En un despliegue magistral de actoralidad, modulación y contención, Carolina Politi, con un monólogo que se regocija en el minimalismo, demuestra por qué arrebató el Premio Metro a Mejor Actriz con La Persona Deprimida en la que entrega una de las actuaciones más cautivantes que se pueden ver en un teatro.
No es de sorprender que La Persona Deprimida, originalmente publicada como historia corta en 1999 como parte del recopilatorio ‘Brief Interviews With Hideous Men’, haya sido escrita por David Foster Wallace, quien batalló con depresión por más de 20 años para finalmente quitarse la vida a sus 46. Tal vez es por eso que se siente tan íntima, tan real, tan… visceral.
En una caja negra con ninguno otro objeto en escena excepto una silla que Carolina Politi jamás realmente usa, la persona deprimida, de la que se habla todo el monólogo en tercera persona, a pesar de que es claro de que nace del dolor y la experiencia personal, cuenta su historia a la audiencia, con las luces de sala completamente prendidas, como si de un grupo de autoayuda se tratara.
Esta persona deprimida lleva años arrastrando un trauma de la infancia, que pudiera sonar nimio, pero para ella es incontrolable, que tiene que ver con la forma en la que sus padres la usaban de moneda de cambio en sus pleitos en pareja, disputándose entre ellos quién pagaría los gastos de ortodoncia de la niña, haciéndola sentir a ella culpable del gasto y un completo pesar para sus papás.
Ese pequeño recuerdo se convierte en una bola de nieve y eventualmente en avalancha, y por supuesto la hace acabar en todo tipo de terapias psicológicas y psiquiátricas, que se vuelve el centro de lo que ella narra de manera desesperada a sus escuchas.
Aunque quiera, no puedo dejar de hablar del magnífico trabajo de Carolina Politi, quien junto a su director, Daniel Veronese, convierte el relato en una montaña rusa de subidas y bajadas. Es como si la persona deprimida quisiera por un lado quitarle peso a sus palabras, riendo y abanicándose recuerdos como si fueran moscas, minimizando cosillas del pasado, mientras al mismo tiempo, entre más se clava en una memoria en específico, más grande es su sentir de repulsión, de desagrado por ella, y más comienza a perder el control… sin nunca realmente perderlo del todo.
Y he ahí la masterclass. Lo magistral y enormemente complicado. Carolina Politi nunca llega al punto de quiebre. Sube las escaleras, a veces corre para alcanzar la cima, pero siempre se detiene a un paso del límite. No cae en la trampa del melodrama. No tropieza con el llanto fácil, el grito, la locura, el arrebato. Se queda a centímetros de perderlo y justo cuando en sus ojos puedes ver que ya no puede más, en un suspiro profundo regresa a la sonrisa forzada, como una jaula de sus sentimientos.
Politi y Veronese entienden al personaje, y eso es algo que no siempre se ve en teatro. Al contrario, lo común es que el director pida más y más y más, y el personaje acabe perdiendo estructura; pero ésa no es la persona deprimida. Porque ella no quiere ser una carga, porque ya lo fue por mucho tiempo. Porque la culpabilidad la carcome cuando levanta la voz de más, porque la ansiedad de que el otro se pueda llegar a reír de ella la sobrepasa. De modo que cuando está a punto de exaltarse de más, lo único que hace es pedir un té, y retomar de cero, regresando la montaña rusa a su carril de inicio.
No hay nada más poderoso que la contención. Que el sentimiento en una mirada seca. Intensa y desesperada, pero seca, y una garganta de voz dócil. Porque gritarse y abatir lo puede hacer cualquiera, pero para restringirse se necesita colmillo, y eso es lo que Carolina Politi presume por 60 minutos.
Más allá del monólogo cautivante por parte de una actriz y un director que decidieron hacer de la sencillez potencia, el texto de Foster Wallace es uns reflexión maravillosa de lo absurdas de tantas prácticas que se hacen pasar por terapia, cuando son más dañinas para la psyque que experimentales y revolucionarias, como tantas veces las venden; del papel del terapeuta, a veces más personaje que figura de carne y hueso ante nuestros ojos, un profesionista que está ahí para nosotros, que se percibe desde el ego y el narcisismo, que no tiene humanidad propia.
La Persona Deprimida no es deprimente, si para allá los estoy llevando. No lo es, de hecho, la persona deprimida, ésa de quién se habla todo el tiempo es bastante carismática en su absoluta ansiedad social y neurósis; y tantas de las cosas que dice resuenan en una u otra modulación entre los que estamos en el público. Más en tiempos de Zoloft, Xanax y Clonazepam. Después de pandemia, la persona deprimida somos todxs. Sólo ella tiene algo que compartir, ahí donde muchos callamos que nos estamos yendo por un hoyo oscuro.
Hay fuerza en el sentir, hay poder en la acción y hay arma en las palabras, y eso es lo que La Persona Deprimida nos viene a recordar, que no hay memoria dolorosa pequeña, ni comentario hiriente olvidable, que el comfort del amigo cercano a veces es todo lo que tenemos y ese amigo no siempre está consciente de lo importante que es el papel que está jugando, que cada cabeza, de hecho, es un mundo, y por dentro ese mundo gira y tiembla como lo hace el de aquí afuera.
Y repito, en cualquier caso y por si no ha quedado claro, Carolina Politi es un monstruo imperdible que no se puede dejar pasar para la próxima.
La Persona Deprimida se presenta Jueves, Viernes, Sábados y Domingos en el Teatro el Milagro.