Nada Extraordinario se une a una cada vez más extensa lista de obras que giran alrededor de la tragedia del ser actor. Ésta en formato monólogo y con un adicional musical a la que Jorge Viñas le entrega todo su carisma, pero que inevitablemente se hunde en el conocido y lastimero discurso del teatro tóxico para sus hacedores, con un segundo acto que se siente completamente fuera de sentido con el unipersonal.
Con música de Juan Manuel Torreblanca, un texto de Jimena Eme Vázquez y la dirección de María Penella, primera vez para ella, Nada Extraordinario está repleta de detallitos que hacen saltar el corazón de cualquier amante del teatro musical. Desde el segundo uno el montaje nos recibe con una referencia muy directa a Sondheim, el conocido «Bobby, Bobby» de Company, seguido de otros varios guiños a muchos musicales que se aparecen en forma de audio, meros segunditos, como si nos retaran a descubrir a qué partitura pertenecen.
Rápidamente la presencia de Broadway, West End y específicamente Stephen Sondheim se esclarecen cuando un simpatiquísimo Jorge Viñas se para a contar la historia de su carrera en el medio. Él es un amante de los musicales y su compositor favorito es el mismísimo Sondheim. Su acercamiento al público es a través de una canción que comienza en drama para luego abrazar la comedia auto referencial que permea todo el monólogo y rápidamente enterarnos de que se acepta como un intenso pero no quiere que nosotros, público, creamos que nos viene a presentar un dramón.
Y no lo hace. A través de humor autocrítico, donde el mismo Jorge es el punchline de la comedia, el monólogo nos plantea esta noción de pronto ya muy hablada, muy platicada y muy sabida del elitismo teatral que se gesta desde las escuelas. Son unos cuántos los que ascienden a las más altas esferas, ahí donde Elphaba soltaría su nota más alta en Defying Gravity, arriba, viendo a todos por debajo; y otros muchos los que se quedan abajo tratando de vivir de sobras y de sobrevivir al continuo rechazo desde las audiciones.
El cuento lo conocemos muy bien, y otras muchas obras le han dedicado tramas enteras al sufrir del actor «promedio», que nuestro mismo protagonista describe como aquellos no evidentemente virtuosísimos. Cierto, Jorge Viñas tiene una manera tan carismática de apropiarse del monólogo que lo que relata no suena tedioso pese a que inevitablemente tiene un saborcito de tirarse al piso para ser recogido, y consigue sacar carcajadas y hacer de la audiencia amigos. Llega al punto en el que no estamos viendo a un intérprete en escena, pero a un compadre. A quien claro que quieres que le vaya bien y triunfe en todo lo que se proponga.
El monólogo salta de aquí para allá, de pronto hablando de audiciones, de pronto cantando una canción para redes sociales donde literalmente nos pide grabarlo y publicarlo (porque hay que crecer esos followers, esa popularidad digital que ahora es requisito hasta para actuar), de pronto urgando en la historia de Jorge desde que de chico y en talleres escolares musicales soñaba con hacer al protagónico en un Sondheim pero siempre acababa de ensamble en un papel que aceptaba más por obligación que otra cosa, o sus ganas de ya mejor tirar la toalla. El Acto I de Nada Extraordinario es un omelette de sufrires y fracasos que contados con humor funcionan pero que más que sonar a crítica hacia el manejo de una industria (que tal vez era la intención), terminan por sentirse reclamosos y berrinchudos.
El monólogo tiene un momento precioso en el que Jorge utilizando una tablita comienza a bailar tap mientras enumera sus miedos, y todos los miedos que menciona vienen de alguna obra. Otro más de esos momentos en los que Jimena Eme Vázquez esconde referencia tras referencia en el texto que se sienten como un jueguito de a ver cuántos adivinas. Y ahí te topas con Sweeney Todd, Dear Evan Hansen, Follies, Into The Woods y hasta la historia personal del mismo Jonathan Larson que falleció un día antes del estreno de Rent Off-Broadway y nunca alcanzó a ver el éxito que tendría su obra, y una salpicadita de aquella historia viral que nos cayó desde el Fringe de Edimburgo de la actriz que presentó su monólogo ante una sola persona en el público.
La lluvia de referencias es sin duda un juego divertido que te mantiene atento a la siguiente frase, pero de pronto el musical entero se basa más en esos easter eggs que en la propia historia de Jorge. Y se vuelve frío. Entretenido, sin duda, pero evasivo de lo verdaderamente emocional. Nada Extraordinario es un monólogo que conscientemente evita tocar rincones demasiado profundos, demasiado dolorosos, demasiado reales, para mejor hacer de todo un chiste o una referencia musical, permaneciendo eternamente en un lugar muy seguro, muy liviano y finalmente superficial que, insisto, no alcanza lo incisivo o ácido que otras obras en esa misma posición han usado para puntualizar los errores del sistema.
La sorpresa más frustrante llega con el Acto II. Después de que el primero cerrara con Jorge Viñas finalmente consiguiendo su protagónico musical en un monólogo en la Capilla, es decir, lo que estamos viviendo en presente, la segunda mitad abre en su fiesta de cumpleaños -a la que habríamos de llegar eventualmente porque Company de Sondheim se hizo presente desde muy al inicio- y la historia sobre el actor que se nos ha venido contando hasta entonces desaparece por completo y sin dejar rastro para convertirse en otro monólogo de otra crisis existencial.
Francamente una parte dos que pareciera sólo retomar al personaje que ya se nos había presentado y armar una secuela que sin problema podría pertenecer a una obra diferente. Lo que nos había atrapado por una hora y la historia en la que habíamos invertido es borrada del mapa. Bienvenidos a otra trágica visión de sí mismo de este personaje que, por supuesto, odia su propio cumpleaños porque «Bobby», y que ahora no va a hablar directamente con el público, como lo había estado haciendo hasta ese momento, pero se va a dirigir a su escoba y recogedor como interlocutores, cambiando incluso el estilo de dirección. Todo en el Acto II es nuevo. Y todo se siente como una interrupción no del todo bienvenida a la historia que queríamos ver concluir.
Esa segunda parte presenta oportunidades de baile que Jorge Viñas toma nuevamente con mucho encanto, aprovechando que ahora hay una cortina de rafia y sillas que el mismo Fosse aprovecharía a morir, pero fuera de una simpática coreografía con la escoba que usa el nombre de la obra, Nada Extraordinario, y una canción de cierre donde Jorge finalmente pone el pulmón a trabajar, el monólogo termina por decir nada queriendo decir mucho, y todo lo que toca lo hace de manera tangencial al punto que se siente como un roce y no una verdadera intención de discurso.
La música se escapa de los momentos grandes y llamativos de una obra musical y se recluye en los acordes básicos y sencillos, y en lo eventualmente poco lucidor y memorable, cosa que funciona en contra de un actor que está ahí parado diciéndonos contínuamente que él tiene lo que se necesita para ser un gran actor de este tipo de teatro, y sin embargo nadie le permite evidenciarlo. Con Nada Extraordinario Jorge prueba que puede sostener un monólogo y mantenernos riendo y felices con su presencia como relator, pero eso que es el centro de la obra, su talento musical tantas veces pasado por alto, es nuevamente ignorado en una puesta que lo mantiene sin ninún tipo de reto, y que no se molesta por volverlo un referente.
Nada Extraordinario tristemente le hace honor a su nombre. Es una obra más. Un monólogo que consigue salir de la caja con un factor musical, que cualquier amante del teatro en Broadway o West End va a encontrar entretenido porque el texto fue escrito para ellos, con el que, sin duda, muchos actores o estudiantes de actuación van a resonar… quizá no de la manera más positiva, pero tal vez caso por caso realista; pero como obra, como unipersonal, falto de una visión propia, de garra y coraje para dar un clavado hasta el fondo y salir de ahí con algo que decir, en vez de darse la vuelta y mejor empezar de cero en otro lado en el que tampoco se pretende escarbar mucho. Nada Extraordinario habla sobre sobresalir del montón, y luego esconde la cabeza para quedarse ahí donde está muy cómodo.
Nada Extraordinario se presenta los jueves a las 8pm en el Teatro la Capilla.