Dos Gardenias es un musical original mexicano independiente y austero con buenas ideas, excelentes voces, la representación correcta, pero una ejecución que se derrama por todos lados.
El Teatro Rodolfo Usigli es la casa de Dos Gardenias, un espacio chico de forma complicada, que para muchas obras podría ser una pesadilla, pero que para este musical de autoría original y dirección de Jonathan Rubén resulta curiosamente ideal. Una barra de bebidas y una canasta de tacos nos dan la bienvenida a esta especie de patio interior, donde los baños como de cantina están literalmente al lado de las butacas, las mesas conviven con los asientos teatrosos y el escenario es un tapanco abierto y pelón.
La geografía del espacio nos transporta lejos de la ciudad a un lugar onírico, perfecto para contar una historia que sucede en un cabaret de los años 40 en el Distrito Federal.
Al estilo Víctor Hugo la obra comienza con una mujer errante cargando en brazos a un bebé. La mujer es «La Golondrina» (Samantha Salgado), una cantante de voz excepcional -que de verdad que sí la tiene- que termina por encontrar asilo en un cabaret, donde crece como estrella hasta apagar su fulgor en un accidente que le quita la vida, cosa que nunca queda del todo claro si pudo haber sido franco asesinato y por qué.
Años después, la Satine del lugar es Gardenia (Coco Máxima), una mujer que no es lo que parece, tanto así que ella misma acepta que dentro de ella viven «dos Gardenias», una que muestra al público y a la gente, y otra que sólo conoce su mejor amigo y cómplice, Santito (Alexander Soto), que además de fungir como el comic relief de la puesta, también hace papel de narrador.
Como buena cabaretera cuya verdadera identidad podría representar un problema para encontrar el amor verdadero, Gardenia está resignada a que los hombres sólo la quieren para una cosa y luego la desechan, hasta que conoce a Carlos (Beto Torres), un hombre mayor que está dispuesto a todo con ella, incluso después de conocer su verdadera identidad, pero que carga una bomba de tiempo con él en forma de carta con consecuencias devastadoras para todos.
El melodrama está presente. Para ser un musical inspirado en los 40, el dramón a la María Candelaria con ínfulas de Dolores del Río y Pedro Armendáriz tiene perfecta cabida, pero la dirección no termina de jugar del todo con la década, y el diseño escénico no ayuda en absoluto a que este musical de época sea realmente envolvente y encantador.
Mientras actores como Paris Roa, en absoluto villano pachuco, está muy dispuesto a entrarle al acting de una época, la misma Coco Máxima y Beto Torres no parecen estar del todo en sintonía con la era y el tiempo. Ella se mueve mucho más hacia la telenovela de los ochenta-noventa, con mucho grito, mucha desesperación grandota y sobrecocida, y él está en galán sesentero. No hay un trabajo vocal reminescente de ninguna era, pero sí existe en el trazo que busca el melodrama con clásicos como el darle la espalda al amante mientras se avanzan unos cuántos pasos para ocultar la cara en decoro.
Dos Gardenias se podría presentar perfecto en el escenario del Rodolfo Usigli con sus paredes negras y su absoluta ausencia de elementos sin nada más, pero Jonathan Rubén busca la manera de recrear espacios un poco más literales a través de utilería, como una cama, y telas colgantes que rompen por completo con el trabajo de vestuario de Alex Hernández y no parecen pertenecer al mismo musical. Lo cual es frustrante, porque el vestuario se nota mucho más pensado que el resto de los elementos de diseño.
Peor aún, los poquitos muebles vuelven las transiciones dolorosamente lentas y extremadamente visibles, con staff del teatro en absoluto 2022 entrando y saliendo para mover cosas, que no hacen más que sacarte por completo de la fantasía retro que los actores están haciendo lo posible por mantener.
Crazo error cuando el musical funcionaría perfecto en una caja negra, porque momentos de mayor imaginación en el montaje, como cuando Jonathan se lleva a sus personajes al cine y podemos ver lo que Gardenia y Carlos ven en la pantalla, mientras ellos estén sentados en sillitas en segundo plano; o cuando aprovecha el espacio para asomar a personajes por balcones o permitir que Samantha Salgado se arrastre desde la barra hasta el escenario, resultan mucho más bonitos e ingeniosos que la muy literal cama, y la triste e incómoda cortina que sólo se usa de biombo, y que te lleva a preguntarte, ¿por qué no un biombo?
El trabajo de iluminación se siente errático y para mala suerte de todos los involucrados, la persona detrás del seguidor insiste en perderse sus queues de entrada y llega tarde a muchísimas escenas ensuciando el montaje. En una obra en la que se aprovechan tantos espacios del teatro y no sabes por dónde van a aparecer los actores, que la iluminación sea incapaz de seguirlos mata mucho de la fluidez de la historia. Es una precisión quizá nimia, pero que una obra independiente tratando de lucirse como musical original mexicano no se puede dar el lujo de no tener, porque a pesar de ser chica, jamás se tendría que percibir amateur. Al contrario, requiere de mucha limpieza para sobresalir en una industria de competencia desproporcionada. Y aquí queremos echarle porras al productor que le entra con lo que puede y tiene, pero el diablo está en los detalles.
Al final Dos Gardenias es un musical de rocola retacado de boleros, y como muchos musicales de rocola sufre del síndrome de lo forzado. Hay canciones que entran precisas, con el mensaje correcto, y además están cantadas de manera bellísima por el elenco; pero otras tantas caben a empujones, especialmente en el acto dos, donde muchísimas de las escenas que se podrían usar para expandir la historia y darle mucho más sentido al final son reemplazadas por números musicales que repiten lo ya dicho anteriormente. Redundantes.
El acto uno nos presenta a todos los personajes con gracia y momentum, pero tristemente cierra con un gancho demasiado obvio que pone en peligro el suspenso del acto dos. Es predecible. Y en esta obra, estar esperando lo que va a pasar es el enemigo. Debido a la revelación del acto uno, el acto dos cae en absoluta desventaja. Hay un fajo de dinero que nunca termina por entrar de todo a meter conflicto, y en lugar de aprovecharse de las pasiones y emociones álgidas de sus dos protagonistas, Gardenia y Carlos, involucra de más al villano secundario (que bien podría no existir y sería acaso hasta más interesante la historia) y termina por darle a él un poder que en sus manos roba atención y potencia a la trama central, y al tragedión que se pudo haber suscitado de haber dejado a los protagonistas explorar emociones más oscuras. Piensen en la noventera The Crying Game que tenía mejor resuelto un argumento similar.
Ahora, hay cosas en Dos Gardenias que se agradecen infinitamente. Primero que nada el estelar de Coco Máxima, una actriz trans en un papel que le queda pintado. No sólo en términos de visibilidad y representación correcta y verdadera, pero porque además ella carga una absoluta aura de igenuidad y sensualidad, que con el diseño de imagen, también creado en parte por Jaír Campos, la vuelven una absoluta bombshell de la época. Y es hermoso poder disfrutarla y acalorarte con ella.
Alexander Soto es un trofeo. Una voz inesperada, especialmente para el género, con una vis cómica increíblemente divertida, al que además se le da oportunidad de romper la cuarta pared y jugar mucho más con la idea escénica de un cabaret, y que él aprovecha para soltarse como hilo de media y hacer sus momentos de solitud algo espléndido. Si tuviera una crítica, no tanto hacia él, pero en torno a él, es que con la capacidad que demuestra hacia la comedia, se le podría aprovechar seis veces más. Un número como el de Quizás, Quizás, Quizás que se toma demasiado en serio a sí mismo podría ser de franca carcajada si se le permitiera a Alexis hacer con él un acto irreverente que explotara la personalidad que ya tiene Santito.
Samantha Salgado y Beto Torres son voces privilegiadas. Y por supuesto que escucharlos cantar los clásicos del cancionero mexicano es un gozo. Nuevamente, quizá uno que podría impresionar aún más con arreglos que los llevaran a armonizar o a mezclarse en mash-ups y medleys, de los cuales hay pocos. La banda en vivo, a la derecha del escenario es un definitivo plus que hace vibrantes los momentos musicales, pero algo en Dos Gardenias no termina de gritar teatro musical. Y quizá son las figuras repetidas con demasiada frecuencia en el escenario o las canciones con poco flare, pero lo que es claro es que la obra tiene un potencial no explotado a su máxima expresión, y muchos recovecos aún por explorar.
Repito, un musical original mexicano con buenas ideas se agradece. Estamos en la búsqueda de un formato propio e historias nuestras, y proyectos como Dos Gardenias hacen su parte en abrir esas puertas, quitarnos los miedos y las trabas y dejar de escondernos detrás del no podemos, pero eso no significa que de buenas a primeras le van a atinar a la canasta y salir airosos. Dos Gardenias en el Rodolfo Usigli es un gran primer paso, y uno que se beneficiaría de tomar lo aprendido y asumirse como work in progress, y regresar en futuras temporadas con más forma, más cuerpo y más factor imperdible.
Dos Gardenias se presenta los martes a las 20:00pm en el Teatro Rodolfo Usigli.