Pareciera que en una parvada todos tienen que ser iguales, más cuando hablamos de pájaros que vuelan y anidan de manera idéntica al resto de su especie, incluso como forma de protección, ¿pero qué pasa cuando un pájaro se sale del nido y quiere surcar los cielos a su manera? Toto y Pez nos cuestiona sobre la capacidad de aceptar los caminos del otro, desde la paternidad, la amistad y la parvada.
Luis Eduardo Yee (director y dramaturgo) hace una cosa muy bella con Toto y Pez, y no sólo desde el aspecto estético y visual del que tenemos que platicar por separado, pero en su forma de construir a un personaje protagónico que pudiera representar a la población neurodivergente, por ejemplo, o de manera más general a cualquiera que elija formas diferentes de vivir y encontrar realización y felicidad a las de lo establecido por la norma, y hacer de él el ave más tierna con la que es imposible no empatizar, o no verte reflejado desde un lugar de infancia.
Toto es un ave distinta a las demás. Está interesado en temas que a nadie más le importan en su parvada, como el mar cuando no habita ni remotamente cerca de él, y no tiene interés en volar. No como lo hacen el resto, incluyendo a su mejor amigo Pez, con quien tiene una relación de complicidad pero no forzosamente de entendimiento. Pez cuestiona mucho la manera diferente de ser de Toto y continuamente le recuerda que en las copas de los árboles se dice de él que es «tonto». Aunque lo hace con cariño, hay frustración en su manera de saberse amigo de aquél del que todos hablan.
Sus padres tampoco son los más comprensivos. Especialmente su papá. Quieren que siga reglas específicas a las que Toto no les encuentra razón de ser, y su papá busca empatar con él en gustos y cualidades, y criar a un pájaro como él, sobre el que ha puesto expectativas que no son forzosamente de la talla de Toto. Y se topa con pared.
Cuando Toto y Pez en busca de aventuras se enfrentan contra un perro, una bestia babosa y gigante, Toto acaba herido y rescatado por un humano que se lo lleva lejos, provocando que Pez, sus papás y en general la parvada se preocupen por él y antepongan, por primera vez, el interés por su bienestar a su propio instinto de juicio y crítica, y la necesidad de verlo comportarse idéntico que el resto de las aves sobre los árboles. Y por primera vez, lo que pudiera ser una tragedia, se vuelve quizá el catalizador para que muchos puedan entender que ser un Toto está bien.
El texto le habla de manera entretenida a los niños, especialmente con Pez que Paula Watson aborda desde lo hyper, una energía desbordada que papás e hijos podrán entender por igual; y con la pájara despreocupada, desparpajada pero sabia que interpreta Diana Sedano, que se lleva risas enormes de chicos y grandes por igual; pero le habla de manera más crucial a los padres, que pueden leer en la obra esa urgencia por dejar a los niños elegir y ser, desde el cuidado y la empatía, sin prejuicios que vienen del exterior, sin presiones que alguien más nos obligó a montar sobre la crianza.
La dramaturgia de Luis Eduardo Yee es especialmente cariñosa con esos papás que quizá aún están encontrando la manera de conectar con hijxs que sienten muy distintos a ellos, o que chocan con la expectativa o pretención de lo que en algún momento imaginaron para ellos. Niñxs neurodivergentes, en el espectro, niñxs LGBTQ, infancias trans en busca de aceptación y apoyo, o vaya, simple y sencillamente hijos, hijas e hijes que se salen de la caja en la que tantas veces los padres los ponen sin siquiera darse cuenta que lo están haciendo.
Assira Abbate como Toto nunca trata de convencer a nadie de que su forma es la correcta, eso es lo que harían los otros, pero abraza lo que lo hace ser él de forma única y de manera valiente cuando llega el momento de decir soy más feliz en otro lado porque donde aparentemente pertenezco me siento abrumado, lo hace, y se pone a él primero, provocando que sean los pájaros a su alrededor los que tengan que cuestionar si eso que siempre consideraron «normal» e inamovible es realmente una forma establecida o pudiera llegar a ser maleable para acomodar a todos, con sus especificidades y hermosuras en lo diferente. Y Assira es tan tierna en el papel, y perfecta incluso en su tamaño, que Toto se vuelve ese cascaroncito que uno quiere proteger para que no se rompa. No un antagonista, un héroe.
Y lo que pudo ser un show de botargas cómicas, en el Granero se transforma de manera ingeniosa a partir de una estética que hace de coloridos vestuarios meros guiños al plumaje de las aves y a esa imagen particular que tantas veces tenemos identificada con lo divertido, lo libre y lo paradisiaco. El diseño de vestuario de Jerildy Bosch es claro y es inteligente, y jamás transita hacia la caricatura para transportarnos a los árboles donde todo un ecosistema de texturas y estampados se convierte en tropical desde lo coloquial y pop.
La escenografía de Fernanda García apunta más hacia lo literal con distintos escalones que hacen las veces de madera de árbol y lianas que caen por arriba para recordarnos que no tenemos los pies en la tierra. Bella y sencilla, pero sorprendente cuando debe serlo. Se guarda momentitos en la obra para soltar eso que se tenía escondidito, que de pronto sale de abajo como puertita, de pronto cae del cielo, y en instantes muy específicos crea magia, con esa misma simplicidad, pero a través de lo inesperado, que complementa un montaje que en todo sentido se guía primordialmente por el ingenio y la intención de no caer en lugares comunes. Porque Toto no lo haría.
Toto y Pez es conmovedora y nostálgica, y por supuesto que divertida y llena de espacios para reír, pero más que nada es una obra familiar que busca recordarnos que así como las aves vuelan, anidan y trinan diferente, de este lado, en las butacas, no hay necesidad de que todos estemos cortados por la misma tijera, y en eso radica la belleza de nuestra parvada.
Toto y Pez se presenta en el Teatro el Granero del CCB, sábados y domingos a las 12:30 del día.