“Es que no te veo, no sé lo que tengo enfrente: eres una quimera”.
Con estas brutales palabras describe el personaje de Aline Küppenheim a Marina cuando la conoce por primera vez. Y así de dolorosa y cruda es la experiencia que vivimos junto a nuestra protagonista a lo largo de Una Mujer Fantástica” la cinta chilena dirigida por el galardonado Sebastián Lelio (Gloria) en competencia por el Oscar a la Mejor Película Extranjera.
Marina -interpretada por Daniela Vega con una dignidad y fortaleza desgarradoras- es una joven transgénero, mesera y cantante viviendo en Santiago de Chile junto a su pareja, Orlando (Francisco Reyes Morandé), un hombre mayor, divorciado.
Lo que inicia como una promesa de un viaje soñado y romántico a las cataratas de Iguazú, tras la repentina muerte de Orlando, se convierte en la lucha de la joven por hacer valer su derecho a llorar la pérdida de su amante y despedirse de él como es debido.
Parecería que todos los personajes que aparecen como consecuencia de la tragedia sólo hacen una cosa: cuestionar la veracidad de Marina como producto del prejuicio. Desde los doctores y oficiales que sospechan de su inocencia, hasta la ex esposa e hijo de Orlando, quienes no quieren reconocerla como persona (y mucho menos como pareja de su difunto esposo y padre), Marina debe de lidiar con todo tipo de obstáculos que la confrontan con ella misma y con un mundo que, después de todo, parece no estar preparado para aceptarla.
El uso de espejos durante toda la película son un recurso para que Marina reafirme constantemente su identidad, aún más en los momentos en los que ella misma parece no encontrarse. Pero ahí está siempre su reflejo, recordándole quién es y lo que tuvo que hacer para poder ser.
Apoyada de un score hipnótico y soñador, compuesto por el músico electrónico Matthew Herbert, Una Mujer Fantástica es una de esas cintas que te atrapan desde el minuto uno y te obligan a vivir de la mano de su protagonista cada una de sus emociones. Es difícil no sentir empatía por Marina y todavía más difícil no querer estirar los brazos, entrar en la pantalla y sacudir a todos los personajes que se interponen en su duelo y su derecho a amar. Al final, algo queda muy claro:
Marina es una mujer. Y es fantástica.
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Buenísimo!