Haciendo de Daniela, Yuri, Dulce y Lupita literales muñecas que comienzan plásticas e indiferentes, para convertirse en mujeres libres, el nuevo montaje de Mentiras, en el que López Velarde derrama nociones frescas y visuales tan retacados como espectaculares a un musical que creíamos sabernos de memoria, es una arriesgada vuelta de tuercas que funciona, emociona y llena la gargante y el corazón mentiroso.
Vamos a aceptarlo, porque la honestidad debería ir siempre por delante. El anuncio de José Manuel López Velarde de una nueva Mentiras, ahora trabajada de la mano de Alex Gou, Bobo Producciones y la Teatrería sonaba de pronto más a querer probar un punto, que a una verdadera intención de brindarle un segundo aire al musical que por años fue el número uno de México.
Pero ahora, vibrando desde el Aldama, que se ha convertido desde el lobby en el país de miel con tejados color bermellón que nos prometió Castillos, es claro que el director y dramaturgo, López Velarde, tenía prendida la vela de la creatividad (probablemente desde hace mucho) y estaba buscando una fuga para desahogar la enorme cantidad de ideas que tenía para Mentiras, y que ahora, y a manera de explosión maximalista, consiguió plasmar en una versión re-imaginada del musical que es imposible que no te robe la respiración.
La trama sigue siendo la misma. Un hombre llamado Emmanuel cita a través de una misteriosa figura encampuchada a sus cuatro mujeres en su aparente velorio para que entre ellas descubran quién de ellas le quitó la vida, contándose entre flashbacks ochenteros y canciones dolidas sus historias de vida y revelando que las cuatro vivieron un amorío simultáneo con él sin siquiera saberlo por años (o bueno, algunas de ellas haciendo como que no lo sabían). Y llegando entre todas a un fabuloso final tan inesperado como empoderado.
Los personajes son los mismos, muchos de los diálogos permanecen idénticos, pero las novedades saltan por doquier. Desde los arreglos musicales, que ahora permiten que las tres actrices no solistas hagan coros a la intérprete de la canción; el hecho de que Dulce ahora es novicia, hasta la integración de nuevas canciones como Adelante Corazón y No Soy Una Señora; y por supuesto, un nuevo y mucho más coherente final en el que Manuela, la mujer que nació para cantar, se queda como un bonito recuerdo, para dar paso al mucho más honesto Emmanuel que cierra confesando que es esclavo de su propia incapacidad de amar en exclusiva.
Pero son los detalles creativos los que brillan por otorgar nueva vida al relato. Y vaya que brillan, de manera literal.
Una escenografía por parte de Jorge Ballina que apabulla e impacta de la mejor manera posible. Donde más es más y nada es suficientemente colorido, grande o neón. Una apuesta que bien pudo haber caído en lo ridículo o corriente, pero que Ballina y Velarde encuentran la forma de hacer parte de una estética muy única con un concepto muy claro: Daniela, Dulce, Yuri y Lupita son esas muñecas Mattel que están batallando por dejar la caja en la que han sido enclaustradas, con accesorios incluidos, para salir de ahí sin lo rotas que el machismo histórico las ha obligado a estar.
Brillante desde la modalidad Barbie que permea cada micro-escenario, y que además se usa con sentido del humor y contiene gags propios (el del bebé en De Mi Enamórate, uno de los mejores); y compleja al punto en el que uno de los grandes héroes de este montaje es sin duda Gerardo Samaniego, Production Stage Manager, al que le toca trabajar con un monstruo de cuatro treadmills, escaleras, escaparates en las alturas y decenas de objetos y letreros gigantes, muy de arte pop, muy Koons, que sin duda hacen de esta nueva Mentiras una de las más complicadas y vanguardistas que se han atrevido a ponerse en México.
Acompañando a Ballina, Estela Fagoaga y Eloize Kazan en vestuario hacen lo propio para transformar a las actrices en muñequitas con múltiples cambios de vestuario monocromáticos, perfectos para la Barbie ochentera, pero también para la L.O.L. actual, pensados hasta el último detalle, perceptible en los pequeños bodies que usan debajo de la ropa y que se vuelven visibles cuando se cambian de ropa en escena.
Y Pablo Gutiérrez en iluminación, retaca el escenario de leds que van formando los distintos planos y profundidades de la boca escena; y que de manera gloriosa van coloreándose en los tonos rosa, azul, verde y naranja de los personajes de acuerdo a la preponderancia de los roles en acción. Una tarea complicadísima, que junto a la orquestación y diseño de audio hacen funcionar de manera ultra precisa para hacer del diseño de producción un personaje más de este nuevo montaje de Mentiras.
Por su parte, las actrices, ahora más en la edad de los personajes, toman desde dirección mucho de lo que ya conocíamos del Mentiras de siempre, pero juegan con nuevas variedades. Daniela es un poco más boba que neurótica, y se presta mucho más a la comedia física que antes, cosa que Pahola Ecalera hace de manera genial desde la voz; y Lupita sigue cargando con cierto bagaje que Mariana Treviño y, especialmente, Paola Gómez dejaron en ella, pero se enriquece con la comedia de Jimena Cornejo, que es instintiva y enormemente creativa, y que además nos permite conocer un lado nuevo para Cornejo: el sexy. Que la va más como anillo al dedo de lo que uno imaginaría.
Dulce es un poco menos infantil, más madura incluso en los vocales que Brenda Santabalbina le otorga que no vienen desde lo ingenuo; y Yuri, que ahora también se divierte más con la androginia, tira el Aldama a pedazos con belteos de otro planeta en la voz de María Elisa Gallegos (y seguramente también en la de Aitza Terán) que la convierten en la powerhouse vocal del musical, y cuyas canciones, una tras otra, te dejan con la mandíbula en el piso.
Mentiras sorprende instantáneamente con Castillos, en la que vemos por primera vez a Daniela, Dulce, Yuri y Lupita convertidas en muñecas en sus cajas; divierte con carcajadas con De Color de Rosa, toma la forma que venimos esperando desde el anuncio del remontaje con Déjala y Amiga Mía, y se consolida de forma intensa, emotiva y conmovedora con Detrás De Mi Ventana y De Qué Te Vale Fingir.
Te estás pasando, le diríamos a Velarde. Su punto a probar se probó en grande. Mentiras lo puede ser todo: un giratorio o rieles, una orquesta visible o invisible, cajones o escaparates, objetos realistas o gigantescas reinterpretaciones, actrices de todos los colores y sabores, melodías sencillas o recargadas. Lo importante es que Mentiras siga siendo. Y hoy más que nunca queda claro que la evolución es vital. Apreciada. Refrescante.
Larga vida a Mentiras.
Mentiras se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Aldama.