La Ternura abraza la simplicidad de lo teatral para crear una parodia isabelina que con pocos elementos, pero ingenio y bobería crean una comedia de enredos que reconcilia las presuntas diferencias entre hombres y mujeres, sorpresivamente y de la mejor manera posible, sin atiborrarse de arcáicos lugares comunes y chistes fáciles sobre el género masculino y femenino, y la inevitable conversación sobre sexualidad.
La Ternura, del dramaturgo y director español Alfredo Sanzol, no es esa comedia sobre «los hombres son de marte, las mujeres de venus» que uno podría pensar. Inspirada en varias obras de Shakespeare para hacer una amalgama que tiene tintes del siglo XVI en un universo bañado por la actualidad, encuentra en el demasiado invocado tema de las diferencias irreconciliables entre hombres y mujeres una nueva salida y discurso que, gracias a los dioses del teatro, no se siente como ese chiste de papá sobre «las mujeres a la cocina» y «hombres que eructan y se rascan los hue*os». Sino muy al contrario intenta plantear que las experiencias polarizantes de unos no representan una universalidad, y que la individualidad siempre tendría que sobreponerse a un estereotipo de género.
Una reina bruja con dos hijas en edad de casarse, en un intento por rescatarlas de matrimonios arreglados, y en general del género masculino que ella considera un franco castigo, arma un plan y convoca un naufragio que las lleva a una isla desierta para vivir lejos de los hombres, sólo ellas tres y así empezar una utopía donde nadie del género opuesto es bienvenido. Excepto que la isla resulta no estar tan vacía como ella imaginaba, y para su mala suerte, está habitada por tres leñadores, un papá y sus dos hijos, que 20 años atrás hicieron de esa isla su casa con el exclusivo propósito de alejarse de las mujeres que el patriarca pinta como mounstros con piel de escamas y pelo de serpientes.
Temerosas de acabar a merced de hombres que parecieran odiar a las mujeres, la mamá y sus hijas fraguan un nuevo plan para disfrazarse de hombres, soldados sobrevivientes del naufragio y así poder encontrar la manera de burlar a los leñadores y deshacerse de ellos, sin considerar que en una isla solitaria donde las feromonas se respiran en el aire, el encenderse de chispas es tan inevitable como el fracaso de las mentiras que se dicen los unos a los otros.
Con varias referencias shakespearianas, el texto de La Ternura se recarga centralmente en La Tempestad, Noche de Reyes y Sueño De Una Noche De Verano para hacer parodia de sus distintas tramas: la isla desierta, el disfraz masculino de una damisela, la poción para enamorar que termina en víctimas equivocadas, etc, para darle a esta comedia un toque que nos transporta a esa otra época donde los enredos cómicos entre hombres y mujeres terminaban en amor y lujuría descontrolada; manteniendo una modernidad que tiene a los personajes entonando «My Heart Will Go On» de Celine Dion cuando empiezan a sentir maripositas tal vez no correspondidas en el estómago, haciendo de la mezcla una cosa hilarante.
La Ternura es una puesta inteligente. En manos de Benjamín Cann (director) se desnuda de la necesidad de obviedad para dar acceso a lo pretendido del teatro, que es realmente uno de sus elementos más mágicos. Un telón azul sin mayor detalle escenográfico, ruidos de animales que vocaliza el mismo elenco sin nada pre-grabado, que además alientan a la comedia a su favor, y objetos imaginarios que reemplazan a la utilería, juegan de manera viva con la imaginación para recordarnos que el teatro no requiere de visuales directos, sino de un contrato de convención. Cosa que además resulta enormemente fresco para una producción de Mejor Teatro que rara vez toma rutas minimalistas.
También de manera cuidadosa y aplaudible, el tema de mujeres disfrazadas de hombres, y la atracción inesperada de otros hombres hacia ellas…ellos, pudiera fácilmente caer en la burla homofóbica o transfóbica, que tantas veces hemos visto suceder en obras un tantito más retrógradas, pero La Ternura aborda esa comicidad desde el abrazo a la franca pansexualidad. La obra explota la noción de que la gente se enamora de la esencia de las personas, y no de sus barbas o su vestimenta, lo que quita de en medio mucha de la incomodidad de lo que representa la normatividad de las experiencias sexuales a partir del género, para enfocar el enredo en la promesa que se le hizo a una mamá de alejarse de los hombres, y a un papá de rechazar a las mujeres.
Incluso el personaje del leñador más joven (Pierre Louis) que creció desde los 4 años sin conocer al género femenino y por tanto para él, el enamoramiento con otro «hombre» no es sino lógico, se maneja desde la pureza, lo ilusorio y la ingenuidad haciendo de su arco uno muy tierno en el que nunca se le corrige para guiarlo hacia el pensamiento dogmático de la heterosexualidad, pero se le deja a él descubrir su propio primer encuentro con el amor y el deseo, a partir de lo que a él lo sensibiliza y ninguna otra norma social que pudiera existir fuera de esa isla donde lo que otros hombres tengan que opinar no tiene mayor importancia.
Y el mismo cuidado se mantiene con el humor hacia el cross-dressing. No es la caricatura de lo que consideramos rasgos femeninos o masculinos la que incita carcajadas, pero la torpeza de las mujeres de sentirse completamente fuera de su zona de confort y en peligro de ser descubiertas lo que las lleva a interacciones ridículas; y en un momento dado en el que la matriarca (Mónica Dionne) toma prestado el físico del hijo mayor (Arap Bethke) con el propósito de continuar su engaño, lo genial no se basa en femeneizar a un actor que reconocemos como muy masculino, pero en un doblaje vocal que lo mantiene moviendo los labios para empatar la voz de su compañera, cuyo resultado es divertidísimo. Y una interacción con el papá (Alejandro Calva) en un diálogo sobre el tamaño de los testículos que precisamente burla la idea de que un hombre se regocija en temas burdos o escatológicos, se vuelve clave dándole la vuelta al cliché en lugar de encadenarse a él y termina por ser brillante, increíble además por la perfecta entrega de Calva en cada diálogo.
La obra se permite un momento de rasposa vulgaridad, que curiosamente es uno de los que quizá más empataría con el humor de aquél siglo XVI repleto de comedia pueril. Uno. Que funciona precisamente porque no lo vemos venir. La Ternura mantiene un allure tan familiar durante gran parte del montaje, que cuando sale el cobre y la decencia abandona la sala, si tan solo por una escena en la que los personajes pierden los cabales, la sorpresa es tan inadvertida que la oleada de albures y frases encendidas cae como relámpago en una lluvia sin truenos y provoca delicioso caos dentro y fuera del escenario. Repito, es inteligente. Un dramaturgo que sabe usar acentos en vez de desgastarlos.
Alejandro Calva es, por supuesto, un As ni tan bajo la manga de la producción, porque su comedia lleva siendo magnífica desde siempre; pero La Ternura sí nos presenta un lado B de actores como Pierre Louis, que aquí se muestra como un niño y evoca una empatía brutal, Arap Bethke que aún manteniendo el perfil de galán se permite explorar lugares muy ridículos dentro de su comedia, Luisa Guzmán Quintero que saliendo de Lobas donde demostró que su entrega de diálogos ácidos es puntual aquí además puede inclinarse hacia su lado romántico y caricaturezco, Carla Medina que ya habiendo masticado lo grandote del acting fársico antes aquí se le nota simplemente disfrutándolo, y Mónica Dionne que aprovecha su perfil solemne y serio para encajar comedia no predecible. Su «tengo un plan» se vuelve el rolling gag más memorable de la puesta.
Es grato, muy grato tener La Ternura en el Nuevo Teatro Libanés. Una obra para un público sin duda muy universal, que pudiendo repetir lo anacrónico de sus comedias predecesoras, se sale del pastelazo para presentarse como única y diferente, pero igualmente atractiva al público que busca risa y ligereza en fin de semana. Con ingenio, poca seriedad y las referencias correctas, La Ternura es realmente esa isla solita y difícil de encontrar en un universo de comedias sobre la guerra ente sexos que tiene algo que decir y perspicacia para decirlo.
La Ternura se presenta con dobles funciones viernes, sábados y domingos en el Nuevo Teatro Libanés.