A pesar de haber sido escrita en 2003 por Ray Cooney y su hijo Michael, Ugo, Pako y Joseluiz (originalmente simplemente Tom, Dick and Harry) es una comedia de enredos con un sabor inexplicablemente ochentero que se siente como salida del formato televisivo sitcom de actuaciones grandotas en farsa y mucho chiste de risa fácil, de los que van seguidos de risas grabadas y letreros que dicen «Aplausos».
La cuestión es que para una comedia que raya en el límite del constante pastelazo, Ugo, Pako y Joseluiz es aventada por la borda por su director, Nicolás Cabré, donde cualquier tipo de guiño hacia el humor británico basado en el absurdo es comido por un «más es más» que pocos pueden sostener sin volverse caricaturas de un sólo chiste; y el enredo que pudiera llevar la trama a un lugar de comedia ingeniosa es enterrado por una avalancha donde todos en el escenario buscan tener su momento al mismo tiempo, y ahí donde todos los tienen… nadie lo tiene.
La farsa gira en torno al hermano mayor de la familia, Ugo (Héctor Suárez Gomís) que junto a su esposa (Ana Layevska) está buscando adoptar a un bebé. Pero para su mala fortuna, el día de la visita de la persona de la agencia de adopciones (Pilar Bolíver) que va a tomar su caso, su hermano Pako (Rubén Branco) decide traer un cargamento ilegal de falluca a la casa, atrayendo la atención de un policía (Pepe Navarrete) y de una migrante ilegal (Paula Kohan) que aprovecha el viaje para buscar a su mamá en México continuamente borracha; y su otro hermano, Joseluiz (Aarón Balderi) que ha robado un cadáver partido en pedacitos de estudiantes de medicina que guarda en bolsas de basura que poco ocultan el olor a muerto.
Todos tienen una sola cosa a la cual jugar y están pintados de manera absolutamente unidimensional. Haciendo uso del clásico -y ya un poco anacrónico- recurso del defecto de caracter para entrar a la comedia, el elenco entero tiene una sola carta que jugar durante toda la obra. Lo que mueve la comedia a un lugar de enredo es la cantidad de mentiras que Ugo tiene que ir inventado para rescatar su situación, que a su vez se van volviendo cada vez más irreparables y absurdas hasta el punto en el que alguien acaba con un pene de cadáver atorado en el pantalón.
Fina y sutil no es, pero ciertamente las escenas son tan impensables que Ugo, Pako y Joseluiz tiene momentos de brillo y risas merecidas, si bien nunca francamente hilarantes.
Y mucho está relacionado con la dirección de actores. Nicolás Cabré toma el camino de las «vocecitas» y los movimientos grandes y sobre expositorios (si hablan de un gay, hacen de manera obvia la caída de mano y es doloroso de ver), y desaprovecha lo que el texto por si sólo está ofreciendo para crecer las situaciones a partir del error. Olvida por completo que para que cualquier comedia funcione, primordialmente los personajes la tienen que vivir como una tragedia. Que sí es. Para Ugo, de hecho, es probablemente el peor día de su vida, y sin embargo hay una calma y permanencia en el personaje de poco rango trabajado más para sketch que para una historia completa.
A pesar de que Rubén Branco y Aarón Balderi son de lo más gracioso del montaje, porque se saben convertir en caricaturas de forma entrañable, la realidad es que Pako y Joseluiz nunca tocan lo humano. Y nuevamente, jamás viven la tragedia de la que están siendo parte, y ni siquiera parecen estar en el mismo cuarto que Ugo. Imaginen a Phoebe de Friends, súbanle el volumen a 100 y déjenla ahí sin matizar todo el relato.
Al ensamble lo rescata la llegada de Pilar Boliver al cierre del primer acto, que se dedica a dar clase magistral de farsa con un colmillo en comedia que se siente mucho más amañado que el mero recargarse en gesto y voz distorsionada. Y en cuanto aparece es notorio lo mucho que los demás tienen que esforzarse para alcanzarla. Es claro que maneja la comedia sin esfuerzo y entiende que nace del ritmo y del fraseo, de pronto mucho más que del grito y el abrupto.
Curiosamente los momentos mejor logrados están cimentados en la comedia física y no en la personalidad de estos personajes estridentes. Héctor Suárez Gomís tratando de lanzar la bolsa de cadáver por la ventana sin lograrlo porque se le cierra es probablemente el gag mejor logrado de toda la obra; y hay algo muy bello y gracioso en simplemente ver entrar a personajes por huecos por los que jamás te imaginas que van a aparecer, justo después de que Ugo los saque por la puerta principal de la casa. Es de muppets. Es encantador, y ese detalle tiene muchísimo más de ese humor británico, del fársico Mr. Bean al que probablemente querían llegar los Cooney, que no requiere de exageración, pero de precisión.
Hace mucho que la televisión dejó de sostenerse únicamente del defecto de personalidad para salirse con la suya en comedia. Incluso las sitcoms más clásicas, digamos las de Chuck Lorre, han evolucionado hacia la complejidad del personaje. De ahí que Ugo, Pako y Joseluiz se sienta atrapada en otro tiempo, y no ayuda para su caso que el visual sea enormemente representativo de un set: iluminado en parejo desde arriba sin el menor intento de construir estilismo, sólo de que todo mundo se alcance a ver, y vestido por una escenografía a la Dr. Cándido Pérez donde únicamente el asomo de una ventana hacia plantas en el jardín puede presumir de atrapar la mirada de forma interesante.
Hay público para la comedia de Ugo, Pako y Joseluiz. Es simple y permite dominguear a gusto. Pero ahí donde en México el humor británico se ha traducido a maravillas como La Obra Que Sale Mal, ésta de Mejor Teatro permanece en el promedio de lo que hace reír al momento y se olvida en cuanto uno sale al estacionamiento. Un snack fácil de digerir de tienda de autoservicio que saca de apuros y llena la panza, pero nada que uno se siente a disfrutar con cubiertos.