¿Por qué el amor es invisible? ¿Por qué hay papás que no abrazan, que no dicen «te quiero»? ¿Por qué el lenguaje del amor de algunos es cuidar, pero nunca vocalizar lo que sienten por los otros? Desde una odisea a la luna estas preguntas se resuelven para dos hermanos que hacen el viaje más imposible para recuperar al padre que creen haber perdido.
Simón y Lolo no están solos, tienen a su papá, no es precisamente una figura ausente, pero tampoco es un papá de anuncio. Todas las mañanas cuando ellos se levantan les tiene preparado un jugo de naranja para asegurarse de verlos crecer saludables, pero cuando se sientan a la mesa a platicar es incapaz de contestar las incesantes preguntas de su hijo menor que simplemente quiere saber por qué los mocos son verdes. Está, pero no para todo, hasta que un día de plano no está. Literalmente en la casa. Ni los jugos de naranja. Simón y Lolo no lo encuentran por ningún lado.
Una carta que pudiera ser real o imaginada lleva a Simón a pensar que su papá se ha ido a la Luna, ¿pero cómo viajar al espacio para encontrarlo? Con objetos de la casa y, por supuesto, naranjas, Simón arma una nave espacial en el jardín y se alista para la aventura, ante la desesperación de Lolo que está convencido de que su máquina jamás va a despegar. Pero para sorpresa -y un poco terror- de ambos, sucede, se eleva, sale disparada como cohete hasta acabar lunatizando en un mundo desconocido habitado por gigantescos, coloridos y multi-ojones seres llamados «Lunáticos».
Y es ahí, en el satélite más recóndito, que Lolo y Simón descubren que la Luna es el destino de los papás que han perdido su camino, los que han olvidado hablar con el corazón, compartir, servir el jugo de naranja, y queda en ellos reencontrar a su papá y llevarlo de regreso a casa para volver a ser amorosa familia.
¿Por qué el amor es invisible? toca un lugar esencial, pocas veces aludido en las historias que se le cuentan a los niños. Para Ingrid Cebada (dramaturga y directora) no es sobre los hijos, y la moraleja que ellos tienen que aprender, pero sobre los padres, lo que no escuchan, lo que pasan por alto, y la forma en la que «estar en la luna» que pudiera sonar a algo que no le afecta de ninguna forma a otros, se recibe en los niños que no entienden el universo adulto y nuestras formas de escape.
Es Sobre las distintas formas que tenemos de demostrar afecto, que no siempre es con gestos enormes y palabras de las que a todos nos gusta escuchar para sentirnos queridos, pero a veces radica en nuestra forma de cuidar del otro, de procurar su bienestar; lo que no significa que siempre se pueda intercambiar un te hago el desayuno todas las mañanas por un «te quiero» de vez en cuando. Por una plática honesta, por un contestar preguntas irreverentes y salir a jugar con personajes imaginarios. Todos somos ese papá que se va a la luna por un momento, porque pasa, pero también hemos estado ahí donde Lolo y Simón se sienten abandonados.
¿Por qué el amor es invisible? es tierna en su retrato de una familia que no es disfuncional ni tampoco perfecta, pero que tiene tuercas que apretar en su maquinaria, como tantas. Y es adorable en la fotografía de dos hermanos chiquitos que así como pueden ser los mejores amigos y habitar el mismo universo, que de pronto es de ellos y sólo de ellos, también pueden irritarse hasta la desesperación y usarse para desahogar emociones que no saben cómo más desaforar. Santiago Alfaro y Pablo Iván Viveros toman esos papeles con simpatía pero honestidad, y dejan sus cuerpos adultos para volverse niños. Niños que vemos hacer del escenario su área de juego.
Pero es en el impacto visual donde ¿Por qué el amor es invisible? triunfa de manera bella. La escenografía e iluminación de Aurelio Palomino nos transporta con una gasa iluminada por cajas de luz blancas, que se convierten en montañas y cráteres, en efecto a tierra alienígena, a un suelo lunar árido y rugoso, pero luminoso; y es desde una cortina colocada al fondo que consigue un emocionante momento de sorpresa, cuando por primera vez vemos salir a los Lunáticos (creación de Ari Albarrán) desde la oscuridad y hacia la escena, con su decena de ojos y pelo fosforescente, y su enorme magnitud que no puede sino levantar reacciones de incredulidad hasta en los adultos del público, que por ese instante, vuelven a ser niños en presencia de un ser fantástico que no puede sino estar vivo y no ser de este planeta.
¿Por qué el amor es invisible? es un viaje a otros mundos en muchos sentidos. Lo es para el adulto que vuelve a ser niño para disfrutar de una aventura lunar, con lenguaje en «efe» incluido que te regresa a un tiempo de juegos; lo es para el niño que como Simón y Lolo deja esta Tierra para convivir con aliens aunque sea sólo un momento; y lo es para los distintos lenguajes del amor, los que tenemos que comprender y traducir como afecto y cariño entendiendo que son la forma de expresarse del otro, aunque pudieran parecer ajenas a los nuestros propios. Siempre entendiendo al final de cuentas que para viajar de regreso a casa es el amor el que llena el motor de la nave, y ese ingrediente no puede ser reemplazado.
¿Por qué el amor es invisible? se presenta sábados y domingos a la 13:00pm en el Teatro Sergio Magaña.