozo. Con poco y sencillo, pero muy colorido y brillante, Transbordador Zel te transporta a las estrellas desde el Teatro Benito Juárez con sólo la suficiente cantidad de focos led, y vestuarios de fantasía, pensados a detalle incluso en el hecho de que «Zel» está siempre usando los colores de la bandera trans en su uniforme de piloto. Es en definitiva un universo sci-fi al estilo B-movie, con un poquito del soundtrack retro popero que bien le podría pertenecer a Guardianes de la Galaxia.
Una joyita de teatro familiar repleta de buen humor, y para el que está dispuesto a escucharlo, un recordatorio sutil pero claro sobre cómo somos nosotros mismos los que elegimos nuestra propia aventura, y que hay mucho poder en saber que sólo de nuestro interior puede nacer el coraje para librarla.
Transbordador Zel se presenta sábados y domingos a la 13pm sólo hasta el 26 de junio en el Teatro Benito Juárez.