Un nuevo acercamiento al texto de Hermanas de Pascal Rambert nos lleva a un montaje más íntimo y acotado de la obra, curiosamente también virado hacia el infantilismo y lo crecido, quizá demasiado, para una batalla entre dos mujeres que así como está en papel ya es una guerra con cañones a la que no se le necesitan sumar más bombas.
Primero lo primero, cualquier actriz que tome entre sus manos el texto de Hermanas de Pascal Rambert y se anime a interpretar a esos personajes, esos enormes y rebuscados monólogos, a entrarle a esa energía violenta y desgastante sólo por el placer de hacer teatro, merece todo mi respeto. Porque no es para cualquiera. Y no cualquier lo saca avanti. Llegar a buen puerto con Hermanas requiere pericia, y es justo ahí donde la nueva versión para Foro Shakespeare con Alba Messa y Maga Díaz, dirigida por María Fernanda Bosque cojea… en la falta de colmillo.
Hermanas, como tantos de Rambert, es meramente un enfrentamiento entre dos personas que tienen las cosas más horribles y crueles que decirse la una a la otra nacidas del resentimiento, y de años de dolor y rencores guardados. Maga, la hermana menor, irrumpe en el espacio de trabajo de Alba, la mayor, justo antes de que ella vaya a dar una importante conferencia sobre derechos humanos. El motivo es un reclamo. Alba guardó en secreto el deterioro de la salud de su madre hasta que era demasiado tarde para que Maga se pudiera despedir de ella.
Pero la relación de ambas con su mamá es meramente la punta del iceberg. Con los guantes puestos ambas tienen una lista de recuerdos clavados como astillas que lanzarse la una a la otra. Las relaciones amorosas de ambas, una fallida y una entorpecida por el narcicismo de Alba, el hecho de que el padre nunca creyó en el talento de Maga, la profesión elegida por Alba, y quizá la deshonestidad que esconde detrás de ella, la manera en la que Maga siempre imitó la personalidad de su hermana sin realmente tener una propia. Alba y Maga se odian pero se aman, como solo dos hermanas pueden hacerlo, y también como sólo dos personas que se quieren puede hacerlo, saben en qué yaga meter el dedo para que duela más.
El texto es intenso como pocos, y mantiene a sus actrices vociferando agresiones sin mucho más que hacer por hora y media excepto estar, razón por la cual confiar en el papel es de vital importancia en un montaje de Hermanas. En María Fernanda Bosque hay desconfianza. Busca por dónde meter más, cómo armar un ballet aún más complicado que la obra no necesita y el resultado es caótico. Las actuaciones llenas de aspavientos, gesticulaciones enormes, bancos lanzados al suelo, gritos e intentos de sollozos que nunca realmente logran convertirse en lágrimas serias, se sienten como ladrillos extra en una pared que ya estaba construida.
Hay una extraña necesidad de presumir capacidad interpretativa en ambas actrices, o tal vez en su directora, tanto así que más de una escena en la que las hermanas tendrían que estarse hablando la una a la otra, Alba y Maga se dan la espalda para hablar de frente hacia público, olvidando que la conversación es entre ellas y nadie más. Explosiva, que debe serlo, pero sin contención, el montaje se recarga en un «más es más» que termina por jugarles en contra.
El mismo concepto sobre- trabajado afecta también el diseño escénico. Banquitos de colores como de kínder llenan el espacio que tendría que ser la sala de conferencias de Alba. Un guiño, tal vez, a que en esa batalla ambas regresan a la infancia, vuelven a ser niñas para reclamarse desde la edad temprana, pero que no termina de tener sentido en el presente y borra por completo el espacio que tendríamos que aludir para entender quién es Alba y por qué le estresa tanto que Maga se haya aparecido en un lugar donde ella está en la cima para deteriorarlo.
Los mismos banquitos se vuelven parte de una coreografía y un dibujo del espacio que, así como las actuaciones hacia al frente, matan los instantes de conexión (o desconexión) entre ellas. Olvidando que Hermanas no es sobre la figura, sino sobre el fondo. Son ellas dos y sólo ellas dos. Son las palabras. Rambert lo dice y lo repite en más de una línea, la importancia del lenguaje, el habla como arma, quizá la más dolorosa, la crueldad de lo que se escupe por la boca sin tener que levantar una mano. Para una obra cuya tésis se basa en el poder de la palabra, María Fernanda Bosque está de pronto muy distraída viendo qué otro banquito pueden mover sus actrices para darle vigor a una obra, cuyo vigor no sucede en el movimiento, pero en lo estático.
La paleta de colores es hermosa. Una cajita de crayolas. Y las repeticiones de formas y patrones en los suéteres de diferente color de ambas es un bello símbolo al hecho de que Maga ha pasado una vida yendo un paso atrás de su hermana, pero copiando todo lo que ella hace. Incluso se tarda un poco más que su hermana en quitarse el mismo suéter. Vaya, es claro que el diseño está pensado. La duda es si era pertinente para Hermanas, a pesar de que sin duda es llamativo. Nuevamente un distractor que se lee como desconfianza en lo escrito. O búsqueda barroca tal vez.
Alba Messa y Maga Díaz lo dan todo, pero ambas extranjeras, en una búsqueda por neutralizar acento terminan por perder dicción y concentración en soliloquios que son demasiado complejos para llenarlos de nuevos obstáculos. Las frases y palabras que les son muy naturales, de cualquier manera llegan a aparecerse en la obra, de modo que cuestiono si neutralizar acentos era el camino correcto, o si tal vez hubiera sido mejor entrar en convención y permitir a las actrices hablar como hablan para soltarse con mucha más libertad al diálogo, sin ningún otro foco que no fuera el significado.
De cualquier manera el respeto al texto original no queda del todo impoluto en una traducción que a momentos usa las palabras con la prosa y poesía que Rambert maneja, que es todo menos coloquial, y en otros instantes tiene a sus actrices llenándose la boca de «No mames» y otras tantas frases mucho más pueriles que entran y salen de un lenguaje establecido por el autor. Y nuevamente en un regreso a lo infantil, la directora pide de sus actrices imitarse la una a la otra, o a otros personajes mencionados, con vocecitas, cosa rara para una discusión adulta, pero que hace sentido con el entorno de escuela preescolar.
Es de valientes montar Hermanas, eso no se pone en duda. Y dos actrices y una directora para esta versión se enfrentan contra el toro mirándolo de frente. Bravo. La puesta, por supuesto, tiene momentos muy valiosos, y la dramaturgia inevitablemente agorzoma y perturba como pretende. Son sólo esos detalles de entrega total al texto los que hubieran elevado el montaje a ese lugar donde se siente como un balde de agua fría lanzado a nuestras cabezas, para luego recibir otro ahora de agua hirviendo.
Hermanas se presenta los miércoles a las 8:30pm en Foro Shakespeare.