En plena época de elecciones y tensión electoral, Independiente, una comedia de intriga política viene a recordarnos que la democracia suena muy bonita en papel, pero en la vida real no es más que un juego de apuestas y estrategias donde gana el que tiene más que ofrecer en el trueque de la Silla presidencial.
El tejemaneje que conforma la estrategia de lo que se nos vende como política, que no es otra cosa sino marketing y teatro, es un tema recurrente en las obras de muchas partes del mundo. Esa mirada detrás de cámaras a la House of Cards de lo que realmente sucede entre políticos, sus alianzas y absoluta falta de principios incorruptibles, la hay en obras como The Party, Blasted, Stuff Happens, Frost/Nixon, The Ides of March, vaya, ejemplos sobran. Pero en México nuestra comedia política no suele abordar ese género. Manejamos muy bien la farsa y el cabaret y somos expertos en hacer caricatura parodiable de todos los partidos. Independiente trata de treparse al primer formato, y en gran medida lo logra.
Sandro Bustos es un candidato independiente a Jefe de Gobierno para la CDMX. El día de la elección él y su equipo de campaña están contentos de haberse posicionado hasta donde llegaron, de haber logrado uno que otro video viral, tranquilos sabiendo que no tienen oportunidad de ganar, pero conscientes que el proceso solito funciona como escalera que les va a permitir subir el siguiente peldaño en sus respectivas carreras.
Pero la cosa cambia cuando la salud del candidato favorito de la ciudadanía de MORENA se deteriora, provocando que poco a poco y en un lapso de horas, Sandro Bustos comience a subir como la espuma en las encuestas y las casillas, y la posibilidad de ocupar la Silla se empiece a volver cada vez más real. Lo que ocasiona que el equipo entero, Sandro y su prometida tengan que empezar a tomar decisiones dolorosamente estratégicas, y a jugar el juego tan sucio como se les pide a los políticos en su posición, y replantear los princpios impolutos que hasta ahora venían manejando. Haciéndonos reír en el proceso, sí, y recordándonos también con golpes al estómago que el voto no es más que la ilusión de democracia que da la cara frente a una cloaca de corrupción y venta de lealtades que se subasta al mejor postor.
El dramaturgo de este inteligente burn book de la política mexicana, que le tira a todos los partidos por igual, pero más que nada a la ingenuidad del votante promedio es Alberto Lujambio, nuevo para el teatro, pero experimentado en temas políticos de carrera, razón por la cual Independiente no se siente como una ficción sacada del amarillismo imaginario, pero tiene un aire de absoluta verdad que lo empaña todo, muy disfrazadito de comedia, pero finalmente un cuchillito bien afilado listo para hacer cortes precisos y mostrar el músculo debajo.
Tal vez es precisamente lo nuevo de Lujambio a la escritura de ficción que sí lo atora, especialmente al inicio del texto, en un prólogo demasiado largo, donde básicamente va presentando a todos los miembros del equipo de campaña uno por uno, olvidando que de cualquier manera los iremos conociendo conforme a sus acciones y decisiones el resto de la obra; pero levanta de manera intrigante una vez que las apuestas empiezan a ser altas y las garras de todo mundo empiezan a salir hasta por debajo de la mesa. Y a partir de entonces, Independiente se vuelve una obra con la que no quieres ni parpadear.
Rina Rajlevsky (directora) consigue una mezcla con la que da al montaje una liviandad de mucho humor en el cuarto de guerra, pero lo conjuga de manera oportuna con la angustia y la revelación de secretos y estrategias que va entretejiendo para hacer de la puesta un trabajo que inhala suspenso pero exhala risa nerviosa y mentaditas de madre. Y, de hecho, parte su escenario en dos para que ambos humores habiten en lugares diferentes del escenario. El lado izquierdo es la cara que se muestra al mundo, la que sonríe y canta jingles pegajosos, mientras el derecho, la oficina de Sandro, es el lado eclipsado por las verdades no dichas.
Con un elenco además, igual de inesperado que la misma trama de la obra, donde actores de varios ámbitos de nuestro tianguis teatral se reúnen de manera muy triunfal. La columna vertebral se yergue en Cristian Magaloni como un Sandro con la absoluta capacidad de vendernos bonachón, loable, levemente inepto que masticó más de lo que puede morder, para poco a poco ir dejando salir al Macbeth ambicioso perfectamente capaz de meter las manos en el lodo y levantarse airoso; y Paola Arrioja como su prometida bisexual, su Lady Macbeth, por supuesto, mucho menos disfrazada en piel de oveja que los demás, inteligente, calculadora, pero finalmente tiznada por la revelación pública de su sexualidad que le quitó corazoncitos en este juego de video donde todo pareciera manejarse con un joystick.
Aunque el actor que acaba por arrebatar los momentazos de la obra es finalmente Héctor Berzunza, el único de todo el elenco que no tiene un sólo personaje estable, pero que va interpretando a una serie de politiquillos grotescos, a los que da individualmente una voz y personalidad de lo más atinadas, que sale del cuadro del escenario para aparecerse en distintas zonas del teatro, otra gran decisión de Rina Rajlevsky, que permea todo con ese mugrero político y sin sutileza, pero sí ingenio, le da a toda la bola de corruptos e inescrupulosos la mismita cara, nada más para dejar muy en claro, que todos son lo mismo no importando los colores y escudos diferentes que se pongan.
Como cereza en el pastel, que no es otra cosa más que el entendimiento de que en pleno 2024 hay que retratar al mundo como lo vivimos hoy en día, Lujambio escribe personajes de toda una diversidad, cuyas historias no se centran en sus variadas orientaciones y clases, pero sí alimentan sus personalidades. Y aunque es algo que en 2024 tendríamos que ver replicado seguido, la realidad es que uno no se topa con tantas obras donde en papel simplemente existan y convivan personajes heterosexuales, gays, bisexuales, asexuales, algunos de los cuales -¿por qué no?- hablan todo el tiempo en lenguaje inclusivo. Insisto, una pintura mucho más situada en el presente que vivimos y la gente que en efecto nos rodea que la clásica dramaturgia de personajes que ya no representan el abanico de gente hoy.
Para culminar en una nota ácida, ya habiendo terminando la función con el público saliendo a la banqueta por sus coches, la producción se aparece para regalar tortas y frutsis al espectador acarreado. Una cereza en el pastel nada más, pero que habla de un proyecto pensado de pies a cabeza para sentirse redondo.
Entonces sí, Independiente nos acerca a un formato para el que como país aún somos jóvenes, estamos gateando donde en otros países ya vuelan. Pero es un acercamiento correcto, divertido, intrigante, y ¿por qué no decirlo? castrante una vez que uno recapacita y cae en cuenta de que nada de lo que nos contaron en la obra es falso, y sí, así tal cual se maneja nuestro país: las promesas de campaña, el marketing que no deja nada al azar, la idea de que los partidos son distintos cuando todos son en realidad el mismo, el como los tratos se cierran en lo oscurito y detrás del telón y no en las casillas, la manipulación narrativa de los medios, las alianzas con la escoria que supuestamente se está buscando limpiar. Vaya, jamás podremos decir de una obra así que tiene un final feliz, tristemente lo que Independiente nos dice es que para México tampoco hay uno. ¡Pero felices elecciones, todo mundo!
Independiente se presenta los martes a las 8:45pm en el Teatro Milán.