De humor insípido, no lo suficientemente ácido, pero tampoco especialmente kosher, Va De Nuez promete sumergirnos en el mundo de la comunidad judía a partir de la comedia y cuatro diferentes historias a manera de teatro en breve, pero termina por entregar sketches genéricos acobardados de verdaderamente clavarse en una cultura rica en costumbrismos y, ¿por qué no? mucha materia prima de dónde sacar risas.
Va De Nuez es una colección de obras tibia. Pareciera no buscar el calor de una comedia que aborde conflictos, incongruencias y verdades no siempre dichas en voz alta de la comunidad judía de manera perspicaz y divertida, o la frialdad de un retrato tan fiel y certero que termine por ser atrevido y en sus matices graciosos, sino quedarse en medio en una zona cómoda pero inevitablemente sosa. El álbum de montajes favorece lo complaciente y vainilla al punto en que no tiene nada nuevo, distinto o especialmente profundo que contar.
Tampoco pareciera ser una colección de obras dirigidas a los «goy» con las que se pretendiera abrir una ventana hacia una cultura a veces desconocida por muchos gentiles en esta ciudad. Pero entonces, si el público judío recibe a cuenta gotas humor introspectivo sobre su propia comunidad, y el público no judío no se entera de nada que no conociera de antes para salir de ahí más empapado de una nueva cultura, ¿a quién va dirigida Va De Nuez?
El primer relato es el más triunfal de todos. Dos encargadas de la limpieza de dos distintos hogares judíos, comparan lo que han aprendido de sus muy diferentes patrones y acaban por apropiarse del ser judías meramente por su cercanía con las familias. Contando desde una visión divertidamente ignorante lo que ellas perciben de lenguaje, costumbres y tradiciones, y destazándolo todo al tratar de comprenderlo y soberbriamente compartirlo desde el no tener idea. El texto de José Appo rebosa de judaísmos que puestos en manos de dos mujeres católicas consigue soltar carcajadas muy puntuales y atinadas.
El segundo pierde por completo el sentido de la comicidad con una pareja, él judío, ella no, en busca de formalizar un futuro: una boda, un bebé, una familia, y enfrentándose contra sus bagajes culturales en el proceso. O eso tendría que haber sido, pero Hugo Yoffe escribe en él a un personaje con terror al compromiso que igual le hubiera huido a la necesidad de su esposa de sentirse en suelo firme, fuera judío o no. Y pasa tanto tiempo dedicado a hablar de quién sirve el café y otras tantas triviliadidades que para cuando aborda el verdadero conflicto de la trama, demasiado aire ha pasado en la historia como para que podamos volver a interesarnos. Repetitiva y eventualmente dramática sin suficiente justificación, la segunda mini obra tira muy desde el principio el ritmo montado por la primera.
La tercera es simplemente caótica y desbordada por todas las esquinas. Jacobo Levy tiene la idea de hablar de la superstición llevándola al absurdo, pero sus personajes son demasiado violentos como para ser simpáticos o graciosos, y la trama pareciera ser un chiste corto estirado hasta perder flexibilidad. Una pareja se encuentra con un grupo de viejos amigos a los que intentan evadir, sólo para verse acorralados por ellos y acusados de haberles hecho mal de ojo en el pasado. Ana Isabel Esqueira busca jugar con el acento judío privilegiado de niña bien de las Lomas, pero termina por hacer una caricatura un tanto ridiculizada, que choca con el trabajo mucho menos estereotipado de sus compañeros. La comedia pretende recargarse en la farsa, pero termina por leerse como un sketch sobreactuado.
La última vuelve a caer en manos de José Appo, pero esta vez el escritor se reserva lo gracioso de su pieza hasta muy el final, de modo que esa perspicacia judía que mostró con la primera historia acá se ve escondida hasta los últimos segundos del montaje donde vuelve a tener gracia lo que tenía guardado para mostrarnos. Una pareja judía acomodada se enfrenta contra toda una comunidad guadalupana agolpándose a su puerta cuando en su cocina aparece una mancha de humedad con la forma de la Virgen. Lo surreal termina por desperdiciarse en conversaciones comunes, y el humor que de forma ácida podría enfrentar a católicos contra judíos y los extremos absurdos en los que ambos pueden llegar a caer, se limita a una reiterativa discusión de una pareja que discute como cualquier otra pareja, sin tocar más que de manera tangencial lo ridículamente gracioso que puede ser el que una comunidad encuentre a su deidad en una mancha en la pared.
En México, Susana Alexander ha hecho una carrera de hacer comedia a partir de los detalles que hacen divertida a la comunidad judía, para judíos y no judíos por igual. En el mundo, escritores como Woody Allen o Lena Dunham se han inspirado en sus propias vivencias como judíos para crear hilarantes universos e historias donde su cultura es protagónica desde la creación de personajes con neurosis y creencias muy específicas, el lenguaje y hasta el desarrollo de relatos que simplemente no vivirían de la misma manera los «goy». Esa capacidad de tomar de una comunidad aquello que los vuelve entrañables y atípicos ante los ojos de otros para hacer oro de la costumbre no está presente en Va De Nuez, y lo necesitaba a manos llenas.
¿Necesitamos más historias que representen la vivencia de la gente judía viviendo en México? Definitivamente. De hecho, en teatro son pocas, quizá mínimas, y el intento de llevar visibilidad y comedia a esa comunidad es sin duda un mérito. Pero es imposible mirar hacia otro lado con los muchos tropiezos de Va De Nuez. Un collage que en manos de Daniela Parra (directora) jamás toca ningún lugar real o una comedia bien colocada, y tres dramaturgos que teniendo enfrente una masa esponjosa en la cual meter las manos hasta los codos, prefirieron sólo tocar con las yemas de los dedos para no mancharse.
Va De Nuez se presenta los jueves a las 20:30 pm en el Teatro Varsovia.