Una obra que lo deja muy claro «las redes ya han dado su veredicto». Furor explora la rabia y resentimiento en la población (tan expuesta continuamente en redes sociales) provocada por años de tratos injustos del gobierno al pueblo, y enfrenta a un cargador de paquetes con un político en campaña para ver de qué están hechos realmente.
Resulta enormemente pertinente que en México, en una época en la que la población está absolutamente dividida y se vuelcan a redes sociales, especialmente Twitter, a desangrar rencores, odios, frustraciones, y tirar la bolita de un lado para otro cargada de insultos y amenazas, que Furor nos llegue desde Alemania para recordarnos que ese monstruo que estamos alimentando tiene rostros detrás, y gente verdaderamente desesperada por encontrarle culpables a la desigualdad y el privilegio.
Heiko Braubach, Director Ministerial, se ve envuelto en un accidente de tránsito en el que atropella a un joven de clase media baja, que drogado se cruzó la calle y terminó perdiendo la pierna y por poco la vida. Dos semanas después, aconsejado por su equipo de expertos que se dedican a cuidar su imagen y relaciones públicas de no hacerlo antes, Braubach se presenta ante Nele, la mamá del joven, para ofrecerle condolencias y un trato que pueda beneficiar a su hijo lejos del ojo de la prensa.
Temerosa al principio, creyendo que de algún modo ella va a acabar pagando por los platos rotos, Nele poco a poco se permite confiar en Braubach con el que cierra un trato de apoyo en la recuperación de su hijo, no sólo en tema de movibilidad, pero incluso en la posibilidad de encontrarle un trabajo, lejos de los problemas en los que ha crecido. La cosa se complica, sin embargo, cuando el sobrino de Nele, un cargador que no terminó la prepa, se aparece en el departamento, en apariencia con mayores peticiones para Braubach, pero con toda una agenda de acabar con él de una forma u otra detrás.
Furor cobra vida con el álgido enfrentamiento entre los dos hombres, cada uno pelando los dientes para ver quién puede morder más fuerte, que se siente como una batalla entre pitbulls, uno más cerebral y otro visceral, ambos estóicos en su postura e incapaces de ondear una bandera blanca; pero si somos honestos, resulta lenta y arrítmica durante los primeros fácil veinte minutos cuando sólo Braubach (Juan Carlos Vives) y Nele (Stefanie Weiss) están en escena.
Un inicio aletargado, poco ayudado por la extraña decisión actoral de Stefanie Weiss de impostar la voz hacia los graves y perder por completo la naturalidad del habla. El maestro Luis de Tavira, director y traductor, no consigue empatar a estos dos actores en un tono similar, ni llevarlos a ningún tipo de tensión que se pueda percibir en la sala. Un comenzar débil, más enriquecido incluso por la excelente escenografía de Jesús Hernández y el diseño sonoro de Rodrigo Espinosa, que hacen un trabajo increíble en Furor, que por los mismos Vives y Weiss.
Pero la moneda de la vuelta en el momento en el que Rodrigo Virago se aparece en la puerta, por cierto, recurso que entre escenografía e iluminación, cada que se abre y cierra se vuelve un franco momento. Virago entre con garra y energía vibrante a escena. Y no han pasado sino meros minutos cuando ya se ha adueñado de la escena, y llevado a Juan Carlos Vives a ponerse al tú por tú con él, porque entre ellos sí hay verdadera química. Chispas chocantes, como dos siervos machos dándose a cornadas, pero al nivel.
En el momento en el que se le pide a Nele salir a dar una vuelta, lo que se había prendido como un cerillo se vuelve llamarada. Y Furor se enciende. Braubach defiende la moralidad y buenas intenciones en su estar en la casa con preocupación honesta por lo sucedido en el accidente, mientras Jerome lo acusa de haber usado sus conexiones para librarse de castigo y responsabilidad. Y le repite continuamente que a pesar de haber sido declarado inocente por la autoridad, las redes sociales lo saben culpable y quieren su cabeza.
Jerome representa al pueblo con antorchas, mientras Braubach es el monarca con la soga al cuello, espectáculo de los palurdos que lo quieren ver colgar. ¿Pero quiénes son esas personas de las que habla Jerome? ¿Esa turba enardecida dispuesta a juzgarlo sin evidencias de nada? Él está ahí, secuestrándolo, cerrándole con llave la puerta de su casa para que no salga, apuntándole con una navaja, pero nadie más lo acompaña. Las voces de las redes que piden cuello a la clase privilegiada en realidad lo tienen bastante solo en su misión revolucionaria y su vendetta contra el sistema.
Tú fuiste el que abandonaste a la escuela a los 16, le recuerda Braubach, soltándole a él la responsabilidad de sus condiciones. El mismo Braubach que se hizo camino desde abajo, y que también trabajó como cargador antes de ocupar un puesto en la política; pero Jerome no está dispuesto a escucharlo. Ve rojo. Su entero resentimiento le bota venas en la frente y lo único que quiere es estallar como granada, ya sin importar a quién se lleva entre las patas, y si el bienestar de su primo, supuesta razón por la que está ahí, está siendo cuidado, eso ya es lo de menos.
Es fabuloso ver a dos actores tan entregados a la escena. Virago babea rabioso y lo vez enrojecer colérico; mientras, a su lado, Vives encuentra la manera de luchar contra la impulsividad y volverse amenazante e impenetrable desde la seguridad que le ha otorgado el poder. Resulta interesante, además, que a pesar de que el texto de Lutz Hüber y Sarah Nemitz le da todas las de perder a Jerome y lo pinta de manera desquiciada, en realidad, nunca sabemos con certeza si Braubach hizo uso de su privilegio para barrer por debajo del tapete el hecho de que quizá iba alcholizado al momento del accidente… o quizá distraido con el celular. La prensa ha decidido villanizar al hijo de Nele, un conocido niño problema, y las redes no paran de soltar teorías conspiratorias hacia el político, que no por estar escritas y publicadas son más reales.
El maestro de Tavira nos deja con la duda. ¿Son realmente puras las intenciones de Braubach? Una y otra vez repite que no quiere que su visita se haga pública, tal vez tiene más que perder con ella que ganar ante sus votantes, tal vez en serio es un acto desinteresado; y por el lado de Jerome, ¿le toca a él ser juez y parte? Cuando se sabe que el gobierno y las autoridades no están de tu lado y el lado de tus similares, ¿toca entonces hacer justicia por tu propia mano? ¿Entregarte lo que tendría que corresponderte pero las reglas de castas y clases no permiten que llegue hasta a ti?
Una batalla intensa y disfrutable. Acelerada y adrenalinosa. La segunda mitad de Furor es un deporte de contacto donde estás esperando quién usa más ingenio que músculo para sacar al otro del ring. No es el texto más ácido sobre la desigualdad y el privilegio, tampoco el más consumado o puntual; pero eso uno llamativo, y que al estilo de lo que permite Mamet, por ejemplo, entre sus actores, da oportunidad a dos titantes de medirse frente a frente. Lástima que la obra haga uso de una introducción espesa para poder arribar al momento que se siente como lo que hemos estado esperando.
Furor se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro de las Artes del CENART.