Ricardo III se encuentra con Ricardo Reynaud en este monólogo sobre la ambición shakespeareana transportada al montaje de una obra de teatro, donde el ego del actor es protagonista, el arte escénico una enorme chaqueta, y nuestro reflejo la confrontación del público con su propia necesidad de destacar.
Petulante, misógino y soberbio, un actor al que llamaremos Ricardo Reynaud (o Ricardo V si nos ponemos a contar), es convocado a formar parte de un montaje de Ricardo III que podría cambiar el rumbo de su carrera hasta ahora asociada, quizá, con frívolas participaciones en televisión. Nada como un Shakespeare para convencer al mundo de que estás por encima de todos.
Reynaud se para frente al muy cercano público del Espacio Urgente II del Foro Shakespeare, y teniéndolos casi encima, se viste y desviste, maquilla y desmaquilla para irse transformando en varios personajes que aluden a este tablero de ajedrez de Shakespeare, no para darles vida desde el texto que los creó, porque él mismo acepta que parafrasea todo, pero para integrarlos a su propia narrativa, usando sus soliloquios como un alarde de sus auto nombradas magníficas capacidades.
Haciendo uso de espejos y un celular que usa para grabarse a sí mismo y proyectarse dentro de la sala, Ricardo crece el ego del actor y lo multiplica. No se para frente a su reflejo para cuestionarse, lo hace por vanagloria, y se graba en el rostro de la reina Margaret, Lady Anne y la Duquesa de York un poco para burlarse del drama femenino al que le pela los ojos y se escuda en que William Shakespeare lo hacía también, como si en el acto de auto grabarse, como hacemos tanto hoy en día para redes, quisiera decir que sus palabras son una fabricación creada para el aplauso y el lucimiento.
En una necesidad por posicionarse muy por encima de cualquiera, Ricardo nos insulta a nosotros espectadores, de manera casual pero peyorativa, asumiendo que jamás hemos leído un libro y que la historia de Ricardo III nos sobrepasa, y le escupe al público básico al que hace cómplice de su narración no como interlocutores iguales, pero más como si de platicarle a un perrito cómo te fue en tu día se tratara. Y ahí donde él usa el espejo para admirarse, lo voltea contra nosotros en un acto violento de confrontación. «¿Ya se vieron?», parece querer decirnos, «¿Se creen tan distintos a mí?».
Su historia es una repleta de ambición y arrogancia. Ensayando Ricardo III nota que su director no es el foco más brillante de la caja y hace lo posible por sobajarlo. A sus compañeros no les tiene respeto en absoluto. Jóvenes y viejos que no saben nada de Shakespeare, el teatro o la actuación; pero sabe que los necesita, que así como Ricardo III se pegó a Buckingham para poder subir la escalera del poder, él debe hacer alianzas con seres intelectualmente inferiores para finalmente conseguir lo que busca: derrocar a su rey -su director- y quedarse con la corona de la obra, que él y sólo él sabe cómo montar con el brío correcto.
Aún cuando pareciera que el texto fue creado en sastrería para Ricardo Reynaud, la realidad es que tenemos mucho que agradecer a la perfecta adaptación de la puesta para que se entienda de cero como una referencia directa a él. Gabriel Calderón, dramaturgo uruguayo, ya había estrenado Algo de Ricardo en La Carpintería de Buenos Aires, cosa que jamás notarías en el trabajo sin costuras de la puesta en México, que se apropia por completo de la historia y la convierte en una experiencia vivencial sin cuarta pared.
Itari Marta, directora, y Ricardo Reynaud devoran el texto de Gabriel Calderón que forzosamente pide y necesita entrega absoluta con hambre. Un actor sin miedo al riesgo, a la sobreexposición y el ridículo, y un montaje que se entiende al borde de lo pasado, en la línea entre lo grande y lo desbordado. Un trabajo exigente que encima de todo requiere a un Ricardo compuesto, pese a lo desprolijo y decadente del personaje, a momentos coloquial y a otros altivo, capaz de entregar hastío con la misma electricidad con la que suelta citas de Hamlet, Macbeth y Ricardo III.
«Now is the winter of our discontent«, expone Shakespeare en su tragedia, y cuánto descontento hay en Ricardo. Le sale por los poros y es toda una experiencia observarlo casi de manera monstruosa, mínimo sí grotesca, enterrar los escrúpulos para salir airoso de lo que se ha comprado como necesario. Algo de Ricardo es potente y provocativa. Ricardo Reynaud, como su ser ficcionalizado se percibe, en realidad sí es grandioso. Majestuoso, me atrevería a decir, en palabras grandilocuentes porque así de enorme es el monólogo en una caja negra y un escenario sucio que hace de la negiglencia un estado de ánimo.
Algo de Ricardo es odiosamente brillante.
Algo de Ricardo se presenta los jueves a las 20:30pm en el Espacio Urgente II del Foro Shakespeare.