¿El amor es casualidad o causalidad?, se preguntan en Avistamiento de Ballenas, lo nuevo de Angélica Rogel en la que personajes actúan a personajes, en una obra de teatro dentro de una obra de teatro… dentro de otra obra, que utiliza experiencias personales, técnicas de improvisación y la participación de la audiencia para llegar a analizar a qué le llamamos «amor» cuando hablamos de amor.
«¿Qué tú no hablas de comida mientras comes?», pregunta en algún momento uno de los personajes cuando la otra hace obvio que en Avistamiento de Ballenas se está haciendo una obra de teatro dentro de otra. Es justo ese tipo de humor meta, auto-referencial, el que se maneja durante todo el montaje que hace de esta puesta algo enormemente divertido, entrañable y poco pretencioso.
En escena, Gabriela Guraieb y Raúl Villegas (acompañados de un percusionista) se presentan ante un público, que es absolutamente parte del montaje que nos integra desde el segundo uno, como actores, no ellos mismos, pero otros ficcionalizados, que pretenden generar un experimento escénico para descubrir -básicamente- ¿qué con el amor?
Para hacerlo han tomado una parte de un texto antiguo que irán recreando mientras suman momentos de la relación de una pareja a la que han decidido llamar Fede y Nadia, cuya historia se construye con ayuda del público. En la función de estreno, por ejemplo, la audiencia decidió que Fede y Nadia se conocieran en un mercadito en la Narvarte. Cosa que es bellísima y se presta a una comunión entre intérpretes y espectadores que hace a todos parte del labortatorio de una manera cálida y muy divertida.
La cosa se complica cuando entra un tercer personaje en vigor, que aparentemente transita entre la ficción dentro de la ficción, y la ficción original, Silvia, la amiga que presentó sin querer a Fede y a Nadia, perdiendo la oportunidad de estar ella con él, de quien realmente estaba enamorada. Y jugándole un poco al Cyrano empieza a escribir en nombre de Nadia los textos que le llegan a Fede. Cuando a Fede le preguntan qué de Nadia lo enamoró, él dice que sus pláticas. ¿Pero de quién son esas pláticas entonces… de Nadia o de Silvia?
Avistamiento de Ballenas nos presenta esta vinculación entre dos seres desconocidos como el choque de dos territorios. Territorios completamente distintos y adversos que fusionar con otro realmente no está en su naturaleza, pero de pronto ambos ven ballenas a lo lejos, y eso tiene que significar algo.
Se recarga en los clichés del enamoramiento. El amor a primera vista, donde un primer encuentro pareciera definir el destino entre dos personas; las casualidades que provocan que dos personas se vuelvan a reencontrar en lugares inesperados; París como la ciudad en la que todos imaginamos nuestro encuentro romántico perfecto, pero que puede ser, si no nos ponemos especiales, la Narvarte, y la lluvia, porque todo encuentro memorable y romántico tiene que venir acompañado mínimo de una llovizna para sentirse cinematográfico.
El resultado es hilarante, pero encima de eso, inteligente. Gabriela y Raúl logran una cosa inicial en minutos. Que tú, público, te enamores primero de ellos. Hablan con tal naturalidad y se confiesan tan abiertamente que nos suman a su historia de manera inmediata. Los podemos oír hablar por horas del feo sabor del café y el amor más puro y verdadero que ofrece un perrito, porque entre ellos la química es absoluta. Son encantadores y divertidos, y logran intercalar la mezcla de ficciones sin caer en lo caótico, todo es perfectamente comprensible.
Angélica Rogel ya había experimentado con un formato parecido, también en el escenario de La Capilla. El año pasado con Quienes Están A Tu Lado revolvió ficciones y la participación del público en esa ocasión para hablar más de la amistad. El juego no es en absoluto nuevo para ella, pero Avistamiento de Ballenas no se siente como una repetición de lo ya antes trabajado, pero más como una continuación interesada en encontrar nuevos recovecos a lo que se puede armar a partir de esta matrioshka de historias que involucra la mayor cantidad de perspectivas posible.
En escena, Gabriela y Raúl (o Toni y Silvia… o Silvia y Fede, o Nadia y Fede, ellos) utilizan una serie de elementos para enfatizar momentos. Un muro de escalada se convierte en el escenario de los encuentros entre la pareja. La incomodidad de subir, bajar y colgarse hace pertinente ese deporte que a veces pareciera ser el conocer a alguien nuevo, donde uno tiene que encontrar donde poner la mano, el pie, donde sentarse para no caerse en un muro que reta y está lleno de espacios por conocer.
Hay una lámpara de pie que se prende y apaga cuando Gaby y Raúl rompen la cuarta pared, y un micrófono con eco para hacer de ciertos discursos algo con más magnitud. El café que sabe feo desde el principio va pasando de gag a metáfora de una manera sutil y perfectamente colocada, y la música suma o irrumpe dependiendo de las necesidades de los actores, que en apariencia han puesto reglas claras para este ejercicio de supuesta improvisación, pero que ambos insisten en romper a cada rato, porque el amor, siendo pasional, no puede ser atado a instructivos.
Avistamiento de Balles es adorable y universal. Todos hemos sido Nadia, Fede, Silvia, Toni, Gabriela, Raúl, territorios buscando territorios, viendo ballenas a lo lejos, químicos cerebrales incentivados por dopamina, la amiga que no se da cuenta, el amor platónico, el amor imposible, el friendzone, la pareja insegura de estar enamorada, el novio que ya cachó que no lo quieren tanto, Cyrano de Bergerac, la novia que está ahí por comodidad, al que le mueven el tapete, el que propone abrir la relación, al que la aterra abrir la relación, el que no cree en la monogamia, la que piensa que el amor es estúpido. Cuando hablamos de amor, hablamos de todos nosotros, e ir a escucharlo con tanta sinceridad en un juego escénico que se siente integral y cargado de detallitos hermoso, no puede sino ser un gran martes en el teatro.
Avistamiento de Balles se presenta los martes a las 8pm en el Teatro la Capilla.