Las Aventuras de Frida es un colorido viaje a la fantasía de una pequeña Frida Kahlo, que si bien tiene visuales hermosos, lúdicos y, más importante, pintorescos, no termina por fortalecer a Frida como leyenda, y flaquea al momento de usar la muy famosa «pies para que los quiero si tengo alas para volar» con un guión que realmente nunca despega del piso.
En su más puro concepto, Las Aventuras de Frida, tiene la idea correcta: una niña, aún no transformada en ícono popular y pintora de fama mundial, viaja de Coyoacán a un mundo fantástico donde va recogiendo singulares personajes que para la Frida Kahlo adulta son referente en su arte, para batallar contra una bruja y su secuaz sapo y descubrir que no necesita de un diario y una pluma para crear magia, porque la magia siempre ha vivido dentro de ella.
Si la trama les suena demasiado conocida, es porque retoma mucho, quizá demasiado, de Dorothy y su odisea por el mundo de Oz. Desconozco si Fer Vati, Bea Sánchez, Conchi León y Alonzo Mercado, colaboradores en la dramaturgia, pretendían hacer homenaje a esta icónica narrativa o simplemente coincidieron en muchísimos elementos, pero la realidad es que Las Aventuras de Frida batalla por encontrar algo fresco que contar.
Y aunque busca una moraleja sobre el poder de la imaginación y la confianza en uno mismo, carece de los cimientos para hacer del viaje Dorothyesco de Frida realmente potente. Teniendo tanto que contar de un personaje como Frida Kahlo, que pasó por momentos trágicos y oscuros en su vida desde joven, Las Aventuras de Frida frivoliza al personaje y vuelve su primera motivación para escapar por el agujero del conejo, una discusión que tiene con su madre sobre si debe o no jugar en el patio cuando está lloviendo. Cosa que, pues sí, resulta floja, muy floja como motor del relato.
No se percibe mucho de su relación con su madre, más allá del básico, «si no te metes te vas a enfermar», y teniendo la posibilidad de rascar mucho más en el complejo que la llevó a autodenominarse «Frida la coja», comenzando la hisoria quizá con ella en cama, sin poderse mover luego de haber padecido polio, el tema de su malestar en la pierna derecha es apenas mencionado, quitándole mucho impacto al «pies para qué los quiero». Porque en la obra pies tiene, brinca, baila y hasta baja hacia el público.
Lo que sí se asienta desde un inicio es su cercana relación con su nana oaxaqueña que le enseñó el amor por el arte, colores e inspiraciones mexicanas, y aunque hay muchas otras referencias a la cultura y mitología del país, el texto jamás decide concentrar sus esfuerzos en un particular y exprimir la belleza de México desde ahí, pero en su lugar comienza en Coyoacán, para luego viajar a Nueva York, innecesario, donde todo de lo que se habla es de «jochos», innecesario y fuera de temática, y luego a París, para terminar en el Xibalba, perteneciente a la cultura Maya. Un reboltijo geográfico que más que darle dimensión a la historia le termina por quitar significado.
La bruja antagónica tampoco tiene las más grandes motivaciones para ser villana. Busca el diario y pluma mágica de Frida para que su esbirro sapo pueda hablar como persona normal, porque, como resultado de un error pasado -fábula que se intenta integrar a la obra y que tampoco logra aterrizar- el sapo habla mezclando palabras a la Yoda, cosa que también hubiera funcionado mejor si Diego Rivera, a quien finalmente está representando este personaje, hubiera tenido dislexia o algún problema del habla, pero en Las Aventuras de Frida no parece tener justificación alguna.
La falta de sustento la rescatan de manera genial, Lisset como la bruja y Juan Carlos Medellín como el sapo que son finalmente los personajes más divertidos de la obra, y que en un momento de lo más gracioso, rompen la cuarta pared para buscarle un reemplazo al sapo entre el público y dar un levantón de ritmo a un cuento que lo pide a gritos.
El resto de los personajes, incluyendo a la misma Frida, están atrapados por completo en la unidimensionalidad. El chango (Ari Albarrán) tiene hambre, el xolo (Iván Carbajal) quiere pelo, y son bastante reiterativos con el tema. Sólo la nana, interpretada por Amorita Rasgado, logra crear matices. Para cuando Frida, les da su razón de ser, que aquí no lo hace el Mago, pero ella, los significados que les otorga a cada uno de sus acompañantes nunca realmente fueron vistos durante el transcurso de la obra y pareciera que se los está dando un poco porque sí. ¿El chango, valiente? Si hubiera dicho «glotón» hubiera tenido más sentido, pero el cuento tiene que terminar en moraleja inspiracional, y por tanto se fuerzan características que brillaron por su ausencia en la historia.
En cuanto a diseño, los personajes antropomorfos tienen detallitos hermosos y otros demasiado ordinarios. El vestuario de Emilio Rebollar, especialmente en el sapo y en el xolo, tiene accesorios y textiles que lo llevan de un lugar obvio a uno conceptual creativo muy aplaudible, pero luego el maquillaje cae en el básico de pintacaritas de Chapultepec y roba puntos a un trabajo que iba por muy buen camino, y que cuando Frida pasa de opaca para su casa, a folclórica para el trayecto, provoca querer gritar, al verla girar y hacer un reveal de vestuario sumamente mágico.
Un buen momento cantado por Lisset nunca está de más en el teatro, pero en Las Aventuras de Frida, donde las canciones son pocas y poco memorables, poperas y poco inspiradas por ritmos más locales quizá más adecuados con el personaje, los momentos musicales se sienten bastante innecesarios. Especialmente cuando tienes a actores como Ari Albarrán optando por el playback en vez de cantar en vivo.
Cuestión que me resulta especialmente dolorosa tomando en cuenta que la directora de la puesta es ni más ni menos que Anahí Allué, cuya dirección de musicales como Eres Bueno Charlie Brown y Bule Bule han sido genialidad pura. Pero aquí Anahí está deslavada. Su humor no aparece por ningún lado, y la creatividad es intercambiada por el mapping en la marquesina de la bocaescena y la escenografía que sí, llena mucho de color el montaje, pero pareciera que eso permite al trazo escénico ser meramente funcional y poco especial.
Y acá nos encontramos con otro problema. El mapping, que pretende homenajear los trazos de un pintor, nunca realmente se inspira en el estilo de la misma Frida para sus paisajes. Estando en el cuarto de Frida Kahlo todo el fondo parece más cercano a El Dormitorio de Arlés de Van Gogh, y el mundo de fantasía retoma los trazos de un Cézanne, pero nada de Kahlo a excepción de la temática generalizada de flores.
Todo lo último me lleva a preguntar, ¿por qué Frida Kahlo si en realidad su historia y detalles más característicos nunca fueron tomados en cuenta? ¿Por qué no «Las Aventuras de Anita»? Cualquier niña puede viajar a un mundo de fantasía con el poder de un diario, una pluma mágica y tantita imaginación. ¿Qué nos quisieron contar de Frida que nunca logró traducirse en escena?
Es triste porque siendo una obra con pedigree -todos los involucrados han demostrado una y otra vez ser fantásticos- no consigue demostrar que la compañía que Alonzo Mercado (productor) logró conjuntar es excepcional. Esta vez tropezaron en conjunto, y Las Aventuras de Frida se vuelve desventura, flotando en el común denominador de la obra infantil típica con personajes de botarga y diálogos que subestiman la capacidad intelectual de un niño.
Las Aventuras de Frida se presenta sábados y domingos con dos funciones en el Nuevo Teatro Silvia Pinal.