Hablemos de por qué es importante The Boys In The Band (Los Chicos de la Banda), una obra de Mart Crowley que en 1968 inició una franca revolución para la comunidad gay que trascendió del teatro e incluso se le considera una de las inspiraciones detrás del movimiento de Stonewall en 1969.
A finales de los 60, en una década en la que se hablaba de «los homosexuales» con susurros, culpa y desprestigio, Crowley se atrevió a escribir una obra que hablara del estilo de vida gay de una manera normalizada, con ocho personajes queer y uno hetero…cuestionable. En su momento fue un escándalo, Crowley no conseguía teatros ni actores que quisieran participar en su «experimento». Pero cuando finalmente logró estrenarla Off-Broadway con Robert Moore dirigiendo, fue un tremendo éxito, que además se ha revivido a morir, la última vez el año pasado con un elenco en su totalidad abiertamente gay, consiguiendo incluso un Premio Tony.
The Boys In The Band llegó a quitarle la curita a una herida aún abierta, de una manera tan relevante que, quince años después de su estreno, cinco de los actores originales de la puesta, el productor, y el mismo Robert Moore fallecieron durante la epidemia de SIDA, evidenciando que en temas queer, el mundo todavía estaba lejos de mantener a la comunidad lgbt dentro de las conversaciones importantes.
Crowley escribió a los hombres homosexuales de los 60s como un tanto patéticos, cosa que venía de un rencor hacia la manera en la que la comunidad gay se conducía con vergüenza, culpa y dolor. Hombres negados a crecer, preocupados por haber dejado de llamar la atención de los jóvenes más bellos, alcohólicos, necesitados de terapia, demasiado afeminados para ser aceptados incluso entre los suyos, infieles, polígamos, closeteros y venenosos.
Y ésos son precisamente los protagonistas de Los Chicos de la Banda, un drama que gira alrededor de la fiesta de cumpleaños de Harold, donde conforme va fluyendo el alcohol entre los invitados, también se comienzan a perder los filtros y las ganas de ser amigables los unos con los otros, fiesta que culmina con un tóxico juego de llamadas donde el jugador debe poner su dignidad en la línea confesándole su amor a la persona de la que siempre han estado enamorados.
El problema con la puesta de Pilar Boliver en el Xola es que varios de los mensajes relevantes quedan completamente opacados por el tratamiento absoluto de comedia que se le da al montaje. La incomodidad es reemplazada por carcajadas, y los insultos por joterías jocosas. Pilar hace de sus ocho hombres homosexuales un mismo estereotipo de gay, cosa que le quita todo el peso posible al personaje de Emory, cuya intención original era la de retratar al «femme» y provocar con él escozor entre sus propios amigos, evidenciando la homofobia internalizada.
Pilar juega con actuaciones grandilocuentes que chocan con el tono naturalista del ambiente, llevando a sus actores a actuar para el público y no entre ellos. Cosa que provoca la sensación de estar viendo una sitcom, y una absoluta desconexión entre el elenco, que se siente especialmente conflictiva durante los primeros 10 minutos del montaje, cuando la fiesta aún no comienza, y Horacio Villalobos y Alfonso Soto son abandonados a interactuar juntos de la manera más dispareja y poco convincente posible.
A pesar del manejo a la Will & Grace del drama, actores como Constantino Morán, Juan Ríos, Luis Lesher y el mismo Juan Carlos Martín del Campo logran entregar un espectáculo entretenido, que mantiene como segunda lectura la relevancia del texto original, pero se disfruta con actuaciones que sostienen la atención en alto, pese a las dos horas de duración de la puesta. Y definitivamente son entregadas desde un lugar valioso.
Otros, como Pedro Mira están dirigidos desde otro tipo de estereotipo, un hombre heterosexual cuya manera de comunicarse es a gruñidos, o el mismo Horacio Villalobos cuya construcción de personaje nunca logra trascender a la figura pública que conocemos y permanece en Horacio Villalobos.
Resulta llamativa la edad elegida para el elenco. Una puesta que no por nada se llama The Boys, «Los niños», que buscaba excavar entre las vicisitudes de hombres homosexuales quizá en sus treintas-cuarentas, edad del golpe a la Peter Pan para los hombres gay, razón por la cual existe una secuela a este texto llamada The Men From The Boys, donde los mismos protagonistas ya se han convertido en hombres años en el futuro. Más allá de la decisión creativa, sigue pareciendo inconsistente emparejar a actores como Villalobos con un apenas treintañero como Alfonso Soto, personajes que, de acuerdo a la historia se conocieron en la universidad… siendo que notoriamente hay más de 20 años entre ellos.
Relevante sigue siendo, y probablemente como archivo histórico lo vaya a ser siempre. The Boys In The Band picó la cresta de una comunidad que estaba harta de no ser considerada, de agachar la cabeza frente a lo normativo, que quería contar sus propias historias, y retratar a su abanico de personajes. The Boys In The Band llegó para cambiar la historia, Los Chicos de la Banda para entretener por dos horas.
Los Chicos de la Banda se presenta de viernes a domingo en el Teatro Julio Prieto, Xola.