El revival del musical setentero, Sugar, es en toda la extensión de la palabra una comedia de enredos aderezada con números musicales. ¿Divertida? Sin duda alguna, las risas están garantizadas. ¿Actual? … se podría poner en duda.
Para bien o para mal, Sugar es un musical old school. Y no me refiero meramente a los años que lleva de existir, porque lo mismo se podría argumentar de otros como Follies, Jesus Christ Superstar o Hair que también nacieron en los 70; pero al tratamiento clásico y a la antigüita que recibió por parte de Billy Wilder desde su creación. Uno lleno de plumas, brillantina, líneas de coro y absoluta liviandad, quizá al estilo tradicional de musicales de décadas pasadas, más en línea con los 50s y 60s.
A pesar de eso, resulta sorpresivamente moderna la falta de misoginia y homofobia en sus chistes (no todos se salvan, pero casi), más tomando en cuenta que la trama lleva a dos hombres a estar disfrazados de mujeres por la mayor parte de la historia. La trampa estaba puesta, pero Sugar encuentra la manera de evitarla.
Inspirada en la película de Marilyn Monroe, Some Like It Hot, Sugar nos lleva de Chicago a Miami, donde dos músicos, Joe y Jerry, luego de ser testigos de un asesinato por parte de la mafia, deciden huir y hacerse pasar por mujeres para poderse integrar al show únicamente femenino del Hotel Flamingos y así salvar sus vidas.
En el proceso conocen a Sugar Candy (originalmente Sugar Kane), una de las bailarinas del show, quizá demasiado entusiasmada con el gin, con la que ambos comienzan una relación de coqueteo, especialmente complicada mientras intentan mantener su identidad en secreto. De modo que mientras Joe hace lo posible por enamorarla creando oootro alter ego más, el de un millonario seductor, Jerry sólo intenta escapar de las garras de un anciano rabo verde que ha quedado prendado de su falsa Daphne.
El corazón de la obra definitivamente está en manos de Ariel Miramontes, que encuentra una manera muy orgánica de dar vida a su personaje femenino y se lleva los momentos y los «one liners» más graciosos, convirtiéndose en la razón principal para no perderse este musical. Su Daphne recuerda a estrellas drag como BenDeLaCreme, en ese estilo aseñorado de ser una mujer simpáticamente bonita, mientras que su Jerry es incómodo de una manera tan tierna que encariñarse con él es cuestión de cinco minutos.
Y Cassandra Sánchez Navarro sale para quedarse con el spotlight y transformarse en una Sugar ultra memorable. Su voz ronquita es ideal para canciones como I Wanna Be Loved By You, que tenemos tan grabadas en la voz de Marilyn, pero que Cassandra encuentra la manera de hacerlas propias; y sus momentos con Ariel son francos fuegos artificiales de absoluta complicidad, profundamente divertidos de una manera sencilla y sin esfuerzo.
En contra parte, Arath de la Torre es un tren descarrilado. Un actor poco generoso que busca desesperadamente la atención y posicionarse como gracioso por encima de sus compañeros, gesticulando de manera exagerada, gritando y saliéndose del guión de manera caótica. Su Fina y su Joe nunca terminan de cobrar vida más allá del mismo Arath en una peluca.
Lo mismo le sucede a Marisol del Olmo. Dentro de sus pocos números musicales es una estrella muy completa, pero cuando la música la abandona, lo que queda en ella son gritos y estridencia que no terminan de cuajar con la comicidad del guión.
Más allá de estos detalles de afinación, el ensamble se complementa con gente como Mauricio Salas, Andrés Elvira o Benito Castro que elevan el nivel de la producción y la llevan de «dominguera» a imperdible.
Sí, Sugar definitivamente es old school, y repito, tanto para bien como para mal. En ella no vamos a encontrar profundidad en la historia, como musicales más modernos nos tienen acostumbrados, y uno que otro personaje pasa por acosador, cosa que en pleno 2019 ya no es motivo de risa; pero sí está repleta de momentos de baile apantallantes, escenografías espectaculares, color, risas, tap, persecuciones y hasta un yate, detalles que llenan el corazón de cualquier musicalero.
En fin, Sugar es dulce, no para cubrir el paladar de sabor, pero sí para querer repetir con otra mordida.
Sugar se presenta de jueves a domingo en el Teatro de los Insurgentes.