El espectáculo inmersivo y poco convencional del No Show México sorprende desde el segundo uno y no deja de soltar bolas curvas durante toda la función que mantienen al público riendo a carcajadas, desde un lugar tristemente real, transparente y súper vulnerable. Porque al final, ¿qué no es la comedia la mejor medicina para las dolencias?
Es difícil hablar del No Show México sin spoilers, porque básicamente todo lo que sucede en las funciones es del público para descubrir como si de abrir un regalo muy especial y herméticamente sellado se tratara, pero vamos a intentar darles una idea de por qué puede que sea una de las mejores obras del año sin revelar demasiado.
El concepto es Alexandre Fecteau, originalmente llamado en Canadá Le No Show, y es él mismo quien toma la batuta para montarlo en México con un elenco francamente privilegiado: Adrián Vázquez, Sara Pinet, Memo Villegas, Vicky Araico, Tizoc Arroyo, Úrsula Pruneda y Pamela Almanza.
Pero hablar de privilegio y teatro en México, es justamente el tema, dos palabras que para una industria tan castigada como el teatro, rara vez se pueden ver juntas. Y que el No Show se dedica precisamente a alumbrar desde un lugar sin taboos ni maquillaje.
La experiencia comienza en realidad una hora antes de la función, cuando uno llega al teatro para comprar su boleto y descubre que el precio de la entrada no está escrito en piedra, pero que por el contrario, cada espectador decide de manera anónima y voluntaria cuánto va a dar en taquilla…cuánto vale para ellos el precio de un espectáculo teatral.
Y luego se queda a convivir con los actores y a comer elotes preparados que ellos mismos están ofreciendo en plan kermés. Belleza.
Lo que uno disfruta una hora después en el escenario del Helénico es resultado directo de esa decisión primaria, y de ahí que además cada función sea una completamente distinta.
La historia, que más que historia se podría mirar como un conjunto de monólogos, una colección de conferencias, un Ted Talk meets Fuck Up Nights, se desarrolla desde las vivencias y anécdotas personales de cada actor en escena, de modo que los personajes en realidad son ellos mismos y la ficción es prácticamente un documental.
Un experimento que seguramente resulta complejo para los actores, que se ven obligados a abrirle la puerta a un grupo de desconocidos a sus inseguridades, complejos, vergüenzas y secretos, pero que a cambio reciben la participación de un público que está dispuesto a vulnerarse con ellos, y quizá revelar cosas que no dirían en voz alta en ninguna otra situación. De modo que lo complejo para el final, resulta de lo más liberador. Como una guerra de malvaviscos, donde los golpes se sienten pero no duelen como pedradas.
La obra habla directamente de la situación del arte y la cultura en México, pero resulta tan catártica que al final es muy fácil espejear situaciones personales. Yo, querido lector, no pude dejar de verme reflejado cuando se hablaba del azar como un componente necesario del éxito… o la falta de éxito, o de la llama que en un descuido se puede apagar cuando se te olvida por qué haces lo que haces. Y el valor, el valor de uno y lo que trae a la mesa.
Lo que es increíble del No Show México es que es una experiencia liviana, divertida pero cargada de contenido real y palpable. Los siete actores elegidos por Fecteau son excelentes comediantes, pueden provocar carcajadas con una mirada, un diálogo, una improvisación, pero también tienen la bellísima cualidad de ser gente con la que es muy sencillo conectar y empatizar, de modo que no es raro en el No Show que a una risotada le proceda una lágrima, un suspiro, un fruncir el ceño, y al final, quizá ese pensamiento que lleve a que algo cambie en ti, tal vez en el colectivo, y con suerte en el mundo.
El No Show México se presenta de jueves a domingo en el Teatro Helénico.