Una víctima y un terrorista se reúnen para descubrir si pueden encontrar el perdón entre lados opuestos del conflicto Israel-Palestina con una Paola Arrioja entregando verdad absoluta en Tierra del Fuego, del periodista y dramaturgo argentino Mario Diament, de pronto muy enfocado en exponer la visión de cada parte, que ofrece una lectura dramática de hechos, pero flaquea al momento de crear tensión en el presente de los personajes.
Aunque hay dos lados, dos historias diametralmente diferentes y lados opuestos incompatibles en el conflicto que Mario Diament nos quiere relatar en Tierra del Fuego, la báscula se inclina hacia nuestra protagónista, una mujer judía (como el autor), que diez años atrás, trabajando como azafata fue víctima de un ataque terrorista en Londres por parte de un hombre árabe en el que su mejor amiga perdió la vida.
A pesar de que el evento la ha marcado por años, su miedo y odio inicial con el paso del tiempo, la investigación y el entendimiento se convierten en empatia y activismo y en un presente trabaja buscando la paz entre ambos pueblos, cosa que culmina cuando decide escribirle a su atacante, que está encerrado en prisión y se decide ir a visitarlo sin siquiera estar segura de qué pretende sacar de la conversación. ¿Perdón? ¿Alivio? ¿Comprensión? ¿El cierre de un ciclo?
Su disposición a entablar conversación con el enemigo provoca escándalo entre sus cercanos judíos, primeramente su esposo que se siente echo a un lado y puesto en peligro junto con sus hijas, su propio padre que de joven comandó un batallón que acabó cruelmente con la vida de muchas personas palestinas, incluyendo mujeres y niños, y la madre de su mejor amiga muerta en la guerra, que no puede entender cómo se puede simpatizar con los árabes cuando ellos han sido igual de sangrientos con la población judía que sólo buscaba un lugar que llamar propio después del Holocausto.
El texto se recarga en la narración de eventos, pasados y presentes que regresan hasta los 40’s, pasando por los 60’s y viajando a la labor pacifista y resolutiva de grupos como Mujeres de Negro en la actualidad, en un intento por comprimir los horrores de la guerra sionista, tratando de mantener equilibrio entre ambas perspectivas y permanecer neutral desde la dramaturgia. En muchos sentidos el trabajo de Diament (adaptado por el director Tiago Correa) es enormemente didáctico. Pero más allá de toda esta información que se le avienta a Yael (nuestra protagonista) en uno, tras otro relato, cuando llega el momento de que algo le suceda a ella como individuo su trama se enfría.
La cosa es, el trabajo de Paola Arrioja es excepcional. Entregado, honesto, muchas veces silencioso, ella no es de muchas palabras, pero en su cara se puede ver todo lo que está sintiendo, pensando, recapacitando, recordando. Es, probablemente, uno de los mejores trabajos de su carrera. Y es gracias, precisamente a Paola que Yael cobra vida cuando quizá hubiera podido pasar como un mero pretexto para conocer las historias a su alrededor. Ella le da ese cimiento y aunque el texto no le permite reventar en un momento que se sienta especialmente climático, durante todo el montaje carga con un dolor compartido, muy humano, que no pertence a etnia o a cultura, pero a cualquiera que ha vivido la muerte de cerca y entiende que la violencia sólo genera mayor violencia. Su trabajo es bello y potente.
La acompaña gente como Juan Aguirre, Paco de la O y Diana Quijano que elevan necesariamente el nivel dramático creando picos en la puesta. Donde el personaje de Yael que recibe, pero no escandaliza, y es forzosamente contenida, ellos se dan permiso de rugir y despedazarse. Pudieran percibirse como tonos sobrecalentados al mucho mayor templado de Paola Arrioja, pero funciona en una obra que requiere de personajes que ardan cargando una historia de terror y genocidio.
Y es ahí donde el otro polo opuesto de la historia no termina por ubicarse en ningún lado emocionalmente aterrizado, de pies bien plantados en la tierra. Horacio García Rojas como Hassan, el asesino que ella visita en busca de redención, trabaja descolocado. Repetido en sus gestos y movimientos. Ahí donde Paola trabaja desde el sentir en presente, él parece tener memorizado todo, trazado más no impactado por la escena. Por tanto sus escenas juntos, que tendrían que ser una avalancha emocional que mueva el resto de los flashbacks y flashforwards, se entumen, y cumplen en informar para dar acceso a eso que necesitamos saber, pero no en mover lo que necesitamos sentir.
La dirección de Tiago Correa pareciera seguir una tendencia que se ve cada vez más recurrente. la idea del actor que entra a escena para volverse personaje, pero fuera del cuadrilátero y sentado en una silla que alcanzamos a ver es actor a distancia que exhibe la teatralidad. Y transiciones donde el elenco se mueve para crear tumulto y coreografía, que pudieran tener cierta lindura visual, pero no suman nada a lo que nos está contando. Yael permanece casi todo el tiempo sentada, pasa de silla en silla con movilidad reducida, que se asemeja a esa misma contención en la actoralidad, pero al momento de crear cuadros y momentos cae en lo monótono.
Tierra del Fuego no es un hilo negro. Historias en teatro de guerra y horror en Medio Oriente las hay muchas, y muchas francamente legendarias. Tierra del Fuego cumple con adentrarnos a este episodio histórico y agorzomarnos, pero nos vuelve, quizá, demasiado espectadores. Como alumnos en un salón escuchando suceder de lejos eso que está marcando al mundo. A falta de una historia más personal que se desenvuelva, crezca y desemboque el mensaje sucede, pero la aflicción se queda a medias. Incluso con un final que lo intenta, pero acaba siendo un suspiro donde se pudo llegar a gritar, la obra nos deja a punto, a una nada, de realmente estallar.
Tierra del Fuego se presenta miércoles y jueves a las 8:30pm en Foro Shakespeare.