Una mujer que ha tratado de construir una vida sólo para descubrir que las expectativas siempre serán un imposible de vencer nos comparte su pasado, su presente y una crisis que ha tomado la imagen de un famoso cuento infantil desde una caverna en el sótano de un teatro en Ricitos De Oro No Habla Alemán.
Ricitos De Oro No Habla Alemán es una experiencia teatral. No sólo un texto de Paula Watson (también protagonista y co-directora) certero y vívidamente descriptivo de un punto de quiebre con el que es muy fácil sentirse identificado, pero una cápsula de ficción inmersiva que te engancha desde el segundo uno a una convención que te permite salir de un teatro para ubicarte en la cueva donde tres osos y una mujer en plena crisis existencial habitan. Ricitos de Oro crea un universo y accedes a él a partir de una pequeña puerta roja de madera.
En el Teatro Julio Castillo que todos conocemos, un oso nos toca el acordeón y relata el cuento de Ricitos de Oro, cantado en alemán, con nosotros en butacas sin entender qué está pasando. Los primeros instantes de la obra parecieran mantener el formato a la italiana mucho más tradicional con un detalle que lo cambia todo, en el público sólo hay 50 personas, lo que en apariencia lo hace ver bastante vacío. Y no entra ni una más.
La cosa es que una vez terminada la canción, el oso nos hace señas para que lo sigamos, subamos al escenario, rompamos la línea del espacio actoral y bajemos entre piernas por una escalera de caracol que nos lleva al sótano del lugar, donde todo cambia. De pronto hay otros osos, realizando las labores de su día en lo que es claramente su casa, con camas, sillones, televisión, mesa comedor, algo hirviendo en una olla en la cocina y hasta un saco de box; y una vez que uno le da la vuelta a esta caverna convertida en hogar, cruzamos el umbral de la puerta, ahí donde un tapete de bienvenida nos recibe, y no es sino hasta ese momento, como si accediéramos a una burbuja, que estamos dentro de la casa y listos para ser parte de Ricitos De Oro No Habla Alemán.
La narración no es lineal ni clásica, Paula Watson, vestida enteramente como personaje de cuento infantil, entra azotando la puerta para hablar con cierta desesperación de lo que la acongoja y que tiene en la cabeza. Una verborrea, que se repite varias veces durante la obra, que se percibe como el desahogo de una mujer que ha llegado a un punto de quiebre en el que por fin está lista para hacer las paces con el hecho de que la vida no se puede trazar como camino seguro en un mapa, y los planes rara vez toman forma como alguna vez los tuvimos en la cabeza. La batalla expectativa contra realidad de la que Schopenhauer nos advirtió.
Mientras esta mujer expone su ansiosa crisis existencial, que no es ninguna fuera de este mundo, pero al contrario, una que puede tocar a varios en su similitud con la que vivimos muchos en la adultez cargada de sueños, obligaciones y expectativas que nos orillan a sentirnos responsables de cumplir una vida que no está confeccionada a nuestra medida, los osos de la caverna se pasean por el lugar, simplemente habitando el espacio. Inmediatamente reconocibles como aquellos tres osos del cuento de Ricitos de Oro, que rápidamente se transforman en la visión de una familia ideal. No la que uno tiene, probablemente tampoco la que tendrá, pero la que se nos dice que es a la que debemos aspirar.
Queda claro entonces que este mundo que nos recibió tras cruzar la puerta no está ni aquí ni allá. Es el espacio de juego, de meditación, de memoria de una mujer que está intentando poner su cabeza en orden. Sus osos le recuerdan que, como Ricitos, ella come de la comida de otros, duerme en la cama de otros, pretende «familia», pero no tiene un hogar que pueda llamar propio. Es intrusa en su propia vida porque lo construido no se siente suyo, no realmente.
Y con su pareja la historia de amor está lejos de un «felices para siempre». Lo que en algún momento quizá comenzó con un «érase una vez», hoy es osco, repetitivo y aburrido. Y aquel amorío infiel del pasado, uno al que se le prometió un viaje a Alemania que nunca llegó, ni va a llegar, comienza a tomar preponderancia como lo que pudo haber sido, y se empieza a romantizar desde ese ideal, ese que todos tenemos de una u otra forma, que se materializa en nuestras cabezas como un eterno «si yo hubiera… hoy estaría mejor».
Nuestra «Ricitos» usa las figuras de los osos, la de su pareja, la de su amante, y la de su yo pasado para confrontarse continuamente. Para recordar, debatir, hacer catársis. Cuando el refri se abre y de él sale una versión más joven de ella misma es claro que esa frase «todo tiempo pasado fue mejor» también ronda por la cabeza de Ricitos. Ella sabe que a su pareja la enamoró esa otra, ésa que fue y ya no es. Y lo dice muy claro «cuando está conmigo sólo piensa en ti», porque prefiere el recuerdo, pero la joven espejismo contesta, «y cuando está conmigo sólo habla de ti», porque claro, somos humanos, ¿cómo hacemos para vivir el presente sin estar eternamente viajando al futuro que a veces nos emociona y otras tantas nos provoca ansiedad?
La dirección de Paula Watson y Luis Eduardo Yee es un juego. Es teatralidad pura. De hecho, a momentos, rompen la ilusión para hacer obvia la presencia de un texto, de actores, de un teatro; y otras tantas simplemente trabajan como lo haría la mente, que es incapaz de quedarse quieta y nunca es especialmente objetiva y racional. Se va a recovecos, nos enfrenta a recuerdos, nos presenta imaginarios, y a veces hasta nos hace bailar. Ricitos De Oro No Habla Alemán no es cronológica ni una historia que pueda contarsea partir de actos y secuencias hiladas, es más como una licuadorade de ideas, en la cual de pronto una toma protagonismo y es la que se convierte en escena.
Es mágica en su creación envolvente, pero lo es también en una representación tan adecuada y fiel de una crisis de identidad, de un cierre de ciclo en pareja, de un preguntarte ¿quién soy realmente y cuál es mi camino si no éste? Es divertida como lo es honesta, y al mismo tiempo cruda y real pese a estar situada en una burbuja fantástica.
Él odia que ella fume, y ella detesta que él no sea capaz de cuidar sus plantas, y ese pequeño detonante, esa miniatura de llama, como tantas veces sucede en las relaciones, de pronto es cataclísmica. Y las cosas que se sueltan cuando discuten en pareja desgarran a cualquiera que haya vivido una relación larga, de pronto estancada. Esto no es un cuento de hadas, es un saber que el cuento lo creamos porque necesitamos creer que el libro de nuestra historia tiene un final feliz.
Sobra decir que Paula Watson habiendo creado este mundo en el sótano de un teatro, es la primera en atravesarlo como pez en el agua. Es magnífica, graciosa, honesta y la heroína y anti-heroína de su propia historia. ¿O es que en nuestras propias historias no nos toca ser antagónicos a veces? Su trabajo es un deleite, pero no es la única, está muy bien acompañada. Luis Eduardo Yee pasa de una chamarra de cuero a una camisa hawaiana y se vuelve dos hombres que hacen química perfecta con Paula pese a venir de lugares muy distintos, contrastanto ilusión con realidad de una manera que este espacio onírico requiere para volvernos a poner los pies en la tierra.
Y el resto del elenco es una belleza. Tres osos que son animalitos de cuento cuando comen sopa de papa y se ejercitan viendo la televisión, pero al mismo tiempo instrumento de confrontación cuando retratan lo que pudo haber sido, o el recuerdo de una agresión, prácticamente todo el tiempo en enormes botargas peluchonas que los actores Luis Ra Acosta, Leonardo Barragán y Emiliano Cassigoli trascienden para cargar con una actoralidad que se sobrepone a la máscara. Rodeados todos de una franca creación hogareña, si bien decadente porque no es una ilusión de ensueño, es un espacio donde convive lo ilusiorio con lo decepcionante y por tanto hay realidad maltrecha mezclada con cabaña en el bosque, cuyo diseño es un 360 que se puede habitar cuando uno voltea al frente, hacia los lados, al fondo, o simplemente para la oreja para escuchar los sonidos de la casa caverna.
Ricitos de Oro No Habla Alemán es de estas obras que se sienten pensadas hasta en lo mas mínimo. Se nota detallismo e inteligencia en un montaje en donde no hay un «porque sí». El concepto es claro y a pesar de ser de pronto caótico es íntegro y congruente con lo que nos quieren decir y la manera en la que nos quieren tocar. Paula Watson cumple, comparte y entrega. Somos escuchas de su momento de liberación, pero también partícipes, y de una manera muy generosa, a pesar de ser invitados como foráneos a esta tierra abajo de la tierra, somos habitantes de un mismo conflicto que seguramente y más de una vez ha pasado a nuestras cabezas a comer de nuestra sopa y a dormir en nuestra cama.