La puesta musical de Jesucristo Super Estrella de Alejandro Gou está hecha para impresionar. Y lo logra. Una producción de lo más espectacular, quizá como jamás se había visto en México antes, que pone todas sus fichas en detalles técnicos dignos de concierto de rock, pero que no termina de apantallar con un cast lleno de celebridades que se quedan cortos frente a las exigencias de un musical mucho más complejo de lo que parece.
Alejandro Gou no se anda con juegos. Para su nuevo montaje de Jesucristo Super Estrella (que no es la primera vez que se presenta en México) se trajo a un director galés (Nick Evans) y transformó el Centro Cultural Teatro 1 en -prácitcamente- el Palacio de los Deportes con luces, lásers y mappings que pertenecen a espectáculos de Disney y Las Vegas.
Desde que Jesucristo Super Estrella comienza con una obertura dominada por el bajo, las luces empiezan a hacer lo suyo, reventando hacia la audiencia al ritmo de percusiones, provocando taquicardia de emoción con la partitura de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice que, encima de todo, es de lo más explosiva. El resultado es adrenalina pura y una sensación de estar en presencia de algo que va mucho más allá de teatro musical.
El escenario se atiborra de cantantes y bailarines, un ensamble lleno de la crema y nata de la industria musicalera, entre ellos Diego Medel, María Elisa Gallegos, Crisanta Gómez, Diego Domingo, Morena Valdés, Jaír Campos, Fer Soberanes y un lago etcétera, que en cada número coreográfico y armonía suenan como un coro poderosísimo que complementa a la perfección la magnificencia de lo que visualmente nos están regalando Evans y Gou.
Como se ha hecho antes, este Jesucristo Super Estrella se aleja de todo espacio temporal para convertirse en una especie de futuro apocalíptico y distópico donde los vestuarios tienen algo de punk como de tendencia harajuku y el ambiente una pisca de Mad Max. El director aprovecha este espacio para además hacer comentarios sobre la obsesión con la realidad virtual y la enfermedad de lo viral (no biológica, pero social), pero tambalea al momento de regionalizar este concepto y acaba metiendo videos del noticiero de Paola Rojas que francamente se sienten fuera de lugar.
Así como Jesus Christ Superstar de 2012 en Londres (ese criticado montaje que usó a Ben Forster, Tim Minchin y Melanie C de las Spice Girls como protagónicos), la estrategia de marquesina de Gou en esta ocasión fue la de entregarle a celebrados pop stars todos los papeles que tuvieran algún solo importante. Estrategia que, sin duda, comercialmente es un éxito, pero que no deja de desequilibrar la calidad del montaje.
Por un lado hay un Erik Rubín interpretando a Judas con perfección, coraje y la energía adecuada. Un cantante con dominio del escenario que además está dispuesto a entregar el 100 como actor y que otorga un carácter muy especial a canciones como Heaven In Their Minds o Damned For All Time con su voz rasposa, y una actitud pasional que le va como anillo al dedo a un personaje que Lloyd Webber ilustra como impulsivo y más dolido/arrepentido que villano.
Pero por otro, hay un Beto Cuevas que se siente tibio y perdido sobre el escenario, continuamente desgañitado y anticlimático en una partitura que lo rebasa en rango, incluso cuando ha sido arreglada para que él pueda alcanzar las complicadas notas que originalmente tienen a Jesús soltando agudos que le pondrían la piel chinita a cualquiera, pero que en manos de Beto Cuevas se convierten en meros suspiros, y peor aún, momentos francamente desafinados.
El himno de la obra, Gethsemane, uno que originalmente está cantado con una fuerza que provoca lágrimas, en el que Jesús le exige a su Padre que le explique por qué tiene que morir cuando aún tiene tanto por hacer, se vuelve intrascendente y poco memorable en voz de Beto Cuevas que lo convierte en una balada tristona. Y en los momentos actorales no logra sino transmitir una sola emoción: ausencia.
El resto del combo celebrity está mucho mejor logrado. María José (María Magdalena) y Kalimba (Simón) definitivamente no son los mejores actores, y no terminan de darle intención a canciones como I Don’t Know How To Love Him o Simon Zealotes que requieren de una carga emocional mayor a la que ellos proyectan, pero al final ofrecen un concierto perfectamente cantado y emocionante en sus estilos particulares. Y para cuando la Josa canta Could We Start Again Please la sensación es de acople perfecto.
Yahir y Leonardo De Lozanne, por su parte, si bien no alcanzan el momento cúspide de Erik Rubín, se esfuerzan por conseguir actuaciones mucho más orgánicas que inevitablemente se convierten en interpretaciones mejor conectadas con sus respectivos personajes: Pedro y Pilatos. Y escucharlos dejarse llevar por las emociones de sus números es un franco goce.
Por su parte, Enrique Guzmán funciona meramente como un nombre. Su sola presencia le da muchísimo carisma al número de Herodes, pero más allá de lo que su legado puede entregar a la escena, él ya no se esfuerza por entregar un extra. Y su canción termina por pasar sin pena ni gloria, cuando originalmente es probablemente el número más divertido de todo el montaje.
Más allá del grupo de famosos, los que verdaderamente arrasan con cada una de sus canciones y dan brillo a la puesta son Luis Carlos Villarreal (Wuicka) y Pisano como Annas y Caifás. Voces espectaculares y sumamente sorprendentes que al final se convierten en la razón número uno para ir a ver este musical.
Jesucristo Super Estrella es definitivamente un espectáculo visual. Uno que te roba el aliento cuando logran que caiga una tormenta sobre el escenario o pintan el piso de Pilatos como un tablero de ajedrez; que para el momento del juicio y la crucifixión de Jesús es sencillamente apabullante de una manera que, quizá no se vería en un escenario de Broadway, pero sí en un show de estadio que provoca querer levantar las manos para aplaudir.
En fondo, sin embargo, flaquea. La misma traducción de Julissa no termina de comprender por completo las letras de Tim Rice y acaba cambiándole el sentido a momentos cruciales como el Hosanna, que originalmente representa el momento preciso en el que Jesús se da cuenta que su vida está por terminar cuando el pueblo le canta «would you DIE for me? (¿Morirías por mí?)» dándole al resto de la obra una sensación de urgencia y al mismo Jesús una inherente frustración de su labor, y que Julissa aplasta por completo haciéndolos cantar «¿Vivirías por mí?»; o la misma Gethsemane, un número crudo que tiene a Jesús gritando hacia el Cielo «Watch me die! (¡Mírame morir!)», que tiene mucho impacto en su fraseo, y que convertido en el «Llévame» de Julissa en comparación se siente bastante tibio. Y ni hablar de la decisión de Evans de integrar a todo el ensamble a la Última Cena que tendría que ser el momento más íntimo y solitario del musical.
Como obra de teatro musical, Jesucristo Super Estrella está lejos de ser perfecta (no por eso menos entretenida), pero como show, como el mero espectáculo que el poster vende y promete, Gou triunfa más bajo concepto de concierto que otra cosa, y eleva la vara de lo que ya había comenzado a experimentar con obras como Joven Frankenstein y Billy Elliot y que ahora deja por sentado con creces.
Jesucristo Super Estrella se presenta viernes, sábados y domingos (fines de semana en dos horarios) en el Centro Cultural Teatro 1.