El revival de OCESA es una explosión de jazz, sexytud, comedia y coreografías que harían al mismo Bob Fosse asentir en aprobación.
El anuncio del regreso de Chicago a las marquesinas de nuestro país llamó especialmente la atención no tanto por el musical per se, pero por el casting elegido por OCESA, encabezado por dos personalidades del espectáculo, no forzosamente relacionadas con el ámbito teatral: Biby Gaytán y María León. De modo que en algún momento la conversación se convirtió en… ¿podrán?
La respuesta es: no sólo pueden, pero además sólo están empezando.
El musical de Fosse del 75 (inspirado en crímenes reales de los años 20 que se cubrieron en el Chicago Tribune) nos pone bajo el spotlight de Roxie Hart, una ambiciosa, pero ingenua aspirante a estrella de vodevil, que en el asesinato de su amante y su posterior encarcelamiento, encuentra la atención que siempre ha buscado para llegar a la fama.
La producción se convierte en una caja negra, sin muchos trucos y nula escenografía (a excepción de una imponente orquesta inamovible al fondo), replica del formato que en 1996 se adoptó en Broadway y que ha dado la vuelta al mundo, donde los números son conscientes de sí mismos, casi bajo un esquema burlesque, que hace del ensamble bailarines, sombras, personajes y maestros de ceremonia de una manera retacada de sensualidad.
Y de tanto jazz.
Pero más allá de la música que provoca chasquidos de dedos y taconeos bajo los asientos, es la dirección de actores la que se convierte en la protagonista sobre el escenario. Barrocas interpretaciones puntualmente retro que recuerdan la manera de hablar y moverse de estrellas de antaño como Rita Hayworth, Marilyn Monroe o Cary Grant, en egipcias poses sexys pero con un toque de comedia, muy al formato de Fosse, que hacen de Chicago una puesta específica en su temporalidad, pero con una temática que no deja de resonar hoy en día.
Tal vez, de hecho, hoy más que nunca: los 15 minutos de fama y lo que la gente está dispuesta a hacer para conseguirlos. Porque en términos 2019, ¿no son al final del día Roxie Hart y su antagónica Velma Kelly unas… «inventadas»?
Chicago es una obra para el año en el que estamos viviendo, a pesar de que nos sitúa prácticamente un siglo atrás. Y la farsa funciona incluso más hoy, en tiempos de ladys y lords, que son de algún modo, nuestras estrellas pasajeras de ocho columnas, que allá cuando las amas de casa criminales de pronto recibián un impreso de portada.
Al centro, María León le entra al juego sin frenos y crea a una Roxie sin miedo al ridículo. Tierna en su ceguera, implacable en su ascenso, espectacular en cada paso de baile y perfectamente limpia al cantar. Y se vuelve hipnotizante. Especialmente en el número de We Both Reached For The Gun donde prueba que más allá de una pop star es una actriz en toda la capacidad de la palabra, y una con mucha comedia que compartir.
Biby también se lanza al vacío, si no a la misma escala, sí lo suficiente como para perder a la conductora usualmente inmaculada, y sorprender como la bailarina que sabemos que es, entrona al momento de construir a una Velma caprichosa y arrebatada, que en números como el de I Can’t Do It Alone definitivamente roba escena. Aunque se extraña la malicia de una Velma que a sangre fría asesinó a su hermana y esposo, Biby está experimentando un lado suyo hasta ahora desconocido, que en funciones por venir seguramente se sentirá más aclimatado.
Y rondando de manera satelitar, pero igualmente disfrutables, Michelle Rodríguez aprovecha su Mama Morton para demostrar de todo lo que es capaz vocalmente (mucho más que en musicales pasados, y eso es decir mucho); Pepe Navarrete para convertir a Amos en el corazón intermitente de la obra, uno al que no vemos mucho, pero en cuyas apariciones, más que presentar al patético esposo irredimible de Roxie, muestra un lado francamente entrañable de un personaje grisáseo y se convierte definitivamente en uno de los favoritos para los aplausos finales, y Rubén Plascencia para apantallar en una vuelta de tuerca que te mantiene pensando, ¿de dónde sacó esa voz?
Chicago no se va sin reproches, sin embargo, porque en Pedro Moreno pierde la posibilidad de tener a un Billy Flynn verdaderamente carismático, y en su lugar presenta a un actor que si bien es cierto que físicamente es, en toda la extensión de la palabra, un muñeco Ken de los 20, canta poco, baila menos y en su actuación pasa francamente desapercibido en medio de sus compañeros.
Pero al final, Chicago es una obra que brilla por su ensamble, y los bailarines de OCESA no pierden oportunidad de convertirse en el color de las escenas. Escaparates súper sensuales, cautivantes y misteriosos sin los cuales un Fosse simplemente no podría funcionar. Y números como Razzle Dazzle y All That Jazz lo saben.
Chicago no es Les Mis, no es Lion King y definitivamente no es Wicked. De hecho, para el Teatro Telcel es algo nuevo, algo menos deslumbrante, más sencillo, pero que en su hechura -que ha sido probada ya por más de 40 años-, no resulta menos mágico, y en esencia, un montaje para abrirse la camisa, dejar correr el sudor por debajo del cuello, y disfrutar con una sonrisa pícara en la cara.
Chicago se presenta de jueves a domingo en el Teatro Telcel.