Waitress estrenó en México con todo y su olor a canela, sus hermosas baladas, sus complejos personajes, su fabulosa comedia y dolorosa realidad, y lo que la producción en el San Rafael tiene calientito en el horno es tan perfecto y delicioso que no podrás querer dejar de comerlo bocado tras bocado, escena tras escena, canción tras canción.
Pay de «finalmente sucedió y es todo lo que siempre soñamos». Waitress México no es una producción enteramente nueva, de hecho, es una réplica de la original de Broadway, misma dirección, mismo diseño de producción, mismas coreografías y básicamente misma magia que la volvió icónica tras su estreno en Nueva York, con un glaseado de aquello que sólo en México le podemos otorgar: el talento de quienes integran la compañía.
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El musical, basado en la película de 2007 del mismo nombre, nos transporta a un pequeño pueblo americano, de ésos donde la gente es sencilla y la acción es poca. En Joe’s Dinner, un restaurante donde se sirven pays a todas horas, Jenna se encarga de idearlos, prepararlos, hornearlos y servirlos, y pareciera ser la estrella local de la repostería, si no fuera porque en realidad vive insatisfecha. Su madre le ha heredado el talento para la cocina, pero también el terrible ojo para los hombres y la incapacidad de poner un alto a las violencias. Casada con Eric, quien pareciera agredirla con cada comentario que sale de su boca, Jenna no puede sino sentirse atrapada.
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Al enterarse que está embarazada el mundo se le viene abajo, y la vida pareciera querer apresurarla para tomar una decisión que pueda reiniciar su vida. De modo que empujada por sus amigas en el restaurante y tras iniciar un peligroso pero emocionante romance con su nuevo ginecólogo, Jenna se ve enfrentada a la decisión que ha estado postergando: escapar, arriesgarse y volver a empezar a de cero, o permanecer y crecer a su bebé en una casa que ha dejado de ser hogar desde mucho tiempo atrás.
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El libreto de Jessie Nelson, basado en el guión de Adrienne Shelly (en muchos lugares, especialmente frases, de forma muy literal) no pretende hurgar en la oscuridad de la violencia doméstica, sino retratarla desde las salidas, de modo que Waitress no es ese dramón frustrante, pero en toda medida una obra con muchísima comedia, personajes sumamente encantadores, un aire inspiracional, motivante, esperanzador, y sí, un trayecto para su protagonista que la vuelve una mujer en los zapatos de muchas allá afuera, que no está definida por aquello que hasta ahora no ha podido controlar, pero en la forma en la que va encontrando una nueva manera de construirse.
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Como musical, Waitress es adorable. Con un score por Sara Bareilles que tiene varias de las mejores canciones de los últimos diez años en Broadway (si no hubiera sido porque le tocó competir contra Hamilton para el Tony, se hubiera coronado como el mejor score de 2016). Un sonido pop dulce, suave, que va intercalando, como tejiendo de forma sútil lo melancólico con lo alegre, y permite a su elenco conjugarse en armonías preciosas, y soltarse a los brazos de canciones que se cantan desde el corazón antes que cualquier cosa, que acá en México, con una compañía repleta de voces melódicas perfectas se aprovecha de manera genial y pone la piel chinita.
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La historia no es ajena a la fórmula de la comedia romántica, pero cuando tiene que dar un volantazo para hacer de Jenna una mujer libre, no definida por ningún hombre, pero sostenida por las mujers que la cuidan, las que la cuidaron, y de las que ella cuidará, se sale mucho del arquetipo en el que sólo el ideal romántico es camino hacia el final feliz, para darle oportunidad a su protagonista de encontrar una realización propia lejos de estereotipos, cruzando además todo tipo de decisiones cuestionables que hacen de Jenna un personaje más complejo más allá del sencillo bueno y malo. Un texto ligero y sencillo, pero inteligente y cuidado, que siempre será valioso.
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La producción no busca el show del brillo constante. Las escenas, principalmente encabezadas por Jenna, atienden a su propia realidad, y no a la fantasía musical donde las coreografías son enormes y el set se transforma en sueño, de modo que mucho de Waitress sucede en Joe’s Dinner, donde la habitualidad del restaurante transforma al ensamble en comensales que dan vida a un espacio que todo el tiempo está en movimiento natural, y nos refleja la idea de este pueblo donde la gente se conoce y pasan sus días de manera tranquila tomando café, comiendo pay, escuchando las conversaciones de tres meseras que se han vuelto casi familia y no pueden evitar estar muy encima la una de la otra, como tantas mejores amigas.
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Y los números musicales atrapan desde la calidad vocal y la individualidad. No son explosivos en su capacidad aparatosa, sino anclados a los actores que pueden hacer franco alarde de musicalidad preciosa y el único y verdadero acting the song. Para eso, Aitza Terán (Jenna) se pinta sola. Una voz como pocas… muy pocas en México, que no deja de sorprender nota con nota, canción con canción, pero que además imprime en su Jenna muchísimo sentimiento. Es ácidamente graciosa desde este lugar cínico que Jenna ha fijado como su personalidad, y consigue ser sumamente conmovedora manteniéndose contenida y acorazada, porque Jenna no va por la vida como un dechado de emociones sueltas. Se presenta muy aparentemente entera, hace de los defectos parte de su defensa, y si lo están dudando, sí, entrega el esperado «She Used To Be Mine (Quien Solía Soñar)» como si su vida dependiera de ello, taladrando cada palabra de una Jenna finalmente rota en el pecho de los que tenemos la fortuna de escucharla.
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Y atracito de ella, como una franca revelación para los que en teatro musical ya lo conocíamos pero no estábamos preparados para lo que se tenía guardado, Jonathan Portillo como Ogie, un personaje en realidad secundario, el enamorado de Dawn, amiga de Jenna, que busca cortejarla sin noción alguna de lo sumamente bizarro e incomprensible que puede llegar a ser, se gana a pulso cada estruendoso aplauso que sus momentos -que no son tantos- generan en un público que se mete a la bolsa desde que se aparece con una sonrisa bobísima y pasando por cada salto, pirueta, gritito, y terrible poesía que sale de su boca. Jonathan Portillo es genial y en Waitress encuentra el lugar para demostrar que tiene ganado su lugar en una industria que adora a la gente muy única, muy conocedora de sus propias fortalezas y que sabe jugar sus cartas. Su «Never Ever Getting Rid Of Me (No Te Vas A Deshacer De Mí)» es un highlight en la obra.
Que no podría aprovechar la escena al cien si no fuera porque Moni Campos como Dawn es absolutamente el par de su calcetín roto. Otra actriz del elenco que pareciera haber estado esperando esta oportunidad para gritarle a México, ésta soy yo y esta es mi comedia, porque de su voz nos tiene enamorados ya desde hace varios años, y claro que en Waitress escucharla cantar vuelve a ser un regalo. Pero es finalmente su capacidad de soltarse al ridículo y a lo entrañablemente peculiar de Dawn lo que hace que cada escena, cada diálogo suyo sea uno que te deja con una sonrisota pegada a la cara.
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El paso tropezado por ahora cae en manos de Vince Miranda, que se enfrenta contra un Doctor Pomatter socialmente incapaz, ansioso y carismático en sus torpezas, y no sabe aún qué hacer con él. Más rígido y pensado de lo que un personaje que fluye constantemente permite, consigue darle lindura al papel, pero la comedia de su encuentro con una Jenna mucho más precabida que él, sale a cuentagotas donde podría inundar el escenario. Vocalmente impecable, y físicamente perfecto para el papel, algo de naturalidad no se está terminando de reflejar en el personaje que quizá para él sigue en construcción.
El elenco es verdaderamente brillante y se percibe cálido y tierno, cosa que hace que Waitress consiga su cometido: movernos. Y sí, todos, en algún momento u otro, tienen esa frase, esa acción que suelta carcajadas en el público. Excepto quizá Mariano Palacios al que le toca un Eric que es un villanazo en todo momento. Error de Waitress desde el guión de Adrienne Shelley para la película que lo vuelve sumamente unidimensional.
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Lo más problemático de un montaje que es en casi todas sus piezas francamente perfecto, es la traducción. Realizada por dos diferentes personas, Paula Zelaya Cervantes en la del libreto y Alan Estrada en las letras de las canciones, mucho de ésta última está tan mal colocado dentro de la métrica y posibilidades flexibles de las melodías de Sara Bareilles que termina por romper momentos, acordes y provoca continuamente que los actores tengan que estar correteando sílabas de más que no caben en realidad en la partitura. Frases como «Azúcar, leche, harina», originalmente «Sugar, butter, flour» entran con calzador a las canciones que pierden mucho de su fluir armonioso original. Y ni hablar de «It’s A Bad Idea (Una Mala Idea)» que a momentos es caótica. Y no son las únicas.
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Pero incluso tropicalizaciones como hacer de la enfermera de Pomatter un personaje yucateco con acento o las muchas groserías y malas palabras que no terminan por transmitir lo que el texto original se permite cuando suelta un improperio, o los juegos de palabras de pronto imposibles de traducir a nuestro idioma, porque sí, el lapsus psicológico de Jenna al confundir «Deep dish» con «Deep shit» no tiene nada que ver con llamarle «Manzanas chingadas» a las glaseadas, al final no terminan de ser sino detalles que pudieran haber pasado por una pulida extra precisa, pero que en realidad dejan que la historia se cuente como se tiene que contar, y que los insantes de mayor emocionalidad caigan donde tienen que caer. Que es lo primordial.
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Waitress México como un todo es un regalito. Mantiene ese aroma enternecedor que sabe a pay calientito de manzana cuando pasa por el paladar de la puesta original, pero agrega la bola de helado de vainilla que se mezcla en la boca para darle un sabor nuevo con el trabajo que está haciendo una compañía que es tan fácil abrazar, tan fácil querer, que el resultado es un postre que no hay que comer una vez, pero cien, y que es un honor poder decir, esto está sucediendo en México, en el Teatro San Rafael, y es el tipo de teatro que podemos presumir que nos coloca en la misma barra donde se sirven los mejores platos internacionales.
Waitress se presenta de jueves a domingo en variados horarios en el Teatro San Rafael.